domingo, 15 de mayo de 2016

Contra-Iniciación y Reino de las Confusiones (Iglesia y Masonería); por Jean Tourniac

Artículo publicado en VV.AA., René Guénon (1886-1951) Colloque du Centenaire. Domus Medica, París, Editions Le Cercle de Lumière, 1993. El Anexo A (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, "La Declaración de 1983") fue publicado en el original francés, aunque las precisiones posteriores son nuestras; no así los siguientes anexos B (Bula In Eminenti de Clemente XII contra los masones del 2 de abril de 1738, ext. del Archivio Segreto Vaticano, Bandi sciolti, serie I, 35) y C (relación de Papas desde Clemente XII -Lorenzo Corsini, 1730-40- hasta León XIII -Conde Vicente Joaquín Pecci, 1878-1903-, así como un extracto de un documento firmado por Guillermo de Willelsborg, Gran Maestro de la Gran Logia de Baviera, Príncipe de Baviera, en el que se reproduce el Acta de iniciación en la Orden Masónica de Giovanni María Mastai-Ferretti, más conocido como Pío IX), anexos que incluimos aquí por considerarlos de interés para el espinoso tema abordado por Tourniac.



Denys Roman, el último y desaparecido sucesor de René Guénon al frente de los Etudes Traditionnelles, había confiado a la revista Vers la Tradition [1] un artículo que, en su tiempo, provocó algún que otro alboroto. Trataba de una declaración lanzada poco antes contra la Masonería. Tendremos ocasión de volver sobre este tema, pero antes quisiera hacer notar cuál era el juicio que Denys Roman mantenía a propósito de las reacciones de nuestros contemporáneos con respecto a Guénon y a su obra:

"René Guénon escribió: la mejor manera de silenciar una obra consiste en plagiarla. Desde la muerte de este maestro, plagiarios y tramposos, hasta entonces un tanto reservados, pueden por fin pasarlo en grande. Jamás se ha hablado tanto de tradición, de simbolismo, de esoterismo y de iniciación. Pero hay algo que nos sorprende; de entre los temas tratados por Guénon, con una incomparable maestría, hay uno que jamás ha sido abordado por sus pálidos imitadores: es el de la contra-iniciación, es decir, esa potencia que está en marcha en el mundo, desde hace varios siglos, pero cuya actividad jamás ha sido tan manifiesta como en nuestros días".

En lo que me concierne, podría añadir que esta reflexión parece plenamente justificada. En efecto, esta fuerza oscura y multiforme está presente en todas las falsificaciones de la espiritualidad, tanto en el ocultismo como en las sectas religiosas fundamentalistas que proliferan en la actualidad. La obra de la contra-iniciación se advierte, por ejemplo, en las desviaciones de una cierta Franc-Masonería entregada, debido a la búsqueda de poderes, a la atracción política, a las seducciones del standing social, a las embriagueces de lo cuantitativo y de un elitismo invertido. La contra-iniciación se ejerce también en el falso orden de los integrismos religiosos cerrados al espíritu, o, a la inversa, en la anarquía de las ideas y de los discursos. La contra-iniciación actúa con embustes y llegaría a abusar de los propios elegidos, si ello fuera posible. No puede dejarse de recordar la advertencia dada por Cristo en san Mateo (XXIV, 23-26): "En tal tiempo, si alguno os dice: El Cristo o Mesías está aquí o allí, no le creáis. Porque aparecerán falsos Cristos y falsos profetas, y harán alarde de grandes maravillas y prodigios, por manera que aun los escogidos, si posible fuera, caerían en error: ya veis que os lo he predicho. Y si sus días no fueran acortados, no se salvaría criatura alguna, pero serán acortados a causa de los elegidos". Quizá convendría ubicar igualmente entre los grandes "signos y prodigios" a esos fenómenos psicosomáticos surgidos de delirios colectivos y escandalosos o de trances emocionales, pero sobre todo no debe perderse de vista que la contra-iniciación "imita" al Cristo desfigurándolo. Se fija primero en todo lo que atañe a los verdaderos conceptos de iniciación espiritual, de esoterismo auténtico, y, por vía de la consecuencia, a todo lo que depende de la universalidad tradicional, ligada tanto a la doctrina metafísica como a la apertura del corazón, corazón del intelecto y corazón de la carne, a imitación del corazón del Crucificado.

La contra-iniciación utiliza la deformación y sobresale en el arte de la confusión. Así, una de las seducciones del "tramposo" consiste en hacer pasar por tradición lo que no es sino tradicionalismo o costumbre, exterioridad, política, consenso moral, elección partidista o económica...

En el límite, sí, en el límite, el riesgo es casi menor del lado del progresismo, pues ahí no puede darse la ocasión, no puede pretenderse encarnar la Tradición, ya que este término ha sido eliminado del vocabulario progresista. Sólo puede existir un desprecio por su contenido. Y henos aquí enfrentados al clásico y artificial binario del integrismo y del progresismo, lo cual no deja de ser aún una fuente de confusiones.

En estos dos aspectos antitéticos del pensamiento confesional o religioso se advertirá la aparición de una certidumbre: la de detentar la verdad. Una certidumbre generadora de un dualismo simplista: todo el bien está aquí, y todo el mal está allá... Este "maniqueísmo" es ridículo, puesto que la separación entre el bien y el mal reside en el corazón del hombre, y no en las apariencias o las opciones exteriores. Se trata de la misma potencia de ilusión que emana de esa contra-iniciación de la que hablamos.

Su animador se denomina, en la Biblia, el Adversario, el Oponente, el Divisor o, como en el libro de Job, el Acusador. Sólo él acusa al hombre, que no tiene para su defensa más que un abogado, el Paráclito, según el sentido mismo del término en griego.

Lo propio de aquel que verdaderamente ha comprendido la enseñanza de la Tradición, de esa Tradición de la que Guénon fue el intérprete providencial en nuestra época, consiste en reabsorber las oposiciones surgidas en su unidad original, en el eje del medio, invariable y eterno, que es el Árbol de Vida, el Verbo divino, el Mesías. Por la etimología de su nombre, el Diablo, diabolos, es la dualidad. Sea como sea, es partiendo de la visión dualista, o de la ceguera sincretista, que la ilusión toma cuerpo, y es partiendo de las apariencias como se desemboca en las confusiones. Así, se llamará religión a lo que no es sino religiosidad desprovista de doctrina intelectiva y de referencias de fe, rectitud a lo que no es sino militarismo intolerante, piedad a lo que no es más que buen tono y actitud de "bien pensante", rito a lo que no es más que costumbre lingüística o de vestimenta, sagrado a lo que no es sino oropel o pompa teatral.

Peor todavía es lo que se refiere a las deformaciones del cuerpo doctrinal y metódico, y que tales pseudo-maestros, a menudo directamente salidos de las escuelas "anti-guénonianas", se empeñan en codificar en su provecho y para su propia gloria, despreciando la enseñanza y las transmisiones tradicionales multiseculares. Ocurre así con una falsa gnosis, con una Cábala artificial de pura invención humana, o con un esoterismo de pacotilla. Todo esto es bien conocido gracias a Le Règne de la quantité et les signes des temps, Le Théosophisme, histoire d’une pseudo-religion, L’Erreur Spirite, los Aperçus sur l’initiation, etc... Todo ha sido dicho y bien dicho por Guénon, y todo ha sido dicho sobre la obra de Guénon. No tendríamos nada que añadir, si no se nos hubiera pedido que aportáramos nuestro testimonio y nuestro punto de vista sobre un asunto rico en confusiones, un terreno predilecto para las maniobras de esta contra-iniciación: el de las relaciones entre la Franc-Masonería y la Iglesia Católica. Ciertamente, es de temer en este caso la exteriorización, y pronto se verán las razones doctrinales que justifican nuestra reserva. Recordemos inmediatamente, y de una vez por todas, que todo lo que "exterioriza" traiciona más o menos a lo esencial, es decir, al reino de Dios en nosotros. El Evangelio nos lo confirma en términos que son conocidos, "el reino de Dios está en vosotros" (san Lucas, 17, 21), y Cristo nos exhorta a no dar "a los perros las cosas santas" y a no echar "perlas a los cerdos" (san Mateo, VII, 6), y siempre en san Mateo (VI, 6), él habla de ese lugar sagrado, el corazón: "cuando hubieres de orar, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre, que ve lo más secreto, te premiará en público". ¿Hay aquí algo que sea entonces compatible con la "exterioridad"? ¿No será éste el famoso secreto tan vilipendiado por los anti-guénonianos y por los anti-masones, que ya no saben lo que significa silencio y discreción? Y con esto entramos de nuevo en el dominio de las confusiones, puesto que este secreto es incomprendido y ha sido mancillado por los charlatanes y por los pseudo-gurús en busca de clientela.

