miércoles, 24 de febrero de 2016

Queridos Hermanos Masones; por Gianfranco Ravassi

         
     S. E. R. Gianfranco Ravassi es Cardenal de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura y de la Pontificia Comisión de Arquelología Sagrada. Miembro de la Congregación para la Educación Católica y los Consejos Pontificios para el Diálogo Interreligioso.

         
   Creemos importante la publicación de la traducción del artículo del Cardenal Ravassi, publicado recientemente en el diario italiano Il Sole 24 Ore, por la significación de su autor, un miembro señalado de la Curia romana. Si bien, como se verá, no pretende contradecir el actual juicio negativo, desde el punto de vista doctrinal, de la jerarquía católica sobre la masonería en su aspecto hermenéutico, ritual y simbólico (dejando claro que éste no es unívoco), al menos hace un llamamiento hacia la superación de enfrentamientos y agravios pasados, y a la colaboración en los valores que puedan ser compartidos por ambas instituciones, dejando a un lado, felizmente, la absurdas injurias e insultos que parten de forma gratuita y obsesiva desde sectores integristas y neoconservadores de la propia Iglesia Católica. Lástima que el Cardenal Ravassi no dé cuenta del indulto que otro miembro de la Curia romana, el Cardenal Seper, Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1968 hasta 1981, emitió, durante la vigencia del Código de Derecho Canónico de 1917, para aquellos masones católicos de los países escandinavos que formasen parte de Obediencias masónicas que no fuesen contra los dogmas o principios de la Iglesia Católica, en particular los adheridos al Rito Sueco, de filiación cristiana: ver aquí.

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«Leía hace algún tiempo en una revista americana que la bibliografía internacional sobre la masonería supera los cien mil títulos. A este interés contribuye ciertamente el aura de secretismo y de misterio que, con mayor o menor razón, envuelve en una especie de niebla las diversas “obediencias” y los “ritos” masónicos, por no hablar de su misma génesis, que según la historiadora inglesa Frances Yates, “es uno de los problemas más discutidos y discutibles en todo el campo de la investigación histórica” (curiosamente el ensayo de la escritora estaba dedicado al Iluminismo de los Rosa- Cruz, traducido por Einaudi en 1976) No queremos obviamente adentrarnos en ese archipiélago de “logias”, de “orientes”, de “artes”, de “afiliaciones” y de denominaciones, cuya historia con frecuencia se ha entrelazado -para bien y para mal- con la política de muchas naciones (pienso, por ejemplo, en el Uruguay donde he participado recientemente en varios diálogos con exponentes de la sociedad y de la cultura de tradición masónica), así como no es posible trazar líneas de demarcación entre la auténtica, la falsa, la degenerada, o la paramasonería y los varios círculos esotéricos o teosóficos.

Arduo es dibujar un mapa de la ideología que rige un universo tan fragmentario, para el cual se puede quizás hablar de un horizonte y de un método más que de un sistema doctrinal codificado. En el interior de este ámbito fluido se encuentran algunas encrucijadas bastante delineadas, como una antropología basada sobre la libertad de conciencia y de inteligencia y sobre la igualdad de derechos, y un deísmo que reconoce la existencia de Dios dejando sin embargo variables las definiciones de su identidad. Antropocentrismo y espiritualismo son, por lo tanto, dos recorridos bastante desarrollados dentro de un mapa muy variable y movedizo que no estamos en situación de esbozar de modo riguroso.

Nosotros, no obstante, nos contentamos con señalar un interesante librito que tiene una finalidad muy circunscrita, el de definir la relación entre masonería e Iglesia católica. Entendámonos ante todo: no se trata de un análisis histórico de esta relación, ni de las eventuales contaminaciones entre los dos sujetos. Es en efecto evidente que la masonería ha asumido modelos cristianos incluso litúrgicos. No debe olvidarse, por ejemplo, que en el Seiscientos muchas logias inglesas reclutaban miembros y maestros entre el clero anglicano, hasta el punto de que una de las primeras y fundamentales “constituciones” masónicas fue redactada por el pastor presbiteriano.