Tal es el punto de vista de vuestro servidor, un "simple fiel", cuyo único mérito, o desventura, consiste en haberse inclinado, en numerosas ocasiones después de la guerra, sobre el dossier "Iglesia y Franc-Masonería", un dossier en el que pululan las confusiones del pensamiento. Como recordaba antes el Sr. Borella, he dedicado una decena, quizá incluso más, de obras, de comunicaciones en coloquios y de entrevistas a este tema,. Pero quizá hoy sea preciso ir más allá y considerar otros aspectos, más "punzantes", como se dice en nuestros días, de la cuestión.

Una nueva discusión positiva entre la Iglesia y la Masonería no carecería de interés si se diera entre los responsables de instituciones que hablaran el mismo lenguaje y otorgaran al vocabulario utilizado la misma acepción. Bien se ve con los términos de "secreto", "esoterismo", "iniciación". Deberían entenderse primero sobre una semántica común. Se podría después, pero solamente después, abordar el problema en sí suprimiendo todo aspecto pasional o competitivo, especialmente en el caso de los Sacramentos para la Iglesia y de los Ritos para la Franc-Masonería. Además, ¿no se debería interrogar a las autoridades oficiales y cualificadas de ambas instituciones, solicitándoles que precisaran bajo que ángulo pretenden abordar la cuestión? Y absteniéndose, por supuesto, de sacar conclusiones en su lugar. Se convendrá en que, para la Iglesia, los únicos criterios que deben admitirse son los del Magisterio romano, en la apreciación de la fe, de las perspectivas doctrinales propias a la Revelación cristiana y de los datos teológicos disciplinares o pastorales, otros tantos elementos que permiten definir las condiciones de acceso (o de no acceso) a los Sacramentos.

En lo que concierne a la Franc-Masonería, la situación es más compleja. No hay para el conjunto de las masonerías mundiales o europeas una especie de uniformidad o de jerarquía común, central y gobernadora. E incluso en el interior de un solo país a menudo existen divergencias de entendimiento entre una obediencia masónica y otra, entre una logia y otra, poniendo aparte el caso típico de las franc-masonerías anglosajonas o nórdicas. Y luego, ¿no debería distinguirse también entre las masonerías teístas y las demás, o, de una manera aún más fina, entre las masonerías teístas, noaquitas y universalistas, y las masonerías exclusivamente cristianas, dado que éstas existen? En este último caso, ¿no convendría definir además nuevos parámetros de análisis, teniendo en cuenta la posible usurpación de los rituales sobre el plano de la interpretación histórica y religiosa, de los dogmas, de la evolución de la Iglesia, vivificada por el soplo del Espíritu Santo, que no es prisionero de ningún tiempo, de la evolución de las comprensiones respecto a, por ejemplo, la perennidad de la antigua Ley o los orígenes judíos de la fe y de la liturgia cristianas?

De hecho, cuanto más evidentes son las definiciones teológicas de un Rito masónico, mayores son los riesgos de divergencia con la óptica eclesiástica, en virtud del adagio spinozista, recordado por Guénon, "omnis determinatio negatio est".

Sin embargo, puesto que hoy en día conmemoramos el nacimiento de René Guénon, se me permitirá evocar su opinión acerca del tema que motiva mi conferencia, más bien que recordar el juicio del Magisterio romano, o de recurrir a los puntos de vista de franc-masones sin duda ilustres y notables, pero, como en la actualidad se dice, "comprometidos".

Algunos pueden lamentar esta postura, pero está dictada por el hecho de que Guénon ha marcado profundamente a la intelectualidad masónica desde hace más de cuarenta años, y esto no ofrece duda alguna. Él ha dado a esta Organización, que quizá se preguntaba sobre su propia identidad, en medio del batiborrillo político, filosófico y "ocultista" del siglo, una razón de ser irrefutable, una coherencia intelectual y carta de nobleza, distinguiéndola radicalmente de los grupos sociales más diversos, del "rotarismo" de salón, de Academia o de "Business".

Incluso aunque el número de Masones guénonianos sea ínfimo, es sin embargo notorio. Basta con leer las revistas masónicas para convencerse y para asegurarse de la importancia de una tal corriente de pensamiento, lo que no significa por lo demás que esta corriente sea uniforme en la interpretación de la obra expuesta. No, simplemente existe, y no podría ser olvidado que es quizá por ese núcleo de masones fieles a la obra de Guénon que se planteó, de manera drástica, el problema de las relaciones con la Iglesia Católica...

Expliquémonos. El medio guénoniano de la Franc-Masonería parece ser aquel que más próximo está a la Iglesia por la fe religiosa, por el valor acordado a los signos, a los símbolos, a los ritos, al encuentro histórico en las canteras de las catedrales. Sí, pero, y se trata de un "pero" importante, son justamente estas semejanzas lo que les hace relativamente sospechosos a ojos de la Iglesia. En efecto, si tales semejanzas significaran identidad, la Franc-Masonería asumiría el aspecto de una "iglesia paralela", y sería entonces una competencia o, al menos, una inutilidad. A la inversa, si no significara "identidad", entonces existirían en alguna parte diferencias en el cuerpo ritual y orgánico, en la finalidad espiritual, y quizá también en los conceptos. Todo se presenta entonces de una manera muy ambigua. Y el doble sentido de la palabra "operativo" aporta una prueba de ello. Para Guénon hay "operación" sobre el ser y sobre su desarrollo integral y último, espiritual. Para la Iglesia, la operación se limita al arte y a sus técnicas o a su obra. Siempre para Guénon, las diferencias entre la Iglesia y la Masonería no tienen ningún carácter de oposición, de negación o de rechazo, sino que más bien se justifican por el necesario complementarismo del arte real y del arte sacerdotal en el seno de una estructura tradicional, coherente, homogénea y sin fisuras. ¿Puede la Iglesia admitir una semejante visión de las cosas? Sí, por supuesto, si el "Arte Real" se reduce a la actividad sacralizada del oficio. Pero si este Arte se convierte en un ejercicio espiritual, independiente de su autoridad, y de valor iniciático, como ha dicho Guénon, el problema se complica singularmente. La comprensión del mensaje evangélico, que la Iglesia tiene por deber interpretar, ¿no la conduce a considerar dicho complementarismo como redundante o incluso peligroso para la fe? Así, se hallaría condenada la doble pertenencia institucional, siendo una calificada de "exotérica" y la otra de "esotérica". Y no estando la segunda incluida en el magisterio de la primera. He aquí por qué los masones guénonianos son a la vez los más cercanos a la Iglesia, con respecto a la creencia, a la estructura simbólica, al apoyo vétero y neo-testamentario, a la inteligencia sacramental, a la escatología, al objetivo de la vida humana, a la necesidad de la oración, de la ética, y, a la vez... los más "sospechosos" para la autoridad religiosa, en la medida en que expresan un punto de vista referente a la distinción "exoterismo-esoterismo", limitando el primer término a la Iglesia, o, peor aún, al Cristianismo.

Convengamos entonces en que, o el problema está mal planteado, tanto por los guénonianos, masones o no, como por las autoridades religiosas, o el problema no tiene solución exterior y públicamente en la actual economía eclesiástica, o bien la noción de "Ecclesia" no está restringida a sus únicos aspectos visibles, comunes y habituales. En todos los casos hay confusión.

Lo que ante todo importa retener es que Cristo es uno y que en sí une lo "interior" y lo "exterior", el acto creador y su creación, y que por su herida en el corazón libera a la sangre y al agua y exteriormente revela para nosotros lo que en él contenía de más interior. Es la enseñanza (y podríamos escribir el "ensangrentamiento") más profunda del sagrado corazón; definitivamente anula la discusión "exoterismo-esoterismo". Todo está recapitulado en la Unidad de ese corazón y de su amor. Cristo abre a todos el tabernáculo de su corazón, así como abre los brazos sobre la Cruz a todo lo creado, sin distinción de origen, de raza, de color, de inteligencia o de confesión. Hay que pensar en el samaritano que pide compasión y en el levita que pasa indiferente. Sí, podría ser ésta una de las características esenciales de la "Buena Nueva" en su escandalosa extrañeza para los sabios que no han reflexionado en la parábola del "vino nuevo" y de los "odres viejos". Podría ser también una razón de las reservas formuladas por la Iglesia contra la tesis de los masones y de los guénonianos. Si el exoterismo es la "circunferencia" y el esoterismo el "centro", no puede decirse que la Iglesia no sea más que la circunferencia sino en la medida en que ella sigue a Cristo y es entonces su cuerpo. Ahora bien, el cuerpo contiene al corazón, es decir, al centro. Al igual, no puede decirse que la Masonería no sea sino el centro, ya que tiene el "piñón sobre las ruedas", ya que existe pública, visiblemente, a ejemplo de la Iglesia... y sin continuar además con el oficio de cantero de las catedrales. De hecho, es un organismo en contradicción con lo que es su razón de ser en la perspectiva guénoniana del exoterismo y del esoterismo. Y henos aquí de nuevo en plena confusión.

Retomemos ahora las tesis aludidas refiriéndonos a los documentos oficiales. Para la Iglesia, existe un texto reciente, la Declaración de la "Sagrada Congregación para la doctrina de la Fe" del 26 de noviembre de 1983; extraigo de ella el final, que quizá ya sea conocido por los lectores:

"El juicio negativo de la Iglesia sobre las asociaciones masónicas permanece sin cambios, ya que sus principios siempre han sido considerados como inconciliables con la doctrina de la Iglesia. Los fieles que pertenecen a las asociaciones masónicas se hallan en pecado grave y no pueden acceder a la Santa Comunión.

Las autoridades eclesiásticas locales no tienen competencia para pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas mediante un juicio que implicaría una derogación de lo que ha sido afirmado anteriormente..."

El texto de esta Declaración, aprobado por el Papa, que ordenó su publicación, remite a otra Declaración que data del 17 de febrero de 1981 [2], pero que es prácticamente análoga.

Sin embargo, en 1974, y a consecuencia de los contactos establecidos por mediación del Padre Michel Riquet S. J., entre el Delegado Consultor de la "Sagrada Congregación para la doctrina de la Fe", Don Miano, representante del Cardenal Séper, prefecto de dicha Congregación, y los dirigentes de una obediencia francesa (la G. L. N. F.), veía la luz un documento firmado por el Cardenal Séper. Limitaba la aplicación de las sanciones previstas en el código de Derecho Canónico (en esa época no existía aún el nuevo código de Derecho Canónico) tan sólo a las organizaciones masónicas hostiles a la Iglesia y a los Poderes civiles legítimos.

Se habría podido entonces creer que el asunto estaba definitivamente cerrado, en el sentido de lo que en nuestros días se llama la "pacificación". Pero esto implicaba olvidar muchas cosas. Primero, la necedad de ciertas publicaciones masónicas; después, el "endurecimiento" debido a los cambios políticos ocurridos en Francia desde 1981, y luego las secuelas de la siniestra historia creada por la pseudo-logia "P2", junto a la vigilante desconfianza del integrismo católico con respecto a todo lo que es "masónico" o considerado como tal, incluso aunque no siempre sea el caso.

No podría ser formada una idea clara de la cuestión sin haber leído los estudios del Padre Riquet, publicados en la prensa, en el Figaro, especialmente su conferencia del 30 de marzo de 1979, reimpresa in extenso en el tomo XIV de la revista de la logia de investigaciones Villard de Honnecourt, y también el dossier de Alec Mellor, incluido en el número 8 (nueva serie) de dicha revista, en 1984, y titulado "La Iglesia Romana y la Franc-Masonería".

Para calibrar el impacto y la potencia de las campañas anti-masónicas y sus razones históricas o doctrinales, es necesario además consultar las publicaciones, revistas y periódicos, de ciertas tendencias políticas extremistas o de movimientos católicos integristas. Es evidente que el endurecimiento que se ha observado a partir de 1981 (y que se prosiguió en 1985, si se tiene en cuenta un artículo aparecido en l’Osservatore Romano debido a la pluma de un jesuita francés y que concierne a la "inconciliabilidad entre la fe cristiana y la masonería") traduce la influencia ciertamente creciente de las esferas de la Iglesia que combaten tanto a la Masonería como al pensamiento de Guénon, justamente en razón del lugar acordado por la obra de éste a la Masonería, a la Gnosis, al Esoterismo, a la Unidad trascendente de las diferentes tradiciones, etc., siendo todo ello asimilado al sincretismo y al "relativismo". No juzgo nada, simplemente me limito a exponer las perspectivas de unos y otros. Por otra parte, debería notarse que una fracción católica importante de ese "anti-masonismo" y del "anti-guénonismo" ha nacido de corrientes de pensamiento hostiles también en particular a los judíos y a los protestantes, y que, por una especie de ironía de los tiempos, una fracción no menos importante del protestantismo "fundamentalista" más "anti-papista", la más alejada del catolicismo tradicionalista, la más "anti-mariana", la más "anti-sacramental", en fin, la más "iconoclasta", es, también, hostil a Guénon y a la Franc-Masonería, considerada como la sinagoga de Satán. La expresión es pues común al integrismo católico (aborrecido por las Reformas) y al fundamentalismo protestante (aborrecido por los "Papistas"). Bello y edificante ejemplo de unidad; se podría incluso creer en un nuevo don del ecumenismo, en un "ecumenismo" de la hostilidad, de la negación, de la adversidad y del rechazo al otro, incluso en un "ecumenismo" del odio. En realidad, la similitud de todos estos grupos tiende al exclusivismo, sectarizando en provecho propio la verdad y profesando a la vez la inanidad de una Tradición inmemorial y universal y la inadecuación de la pertenencia masónica con respecto al cristianismo.

Pero regresemos al análisis de los textos. La ruptura de una especie de convivencia entre la Iglesia y la Masonería, tal como se esbozó tras la guerra, ya surgió con una declaración del Episcopado alemán del 12 de mayo de 1980. Extraigo los pasajes más importantes para un público de "sensibilidad guénoniana":

"El concepto de Dios entre los frac-masones: para el franc-masón, el "Gran Arquitecto del Universo" no es un ser en el sentido del Dios personal, y por ello basta con una viva sensibilidad religiosa para reconocer al "Gran Arquitecto del Universo". Esta concepción de un Gran Arquitecto del Universo, reinante en el alejamiento deísta, socava la base de la representación de Dios del católico y de la respuesta que éste da a un Dios al que se dirige como Padre y Señor".

"Las acciones rituales de la Franc-Masonería: las acciones presentan en las palabras y los símbolos un carácter similar al de un sacramento. Dan la impresión de que aquí, bajo las acciones simbólicas, es objetivamente cumplido algo que transforma al hombre. Contienen una iniciación simbólica del hombre que, por su carácter al completo, se encuentra en clara competencia con su transformación sacramental".

"La Franc-Masonería cristiana: esta "franc-masonería cristiana" no se halla en absoluto aparte de la organización fundamental franc-masona, simplemente busca una mayor facilidad para unir la franc-masonería y la creencia cristiana subjetiva. Es preciso sin embargo negar que se trate de una realización teológicamente aceptable" [3].

Examinemos estas diferentes críticas. Sobre "el concepto de Dios entre los franc-masones", parece que para la inmensa mayoría de masones creyentes el "Gran Arquitecto" es la denominación que simboliza al aspecto constructor y ordenador del Dios de la Biblia; de ahí el nombre de Dios Omnipotente para designar a la Divinidad en su aspecto de "Gran Arquitecto del Universo", y a veces también, entre los "operativos" y bajo la forma hebrea "El-Schaddaï", al propio Cristo. Es pues el "Supreme Being", el "Ser Supremo" de las masonerías anglosajonas, término que igualmente se encuentra en Bossuet. Así, el franc-masón no sirve a un señor en la Iglesia y a otro en la Franc-Masonería. Por lo demás, el "segundo señor" del que habla Jesús en san Lucas (XVI, 3) no es otro que el dinero, el poder y la posesión material; la advertencia vale para todos los discípulos de Cristo, sean masones o no.

En cuanto a las "acciones rituales", es exacto que, en la óptica de Guénon, así como en el análisis del episcopado alemán, contribuyen a una "transformación" del ser, ponen en juego una influencia espiritual y una gestualidad pneumo y psico-somática propia del arte de la construcción. ¿Pero se trata de una competencia con respecto a la Iglesia? ¿O, por el contrario, de un apoyo dado a ésta en la dependencia bíblica y sagrada de los Templos de Israel para una edificación espiritual intelectiva?
He aquí toda la cuestión.