James Anderson, muerto en 1739. En ella, entre otras cosas, se afirmaba que un adepto “no será nunca un estúpido ateo ni un libertino irreligioso”. Aunque el credo propuesto era finalmente lo más vago posible, “el de una religión sobre la que todos los hombres están de acuerdo”.

Ahora bien, la oscilación de los contactos entre Iglesia católica y masonería tuvo movimientos muy variados, llegando también a una evidente hostilidad, marcada por el anticlericalismo de una parte y las excomuniones de otra. En efecto, el 28 de abril de 1738, el papa Clemente XII, el florentino Lorenzo Corsini, promulgaba el primer documento explícito sobre la masonería, la Carta apostólica In eminenti apostolatus specula en la cual declaraba “deberse condenar y prohibir... la antedicha Sociedad, Uniones, Reuniones, Agregaciones o Conventículos de los Libres Constructores y de los Francmasones o con cualquier otro nombre denominados”. Una condena reiterada por los sucesivos pontífices, desde Benedicto XIV hasta Pío IX y León XIII, que afirmaba la incompatibilidad entre la pertenencia a la Iglesia católica y la obediencia masónica. Lapidario era el Código de Derecho Canónico del 1917 cuyo canon 2335 rezaba: “Quien se inscribe en la secta masónica o en otras asociaciones del mismo género que traman contra la Iglesia y las legítimas autoridades civiles, incurre ipso facto en la excomunión reservada simpliciter a la Santa Sede”.

El nuevo Código de 1983 atemperó la fórmula, evitando la referencia explícita a la masonería, conservando la sustancia de que la pena está destinada también en un sentido más general a “quien da el nombre a una asociación que conspira contra la Iglesia” (canon 1374). Pero el texto eclesial más articulado sobre lo inconciliable entrela adhesión a la Iglesia católica y a la masonería es la Declaratio de associationibus massonicis emanada de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe el 26 de noviembre de 1983, con la firma del Prefecto de entonces, el cardenal Joseph Ratzinger. Ella precisaba precisamente el valor del aserto del nuevo Cógigo de derecho Canónico reafirmando que permanecía “sin cambio el juicio de la Iglesia con respecto a las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia y por ello la inscripción en aquellas sigue prohibida”.

El librito al cual ahora remitimos es interesante porque adjunta -además de una introducción del actual Prefecto de la Congregación cardenal Gerhard Müller -sea dos artículos de comentario a esta Declaratio publicados por entonces en el Osservatore Romano y en la Civiltà Cattolica, sea dos documentos de otros tantos episcopados locales, la Conferencia episcopal alemana (1980) y la de Filipinas (2003). Se trata de textos significativos porque afrontan las razones teóricas y prácticas de la inconciliabilidad entre masonería y catolicismo, como los conceptos de verdad, de religión, de Dios, del hombre y del mundo, la espiritualidad, la ética, la ritualidad, la tolerancia. Es particularmente significativo el método adoptado por los obispos filipinos que articulan su discurso a través de tres trayectorias: la histórica, la más explícitamente doctrinal y la de las orientaciones pastorales. Todo está presentado según el género catequético de preguntas-respuestas: son 47 y permiten entrar también en las particularidades, como la ceremonia de iniciación, los símbolos, el uso de la Biblia, las relaciones con las demás religiones, el juramento de fraternidad, los grados jerárquicos, etc.


Estas diversas declaraciones de incompatibilidad entre las dos pertenencias no impiden, sin embargo, el diálogo como se firma explícitamente en el documento de los obispos alemanes que ya entonces hacían un elenco de ámbitos específicos a comparar como la dimensión comunitaria, la beneficencia, la lucha contra el materialismo, la dignidad humana, el conocimiento recíproco. Se debe, además, superar esa actitud de ciertos ambientes integristas católicos que -para atacar a algunos exponentes también jerárquicos de la Iglesia, que no les agradan- recurrían al arma de la acusación apodíctica de pertenencia masónica. En conclusión, como escribían ya los obispos de Alemania, hay que ir más allá “de la hostilidad, ultrajes, prejuicios” recíprocos, porque “respecto a los siglos pasados hemos mejorado y cambiado el tono, el nivel y el modo de manifestar las diferencias” que también permanecen claramente.»


Para ver el artículo en el original italiano pinchar aquí.