La Masonería que se quiere exclusivamente cristiana plantea otros problemas. En efecto, la Iglesia siempre puede temer la aparición de una fisura en el alma del masón católico entre las orientaciones del Magisterio y las petrificaciones de las definiciones de los rituales masónicos que datan de siglos pasados, las de la Revolución francesa y también las del espiritismo y el "neo-espiritualismo". La escisión conceptual podría entonces favorecer el nacimiento de una especie de cristianismo "al margen" y extra-eclesial. Así se explicarían también las reservas de la Iglesia frente a algunas masonerías "místicas" que ya no contuvieran técnicas rituales directamente ligadas al Arte de la construcción, a sus símbolos tradicionales y a sus expresiones y fundamentos bíblicos, sino que se entregaran al plagio religioso, al ceremonial, a la pompa y a los "compromisos". Estas reflexiones han sido emitidas tanto por parte masónica como por parte católica; las reproduzco por pura objetividad, sin pronunciarme personalmente, como se comprenderá, sobre su fiabilidad.

Pasemos ahora a los comentarios de los especialistas, masones o no, pero al tanto de estas cuestiones y desprovistos de prevenciones o de prejuicios sectarios, extraños en fin a las motivaciones políticas que falsean el análisis. No podría resumir todos estos escritos particularmente bien documentados, y no haré sino recordar el completo informe publicado en los Cuadernos de la Logia Nacional de Investigaciones "Villard de Honnecourt" de la G. L. N. F., los estudios y conferencias del R. P. Michel Riquet S. J., del R. P. Ferrer Benimelli, de los pastores Jacques Noël Pérès y Michel Viaud, de Alec Mellor y aún de otros muchos que no puedo citar para no alargar desmesuradamente esta conferencia. En cualquier caso, la mayor parte de estas personalidades consideran bajo diferentes ángulos la compatibilidad de la pertenencia a la Franc-Masonería y a las Iglesias cristianas. En lo que respecta a la Franc-Masonería británica, que todavía y a pesar de los recientes malentendidos con la Iglesia anglicana admite a capellanes miembros del clero, se sabe que existe una Asociación de franc-masones metodistas. ¿Es preciso hablar también del Reverendo N. Barker Cryer, situado a la cabeza de la "British and Foreign Bible Society", en Londres, y que es también Gran Capellán de la Gran Logia Unida de Inglaterra, Antiguo Gran Maestro Provincial del Surrey y Antiguo Venerable de la célebre Logia de Investigaciones "Quatuor Coronati"? Este religioso anglicano ha dedicado muchos artículos de la revista "Ars Quatuor Coronatorum" a la historia de la "descristianización" de la Masonería y a la de las diferencias que han existido entre las Iglesias cristianas del Reino Unido y los franc-masones británicos. Reflexionando sobre el caso de los metodistas, ¿sería posible la eventual existencia en Francia de una "Asociación Bíblica de Franc-Masones creyentes? Why not?

Hechas estas observaciones, examinemos, así como anunciábamos anteriormente, la perspectiva de René Guénon acerca de este delicado problema de las relaciones entre la Iglesia y la Franc-Masonería. A tal efecto, y en primer lugar, nos referiremos por supuesto al conjunto de sus trabajos sobre las Organizaciones tradicionales en Occidente, sobre los Ritos y símbolos masónicos, sobre el simbolismo en general, sobre la iniciación, el esoterismo, el exoterismo, los sacramentos religiosos, etc. Todo ello no se reduce evidentemente a unas pocas líneas, y prácticamente ha creado, en poco o en mucho, una "mentalidad guénoniana" de la Franc-Masonería.

Por nuestra parte, habíamos preguntado a René Guénon lo que debía pensarse de la práctica de los ritos católicos por parte de franc-masones creyentes y dependientes de la Iglesia romana por su origen religioso y por su fe. He aquí lo que nos respondió el 25 de mayo de 1948 –y se comprobará que esta fecha tiene su importancia-:

"Ahora bien, en cuanto a la práctica de los ritos católicos, es cierto que existe una dificultad; podría sostenerse incluso que los representantes de un exoterismo siempre tienen derecho a plantear condiciones como les plazca, incluso aunque éstas sean injustificadas o absurdas. En cuanto a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y la Masonería, es verdad en efecto que puede decirse que ha habido equivocaciones en ambas partes. En el fondo, lo único que puede resolver todas las dificultades sería una conciencia de la clara distinción que debe existir entre el exoterismo y el esoterismo, es decir, entre el punto de vista religioso y el punto de vista iniciático. Pero es precisamente esta conciencia lo que generalmente falta, tanto en una parte como en la otra. Si la Masonería –(es Guénon quien lo afirma)- se hubiera mantenido siempre estrictamente sobre su verdadero terreno, no habría dado pie a ningún ataque. Pero, por otro lado, Roma se ha aprovechado de la exteriorización de la Masonería para atribuirle (sin hacer ninguna distinción), con fines más bien políticos que espirituales, toda clase de cosas, de las cuales muchas le eran extrañas. Hacía falta una entidad responsable, y se encontró oportuno hacer desempeñar ese papel a la Masonería. Actualmente, parece que dan pruebas de una tendencia más conciliadora. Evidentemente, no se desea dar la impresión de querer volver oficialmente sobre lo que ya ha sido dicho y hecho. Pero probablemente es de esperar que todo acabará por olvidarse, por caer en el olvido, como ya ha ocurrido con otras muchas cosas" [4].

Muchos son los puntos que deben retenerse de esta carta de Guénon. Alude a un progresivo suavizamiento de las relaciones entre la Iglesia y la Masonería, y los acontecimientos debían darle la razón en un primer momento, desde 1953 a 1979, y desmentirle en un segundo tiempo, desde la muerte de Pablo VI hasta nuestros días. Por otra parte, Guénon duda de la capacidad, de ambas partes, de tomar conciencia de los respectivos dominios exotérico y esotérico, y denuncia una mala fe romana en la explotación de los errores cometidos por la Masonería. A esta última se le hace responsable, al parecer, del acto inicial de transgresión de sus papeles o de descenso "en la arena". Finalmente, y se habrá advertido en el pasaje puesto que no carece de importancia, no emplea especialmente los términos de Iglesia y de Franc-Masonería, sino, de una manera más general y más precisa, de "punto de vista religioso" y "punto de vista iniciático".

Planteado esto, preguntemos ahora a Denys Roman, refiriéndonos a su obra René Guénon et les destins de la Franc-Maçonnerie [5]. Escribe, y con ello abordamos el crucial problema de las relaciones entre la Iglesia y la Masonería:

"Las dos fuentes principales de donde la Masonería extrae su enseñanza son la tradición monoteísta, es decir, abrahámica, y la tradición greco-latina, cuya expresión más acabada es el pitagorismo".

No limita pues, originalmente y, a fortiori, posteriormente, la Masonería a una sola tradición, aunque un poco más adelante hace notar que:

"La Masonería es una organización que trabaja sobre un material simbólico, principalmente judío, y cuyo reclutamiento es principalmente cristiano".

Sin duda, Denys Roman constata un hecho que concierne más especialmente a Europa, pero que en nada niega la universalidad tradicional de la Masonería, esa universalidad tan a menudo confundida con el "relativismo" por las Congregaciones romanas, como si, en nuestros días, la Masonería fuera la única Organización tradicional en la que se encontraran o se recibieran personas vinculadas a religiones diferentes y en la que su fe y sus oraciones fueran respetadas.

Denys Roman vuelve sobre ello, y siguiendo las huellas del pensamiento de Guénon escribe:

"La universalidad que reclama para sí la Masonería se hace eco del carácter unánime de la Tradición. Algo muy sobresaliente en este orden de ideas es que una logia masónica constituye el lugar ideal en el que los hombres que pertenecen a diferentes religiones pueden encontrarse en pie de perfecta igualdad". (Sé que esta frase ha sido criticada en un reciente libro de Charles-André Gillis, libro que pronto citaré). Y también: "Si bien todas las religiones son admitidas en el seno de la Masonería, debe reconocerse sin embargo que las formas tradicionales más orientales, Hinduismo, Budismo, Confucianismo, Taoísmo, Sintoísmo, son de tal manera extrañas a ciertos aspectos esenciales de la Orden, ligados a la construcción del Templo de Salomón, que los adherentes de estas tradiciones se encuentran en cierto modo desplazados en la atmósfera de los talleres". Es verdad que un poco más adelante explicará que, en definitiva, esta Masonería se aplica también a formas extrañas al monoteísmo abrahámico más "estrecho". El Dr. Jean-Pierre Schnetzler da aquí testimonio de esta universalidad "noaquita" o "melkisedekiana" de la Franc-Masonería.

"Verdaderamente, son las tres religiones monoteístas, el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam, las que han suministrado a la Masonería el mayor número de sus hijos y los más ilustres de sus iniciados". Así concluye Denys Roman. Pero esto no es todo. Retomando en efecto la demostración de René Guénon a propósito del nombre del Gran Arquitecto, epónimo del Dios de los patriarcas, y situado por ello en la atmósfera del monoteísmo del que surgieron Cristo y su Iglesia, Denys Roman precisa, y de nuevo lo citamos:

"Las tres tradiciones monoteístas derivan de Abraham, y es muy significativo que el nombre divino de El Schaddaï, del que se conoce su importancia en la Masonería operativa, y que no es desconocido en la Masonería especulativa, sea precisamente el nombre del Dios de Abraham. Guénon, en una página esencial del Roi du Monde, ha señalado que en el momento del encuentro del Padre de los Creyentes con Melkisedek, el nombre de El Schaddaï fue asociado al de El-Elion (el Altísimo en nombre del cual los masones de rito inglés trabajan en grado de maestro) y que este encuentro marca el punto de contacto de la tradición abrahámica con la gran Tradición primordial" (pp. 200 y 201).

Podemos decir, pues, que para el "prototipo" de los masones guénonianos que fue Denys Roman, no hay relativismo en el universalismo masónico, sino, por el contrario, unidad de fe, monoteísta y bíblica. De donde su afirmación según la cual:

"La Masonería es sin duda la única organización iniciática del mundo que no está ligada a un exoterismo particular".

En el prólogo de su obra había sido llevado a afirmar: "Quisiéramos ahora intentar explicar las razones de la particular atención prestada por Guénon a la Franc-Masonería, y pensamos que en primer lugar es debida al hecho de que esta organización admite a miembros pertenecientes a tradiciones diferentes".

Para Denys Roman era una especie de marca esencial, un sello de la iniciación masónica de los constructores, al ser su arte una técnica "ritual", independiente de una especificidad confesional precisa.

Y, con esta observación, volvemos a los conceptos de esoterismo y de exoterismo, origen de tantas confusiones y piedra de toque en el reencuentro entre la Iglesia y la Masonería. Es el nudo de la cuestión, pues esta idea de esoterismo está estrechamente ligada a la de Tradición primordial, a la de Centro invariable y único, a la Unidad trascendente de las diferentes religiones, y ello no coincide con las opiniones religiosas clásicas. Ciertamente, el aspecto opuesto, aunque no competitivo, del esoterismo es por supuesto el exoterismo. Ahora bien, ambos términos se aplican de hecho a una misma naturaleza doctrinal, a un mismo estado doctrinal, a una misma realidad divina, aunque considerada desde el exterior por el exoterismo, o conocida y participada desde el interior por el esoterismo. Pero Guénon ubica al "exoterismo" dentro de la religión en general, y sus detractores entienden por "esoterismo" toda una mezcolanza de falsificaciones religiosas y sincretistas, de pseudo-espiritualidades, a menudo de origen sospechoso e incluso contra-iniciático, de elitismo invertido de coloración política y de sombría memoria. Entonces, ¿cómo pueden encontrarse?

En cualquier caso, es únicamente en función de la pareja "exoterismo-esoterismo" que las relaciones entre la Iglesia y la Masonería serán desde entonces consideradas por los redactores de los Etudes Traditionnelles, y también por muchos lectores de Guénon. Así, en la citada obra de Denys Roman, el autor es conducido a hacer la siguiente constatación:

"Se nos recordará, sin duda, que Guénon afirma la necesidad del exoterismo, y que, desde hace ya varios siglos, Catolicismo y Masonería son incompatibles; pero se sabe que se ha intentado una evolución en este sentido. No intervendremos en una discusión semejante, pues para nosotros la reconciliación entre la Iglesia de Pedro y la Masonería es inevitable, e incluso aparecerá cada vez más inevitable a medida que se aproximen los últimos tiempos" (pp. 16 y 17). Y más adelante añade: "No podríamos terminar este capítulo [6] sin recordar que, para Guénon, cuanto menos se ocupe el exoterismo del esoterismo, tanto mejor. Ahora bien, hay algo que nos sorprende, y es que, desde Clemente XII [ver anexo B] hasta León XIII, todos los Papas han renovado por encíclica las condenas lanzadas contra la Masonería en 1738 [ver anexo C]. Pero el sucesor de León XIII, san Pío X, no renovó las anteriores condenas, y los pontífices que le han seguido le imitaron. Ciertamente, el artículo 1535 del Derecho Canónico subsiste siempre (y debo recordar que este libro está escrito antes de la reforma del Derecho Canónico, sobrevenida en 1982). "Pero se ha visto que su texto deja –es Denys Roman a quien de nuevo cito- el campo libre a una interpretación "laxista", y los religiosos que han sostenido esta interpretación no han sido censurados por la jerarquía. ¿Es verdaderamente deseable que la Iglesia vaya aún más lejos? Y, la situación actual, con los disgustos pero también las ventajas que implica toda ambigüedad, ¿no se corresponde en suma con el deseo expresado por Guénon?" (pp. 112 y 113).

Evidentemente, cada cual es libre de apreciar o no los discretos encantos de la ambigüedad, pero salta a la vista que afirmando públicamente, masivamente, urbi et orbe, la separación radical en el plano institucional entre el exoterismo y el esoterismo, no puede esperarse la aceptación por parte de la Iglesia de la "doble pertenencia", y tanto más cuanto que dicha separación es, se quiera o no, peyorativa para la Iglesia. Jamás debe olvidarse que aquí no estamos en el dominio de los principios, sino en el de la comprensión exterior, masiva. Es esto en el fondo lo que sentía Denys Roman, cuyo texto es anterior al año 1982, fecha de la reactualización de las condenas romanas con respecto a la Franc-Masonería.

En el epílogo de su obra, Denys Roman nos hace partícipes de las observaciones que uno de sus amigos guénonianos le hizo a propósito de su libro y de la respuesta que él le dio. El amigo guénoniano en cuestión le escribía: "¿No piensa usted que la mayoría de los masones franceses que a menudo se dicen "agnósticos" le tacharán de "dogmatismo" en razón de sus preocupaciones religiosas? ¿Y no podrían temer muchos masones católicos que su insistencia sobre el carácter esotérico e iniciático de la Masonería hace más difícil los esfuerzos que han realizado desde hace tantos años en vistas a la aproximación de la Iglesia hacia su Orden? Entre ambas tendencias opuestas, será muy pequeño el número de aquellos que estén de acuerdo con usted. En resumen, y hablando claramente, ¿qué uso hace usted de la virtud cardinal de la Prudencia?"

La respuesta de nuestro autor tiende en pocas líneas a justificar su determinación: "Tenemos conciencia de merecer tales reproches, pero, al igual que, según las Escrituras, es una "locura" que se deba preferir la sabiduría "mundana", pensamos que en la época en la que estamos, y ante los hechos que se anuncian, una cierta "prudencia" bien podría estar desprovista de utilidad alguna".

Ahora bien, dos años más tarde, reflexionando aún sobre este tema, Denys Roman consignaba sus pensamientos al respecto en el artículo de Vers la Tradition del que he hablado al principio. Para él, se trataba de la ocasión perfecta para reclinarse sobre el texto de la Declaración de la "Sagrada Congregación para la doctrina de la fe" y de constatar que, si bien el nuevo código de derecho canónico ya no contenía la excomunión de los franc-masones... dicha Declaración, en cambio, excluía de los sacramentos a todos los franc-masones... sin distinción: ateos, agnósticos, creyentes, cristianos, etc., siendo globalmente considerados como en estado de "pecado grave". Denys Roman fue llevado a deducir que "...la nueva situación es aún peor que la anterior, ya que esta vez el Papa en persona ha entrado en liza, rompiendo con una reserva que sus predecesores observaban desde hacía más de un siglo, y más precisamente desde la calamitosa encíclica Humanum Genus de León XIII, que había dado el golpe de gracia al asunto Taxil...". Por supuesto, todos sabemos que el especialista en la historia y los ritos masónicos de la revista de Guénon Les Etudes Traditionnelles estaba al corriente del resurgimiento en la Iglesia de una postura antimasónica, y ello en un medio que no solamente afectaba a la prelatura y a veces a los clérigos, sino también a altas personalidades laicas del mundo científico, médico, literario... No se borra tan fácilmente una parte todavía reciente de la historia eclesiástica, y hay toda una ética religiosa y social, heredera de la Francia de la ocupación, que pone en la picota al franc-masón, al judío, al protestante, etc. Remontando más en el tiempo, podría encontrarse muy activa, con el "affaire Dreyfus" en 1894, que una decena de años después debía terminar en sentido inverso con el "affaire des fiches", hacia 1905. En nuestros días, la "amalgama" entre masonería política, anticlericalismo, libertad sexual, laicidad combatiente, bien podría reactivar el viejo debate, que ni siquiera había sido superado, y conducir a desprecios recíprocos. Pero quizá fuera preciso descubrir una razón más misteriosa al "Non Possumus" católico, y a este propósito conviene prestar atención al siguiente pasaje del artículo de Denys Roman: "Los reproches que Roma les dirige hoy (a los franc-masones) son mucho más serios y, digámoslo claramente, nos parecen irrefutables. Pueden reducirse a dos. Primero, los Franc-Masones practican ritos que, según ellos, operan en el recipiendario una transformación no material análoga a la operada por los sacramentos. Segundo, los Franc-Masones admiten entre ellos a miembros que pertenecen a religiones no cristianas". Se habrá reconocido en la primera parte de esta crítica la tesis de Guénon sobre la transformación del ser por medio de los ritos.

Continuemos: "A estos reproches, de cuya gravedad no dudamos, pensamos que habría podido añadirse un tercero: la Masonería dispensa una enseñanza particular, que según ella se remonta a la vez a Cristo (por san Juan) y a las religiones "paganas" (a través de los misterios de la antigüedad y del pitagorismo)".

He aquí pues el punto de vista de Denys Roman, pero nuestro amigo sabía perfectamente que el frágil acuerdo establecido, por algunos, entre la Iglesia y los Franc-Masones católicos, o que se decían tales, corría el riesgo de volar en pedazos debido a los argumentos utilizados. Esto no mermaba su libertad de expresión.

De donde su siguiente conclusión:

"Algunos de nuestros amigos nos dirán quizás: "Lo que usted escribe aquí ciertamente no va a arreglar las cosas, pues se le podrá reprochar el haber interpretado, sin ninguna legitimidad, los textos sagrados de una manera diferente a como lo hacen los teólogos debidamente cualificados. Y se hará a la Masonería responsable de sus desviaciones, mientras que hubiera sido más ventajoso para ella comportarse como una simple asociación de convivencia, análoga al Rotary, a los Leones y a los Kiwanis, y no poseyendo en consecuencia ninguna vocación por esa intelectualidad a la que Guénon no distinguía de la verdadera espiritualidad".
Probablemente, nosotros mismos hubiéramos reaccionado así hace diez años. Pero hoy, a tres lustros de un "tercer milenio", del que los optimistas nos anuncian muchos bienes y los pesimistas muchos males, seríamos despreciables si no tuviéramos el coraje de decir lo que pensamos, todo lo que pensamos. Nuestro objetivo no es ordenar las cosas, pues nos hacemos de la Iglesia y de la Franc-Masonería una idea demasiado alta como para atribuir demasiada importancia a lo que bien no pudiera ser en el fondo, entre ambas "potencias", más que una especie de "coexistencia pacífica". Lo que para nosotros tiene interés es si podría establecerse entre ellas un verdadero "acuerdo sobre los principios". Y tememos que un acuerdo tal, como escribíamos en la obra de la que al inicio de este artículo hemos hablado, no pueda verdaderamente establecerse más que "en el más profundo de los valles, que es el valle de Josaphat".

Debemos ya concluir, puesto que no podemos, y yo particularmente, inmiscuirnos en un debate que nos supera ampliamente y en el que intervienen, de una y otra parte, personalidades altamente cualificadas para conocerlo. Confesamos además que una cierta imagen que nos habíamos hecho, o que en todo caso yo me había hecho, de la Franc-Masonería, se ha degradado en razón de los criterios de su admisión, a veces más cuantitativos que cualitativos, y de un "apartheid" confesional difícilmente conciliable con la naturaleza de la Orden de los Constructores, que no es Iglesia, y con el sentido profundo del Mensaje Evangélico, con las convergencias tradicionales en el Arca del Mesías noaquita, con la escatología judeo-cristiana. Albergo en la memoria las palabras de Juan Pablo II sobre "el vínculo y el patrimonio común" existente entre los judíos y los cristianos. Por ejemplo, al precisar, como en la Sinagoga de Roma el 13 de abril de 1986, que "la religión judía no nos es "extrínseca", sino que, de cierta manera, es "intrínseca" a nuestra religión. Con ella mantenemos relaciones que no tenemos con ninguna otra religión. Sois nuestros hermanos preferidos, y, en cierto modo, podría decirse que sois nuestros hermanos mayores".

En la memoria tengo su proclamación de la unidad del monoteísmo y de la fraternidad de las religiones nacidas de Abraham, o sus homilías en Extremo Oriente magnificando la serenidad espiritual del Budismo. Sí, la Iglesia se abría a lo Universal en el Arca de Cristo, mientras que la Masonería se cerraba a menudo con respecto a la confesión. De hecho, la Iglesia católica –luego "Universal"- ¿no es la imagen de la Virgen María, hija de Israel, sobre la que descansa el Espíritu "que sopla donde quiere", y no a merced de nuestras posesiones, de nuestras herencias y elecciones? El espíritu ignora la cárcel de los textos y las barreras erigidas por las "tradiciones de los hombres", por hablar en el lenguaje de san Pablo. Esto induce a la reflexión.

¿Qué decir ahora de la opinión de la Iglesia sobre los tipos de masonería y sobre las posibilidades de entendimiento con una u otra de estas masonerías? Podría medirse su alcance releyendo la entrevista ofrecida al Cahier de l’Herne sobre Guénon por E. Poulat, director de Investigaciones en el CNRS de la Escuela Práctica de Estudios Superiores. E. Poulat arroja luz sobre otras confusiones y ofrece sus razones. Cito: "el rechazo sistemático y definitivo de lo que representa Guénon y la Masonería creyente por parte de la Iglesia, que no hace diferencias entre una y otra masonería, entre la creyente y la no creyente". Como dice Emile Poulat, "no se para en el detalle, no reconoce la diferencia". "Para Roma –prosigue Emile Poulat- la oposición entre ambas masonerías es percibida como secundaria y derivada, no afecta a su denominador común, a su anti-cristianismo original". Por ello entendemos su interpretación del Cristianismo a la luz de Guénon y también el concepto de iniciación y de esoterismo.

En tales condiciones, podría pensarse que en la Franc-Masonería son finalmente los "guénonianos" los menos aptos para intervenir en las eventuales relaciones con las autoridades religiosas, lo que por otra parte podrían confirmar algunas iniciativas del pasado.

Pero atención a la aparición de otra confusión. En efecto, ¿puede hablarse de los "guénonianos" como de un grupo uniforme? Ciertamente, muchos son los rasgos comunes a ese conjunto denominado "guénoniano". En primer lugar la lectura de la obra, la comprensión en la medida de lo posible y la adhesión a una Welt-Anschauung tradicional, pero más allá no existe uniformidad disciplinar del pensamiento interpretativo, y Guénon jamás ha querido tener discípulos, como se sabe. Recordemos lo que escribía ya en Le Voile d’Isis en noviembre de 1932:
"Rogamos a los lectores tener presente:

1º. Que no habiendo jamás tenido discípulos, y habiendo siempre rechazado el tenerlos, no autorizamos a nadie a adoptar esta cualidad o a atribuirla a otros, y oponemos el más formal desmentido a toda afirmación contraria, pasada o futura...".

En suma, Guénon afirma con rigor que de ninguna manera es el jefe de la "Escuela guénoniana", y Charles-André Gillis, en su reciente obra titulada Introduction a l’enseignement et au mystère de Guénon [7], lo confirma con esta nota:

"Toda la obra de Guénon tiene por objeto el hacer tomar conciencia a sus lectores de la realidad y de las exigencias de la Tradición. No ha reivindicado para sí mismo más que la función de intérprete y de portavoz. Jamás ha pretendido sustituir su enseñanza a la de las formas providencialmente instituidas por la Sabiduría divina".

Una vez aportadas todas estas precisiones, respondemos a la pregunta: "¿puede existir, en el nivel del magisterio romano, una actitud más comprensiva con respecto a los franc-masones católicos?". No podemos sino formular hipótesis.

En principio, es exacto que un verdadero acuerdo no será realizado más que al final de los tiempos, cuando todo sea reducido a la unidad, cuando todas las especies santas hayan entrado en el Arca del Mesías. Después, es evidente que en el presente estado de las relaciones sería vano acudir al esoterismo o al exoterismo para terminar en ese acuerdo, pues son muchas las confusiones.

El esoterismo no es el producto ni de un grupo, ni de una secta, sino que depende de una perspectiva interior y contemplativa. Podría decirse que la enseñanza exterior y visible corresponde al exoterismo, y que la contemplación interior, invisible, inexpresable, y por ello secreta, depende del esoterismo. Es lo que indica el Salmo 19: "El día instruye al día, y la noche da conocimiento a la noche". Existe, entre el exoterismo y el esoterismo, una diferencia profunda de naturaleza, análoga a la del día y la noche, a la de la enseñanza y el conocimiento. En fin, no podría identificarse de manera pueril el punto de vista esotérico verdadero con el de todos los franc-masones, ni restringir el punto de vista exotérico con el de todos los católicos.

Entonces, teniendo en cuenta todo esto, debe admitirse que si actualmente no se desea crear nuevas confusiones, nuevos bloqueos y malentendidos, conviene permanecer interiormente como "esperando contra toda esperanza" (Romanos, IV, 18), pues, según una bella divisa de ese admirable monumento de Fe que es el Rito Escocés Rectificado, "En el Silencio y la Esperanza está nuestra Fuerza", divisa extraída de Isaías (Vulgata, XXX, 15). Los operativos hubieran añadido: "En El-Schaddaï está toda nuestra esperanza", pues, si El-Schaddaï es el Padre, la esperanza concierne al "Mundo que viene", y en él el Cristo Mesías es el "Pater Futuri Saeculi". Luego conviene permanecer en la unidad de aquel que reabsorbe "por arriba" las divisiones y las contradicciones, de Aquel que dice por siempre: "Escucha, Israel, el Eterno, nuestro Dios. El Eterno es UNO". Es un testimonio de Fe de esta profesión judeo-cristiana. En fin, masones y católicos tienen en común un Tesoro de inagotable riqueza: el Dios Omnipotente y Eterno, y también la lengua universal de los símbolos, la escatología, los fines últimos del hombre y del mundo, la evocación de la Jerusalén Celestial, la unidad en el Arca noaquita y abrahámica, la referencia a Melkisedek, Sacerdote del Altísimo, Rey de Justicia y de Paz, los Templos de Israel y del Cristianismo, la Sagrada Escritura, alimento del Corazón y del Espíritu y sustancia de los rituales. Esto hace mucho, mucho más que las incomprensiones recíprocas, los temores o las sospechas no menos recíprocas... A aquellos a quienes inquietan las relaciones entre la Iglesia y la Masonería, estaríamos tentados de decirles con Cristo: "¿De qué teméis, oh hombres de poca fe?" (san Mateo, VIII, 26), y a aquellos que se desalientan ante la aparición de nuevos obstáculos: "No andéis, pues, acongojados por el día de mañana, que el día de mañana harto cuidado traerá por sí; bástale ya a cada día su propio afán" (san Mateo, VI, 34).

Un tesoro común del que hasta ahora no se ha sacado más que lo "antiguo" con respecto al plano de las posibilidades, y del cual, en previsión de un futuro encuentro, último quizá, deberá sacarse también lo "Nuevo". Basta ya de discusiones (iba a decir de coloquios, pero no quisiera), y más profundización en el "Espíritu". Citaré una vez más a san Mateo (XV, 32): "Todo doctor bien instruido en lo que mira al reino de los cielos es semejante a un padre de familia que va sacando de su repuesto cosas nuevas y cosas antiguas" = Nova et Vetera.

Un tesoro común que comienza en la visión simbólica del cosmos transfigurado, mensaje inteligible dado por el hombre de la Edad Media a nuestros contemporáneos. Ha llegado el momento de obrar, en el sentido que nuestro amigo Paul Barba-Negra, y otros con él, ha dado al redescubrimiento de la historia de Dios en sus relaciones con los hombres y en la catedral de piedras talladas, lugar de oración, pero también instrumento de conocimiento divino, representación del Libro de Vida y Liber Mundi. He aquí el secreto del acuerdo entre las dos tradiciones, la del sacerdocio y la de los constructores; en él reside la superación de las contradicciones mentales y de las confusiones; en el estalla el grito de amor de santa Teresa de Ávila, "sólo Dios basta", y que responde a la orden del "Schéma Israël", "un sólo Dios, o sólo Dios", ese depósito fundamental de los dos Testamentos según la fórmula de Juan Pablo II (25 de julio de 1985).

Sin duda, habíamos –o hemos ya- presentido esto entre 1948 y 1965, es decir, cuando apareció ese libro del que se ha recordado el título hace un momento, dedicado al simbolismo masónico y a la tradición cristiana [8]. Desde 1982 todo se ha desagregado, dislocado, exteriormente, pero, ¿qué puede esto? La potencia de Dios irrumpe en los gérmenes, en los pequeños restos, allí donde se derrama la gracia. "Bástate mi gracia, porque el poder mío brilla y consigue su fin por medio de la flaqueza" (II Corintios, XII, 9). Es necesario entonces encontrar la fuerza para proseguir a pesar de la adversidad y de los fracasos, a pesar de lo que yo llamaría "la lógica de las imposibilidades" de la perspectiva humana.

Está escrito en san Marcos (X, 27):

"Jesús, fijando en ellos la vista, les dijo: A los hombres es esto imposible, mas no a Dios; pues para Dios todas las cosas son posibles".

Notas:
[1] A propos d’une récente décision romaine, nº 9 y 10 (marzo-junio de 1984).
[2] Ver anexo A, "Declaración de 1983".
[3] Publicado en la Documentation Catholique, nº 1807 del 3 de mayo de 1981.
[4] Recuerdo que esta carta data de 1948, bajo el pontificado de Pio XII, en consecuencia.
[5] Les éditions de l’Oeuvre, París, 1982.
[6] Titulado precisamente "A propos des rapports entre l’Eglise et la Maçonnerie".
[7] Edit. De l’Oeuvre, p. 104, París, 1986.
[8] Symbolisme maçonnique et tradition chrétienne, París, Dervy-Livres, 1965, 1983.

ANEXO A

Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.

Texto íntegro: "La Declaración de 1983".

"Se ha preguntado si el juicio de la Iglesia sobre las asociaciones masónicas ha cambiado, ya que en el nuevo Código de derecho canónico no se hace mención expresa a ellas, como en el Código anterior.

Esta Sagrada Congregación está en condiciones de responder que una tal circunstancia es debida al criterio adoptado en la redacción, que lo ha sido también para otras asociaciones igualmente no mencionadas por estar incluidas en categorías más amplias.

El juicio negativo de la Iglesia sobre las asociaciones masónicas permanece entonces sin cambios, porque sus principios siempre han sido considerados como inconciliables con la doctrina de la Iglesia, y la inscripción en estas asociaciones continúa estando prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenecen a las asociaciones masónicas se encuentran en estado de pecado grave y no pueden acceder a la santa comunión.

Las autoridades eclesiásticas locales no tienen competencia para pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas mediante un juicio que implicaría una derogación de lo que ha sido afirmado aquí, en la línea de la declaración de esta Sagrada Congregación del 17 de febrero de 1981 (cf. AAS 73, 1981, p. 240-241).

El Soberano Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia acordada al cardenal prefecto abajo firmante, ha aprobado esta declaración, que había sido deliberada en reunión ordinaria de la Congregación, y ha ordenado su publicación".

En Roma, en la sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el 26 de noviembre de 1983.

Joseph, card. Ratzinger.

Prefecto Jérôme Hamer, OP, secretario.


Esta Declaración se inspira en un documento contra la Masonería redactado por los obispos alemanes titulado Declaración de la Conferencia Episcopal alemana sobre la pertenencia de los católicos a la Masonería, promulgado en Würzburg el 28 de abril de 1980. Tal documento, a su vez, se remite a la Encíclica Humanum Genus de León XIII (20 de abril de 1884) y a la Carta al pueblo italiano (8 de diciembre de 1892) en la que el mismo pontífice escribía: "Recordemos que el Cristianismo y la Masonería son esencialmente inconciliables, puesto que inscribirse en una significa separarse de la otra".

ANEXO B.

Bula In Eminenti de Clemente XII contra los masones, 2 de abril de 1738. Archivio Segreto Vaticano, Bandi sciolti, serie I, 35.

Primer documento pontificio por el que se condena la Sociedad o Conventículos de los Liberi Muratori o Francs-Massons bajo pena de excomunión ipso facto incurrendae cuya absolución queda reservada al Sumo Pontífice excepto en caso de muerte.

Roma, 2 de abril de 1738.

Clemente, siervo de los siervos de Dios, a todos los fieles de Jesucristo, salud y bendición apostólica.

Elevado por la providencia Divina al grado más superior del Apostolado, aunque muy indigno de él, según el deber de la vigilancia pastoral que se nos ha confiado, hemos, constantemente secundado por la gracia divina, llevado nuestra atención con todo el celo de nuestra solicitud, sobre lo que se puede, cerrando la entrada a los errores y a los vicios, servir a conservar, sobre todo, la integridad de la religión ortodoxa, y a desterrar del mundo católico, en estos tiempos tan difíciles, los peligros de las perturbaciones.

También hemos llegado a saber aun por la fama pública, que se esparcen a lo lejos, haciendo nuevos progresos cada día, ciertas sociedades, asambleas, reuniones, agregaciones o conventículos, llamados vulgarmente de francmasones o bajo otra denominación, según la variedad de las lenguas, en las que hombres de toda religión y secta, afectando una apariencia de honradez natural, se ligan el uno con el otro con un pacto tan estrecho como impenetrable según las leyes y los estatutos que ellos mismos han formado y se obligan por medio de juramento prestado sobre la Biblia y bajo graves penas a ocultar con un silencio inviolable, todo lo que hacen en la oscuridad del secreto.

Pero como tal es la naturaleza del crimen, que se descubre a sí mismo, da gritos que lo manifiestan y lo denuncian; de ahí, las sociedades o conventículos susodichos han dado origen a tan fundadas sospechas en el espíritu de los fieles, que el alistarse en estas sociedades es para las personas honradas y prudentes contaminarse con el sello de la perversión y de la maldad; y esta sospecha ha tomado tanto cuerpo, que en muchos estados estas mencionadas sociedades han sido ya hace mucho tiempo proscritas y desterradas como contrarias a la seguridad de los reinos.

Por esto, reflexionando nosotros sobre los grandes males que ordinariamente resultan de esta clase de asociaciones o conventículos, no solamente para la tranquilidad de los estados temporales, sino también para la salud de las almas, y que por este motivo de ningún modo pueden estar en armonía con las leyes civiles y canónicas; y como los oráculos divinos nos imponen el deber de velar cuidadosamente día y noche como fiel y prudente servidor de la familia del Señor, para que esta clase de hombres, lo mismo que los ladrones, no asalten la casa y como los zorros no trabajen en demoler la viña, no perviertan el corazón de los sencillos, y no los traspasen en el secreto de sus dardos envenenados; para cerrar el camino muy ancho que de ahí podría abrirse a las iniquidades, y que se cometerían impunemente, y por otras causas justas y razonables conocidas de Nos, siguiendo el parecer de muchos de nuestros venerables hermanos cardenales de la Santa Iglesia romana y de nuestro propio movimiento de ciencia cierta, después de madura deliberación, y de nuestro pleno poder apostólico, hemos concluido y decretado condenar y prohibir estas dichas sociedades, asambleas, reuniones, agregaciones o conventículos llamados de francmasones, o conocidos bajo cualquiera otra denominación, como Nos los condenamos, los prohibimos por Nuestra presente Constitución valedera para siempre.

Por eso prohibimos seriamente, y en virtud de la santa obediencia, a todos y a cada uno de los fieles de Jesucristo de cualquier estado, gracia, condición, rango, dignidad y preeminencia que sean, laicos o clérigos, seculares o regulares, aun los que merezcan una mención particular, osar o presumir bajo cualquier pretexto, bajo cualesquiera color que éste sea, entrar en las dichas sociedades de francmasones, o llamadas de otra manera, o propagarlas, sostenerlas o recibirlas en su casa o darles asilo en otra parte, y ocultarlas, inscribirse, agregarse y asistir o darles el poder o los medios de reunirse, suministrarles cualesquiera cosa, darles consejo, socorro o favor abierta o secretamente, directa o indirectamente por sí o por medio de otros de cualquiera manera que esto sea, como también exhortar a los demás, provocarlos, obligarlos o hacerse inscribir en esta clase de sociedades, a hacerse miembros y asistir a ellas, ayudarlos y mantenerlos de cualquiera manera que esto sea o aconsejárselas, pero nosotros les ordenamos en absoluto que se abstengan enteramente de estas clases de sociedades, asambleas, reuniones, agregaciones o conventículos, esto bajo pena de excomunión en que incurren todos contraviniendo como arriba queda dicho, por el hecho y sin otra declaración de la que nadie puede recibir el beneficio de la absolución por otro sino por Nos o por el Pontífice romano que entonces exista, a no ser en el artículo de la muerte.

Queremos además y mandamos que tanto los Obispos y prelados superiores y otros ordinarios de los lugares, que todos los inquisidores de la herejía se informen y procedan contra los transgresores de cualquiera estado, grado, condición, rango, dignidad o preeminencia que sean, los repriman y los castiguen con las penas merecidas como fuertemente sospechosos de herejía; porque nosotros les damos, y a cada uno de ellos, la libre facultad de informar y de proceder contra los dichos transgresores, de reprimirlos y castigarlos con las penas merecidas, aun invocando para este efecto, si necesario fuere, el auxilio del brazo secular. Asimismo la mano de un Notario público y selladas con el sello de una persona constituida en dignidad eclesiástica, se dé el mismo crédito que se daría a las presentes, si fuesen representadas en el original.

Que no sea permitido a hombre alguno infringir o contrariar por una empresa temeraria esta Bula de nuestra declaración, condenación, mandamiento, prohibición e interdicción, si alguno presume atentar contra ella sepa que incurrirá en la indignación de dios Todopoderoso y de los Bienaventurados Apóstoles San Pedro y San Pablo.

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, el año de la Encarnación de N. S. MDCCXXXVIII, el IV de las Calendas de mayo, VIII año de Nuestro Pontificado.

ANEXO C.

La relación de estos Papas es la siguiente:

Clemente XII (Lorenzo Corsini, 1730-40)
Benedicto XIV (Próspero Lambertini, 1740-58)
Clemente XIII (Carlos Rezzonico, 1758-69)
Clemente XIV (Lorenzo Ganganelli, 1769-74)
Pío VI (Juan Ángel Braschi, 1775-99)
Pío VII (1800-23)
León XII (Aníbal della Genga, 1823-29)
Pío VIII (1829-30)
Gregorio XVI (Mauro Capellari, 1830-46)
Pío IX (Juan, Conde de Mastai-Ferretti, 1846-78)
León XIII (Conde Vicente Joaquín Pecci, 1878-1903)

Con respecto a Pío IX (Giovanni María Mastai-Ferretti, nacido en Sinigaglia en 1798 y Papa a los 48 años), disponemos de un curioso documento inédito –de cuya autenticidad no nos pronunciamos- en el que consta lo siguiente:

"En el mes de agosto del año 1839 (e.·. v.·.), (...) Giovanni María Mastai-Ferretti fue iniciado en la Resp.·. Log.·. ETERNA CATENA en el Or.·. de Palermo. Siete años más tarde, en el año 1846, Giovanni María Mastai-Ferretti fue elegido Papa, ejerciendo su pontificado hasta el año 1878".

El mismo documento reproduce su Acta de iniciación en la Orden Masónica:

"Or.·. de Nuremberg, Logia "Fidelidad Germánica", hija de la Gran Logia de Baviera, constitución de la Gran Logia Madre "Zunden Dreikugeln" (A "Los Tres Globos", en Berlín).

Consta en el Archivo bajo el nº 15.715 el siguiente documento certificado y autorizado en debida forma, escrito en italiano, unido con el Gran Sello de la Gran Logia "Luce Perpetus" de Nápoles:

Logia Masónica ETERNA CATENA, en Palermo.

Nos, CCC Ddigs.·, y OOFF.·. de los tres primeros grados masónicos de San Juan, certificamos, en el nombre del Supremo Maestro que todo lo dirige, que hoy, en la presente fecha, a las doce horas de la noche, hemos recibido en esta Logia al H.·. Giovanni Ferretti Mastai, nacido en los Estados Pontificios (Roma) y que ha prestado el juramento de ser fiel a nuestra Institución y no pertenecer a ninguna sociedad secreta sino a nuestra Logia, así como que pagó los derechos de su iniciación.

Por lo tanto, recomendamos a todas las Logias masónicas regulares del mundo que lo reconozcan como verdadero masón regular, recibido en una Logia justa y perfecta, para que le presten las atenciones que son de orden.

Expedimos y firmamos este documento en Palermo, en el año profano y civil de 1839, en la primera quincena del mes de agosto.

Ne Varietur.

Firmado:

Giovanni Ferretti Mastai

El Ven.·. de la Logia, Mateo Giova.

El Secretario de la Logia, Pablo Dublessi.

El Gran Maestro de la Resp.·. Gran Logia de Nápoles, Sixto Caloso.

Certifico ser verdaderamente exacto cuanto se afirma más arriba y que consta en el archivo este documento bajo el nº indicado.

Firmado:



Guillermo de Willelsborg, Gran Maestro de la Gran Logia de Baviera, Príncipe de Baviera".