domingo, 14 de septiembre de 2014

Localización de los Centros Espirituales; por René Guénon

       
      Capítulo XI de El Rey del Mundo -Le Roy du Monde-, 1927.

En lo que precede, hemos dejado casi enteramente de lado la cuestión de la localización efectiva de la «región suprema», cuestión muy compleja, y por lo demás completamente secundaria desde el punto de vista en que hemos querido colocarnos. Parece que haya lugar a considerar varias localizaciones sucesivas, correspondientes a diferentes ciclos, subdivisiones de otro ciclo más extenso que es el Manvantara; por lo demás, si se considera el conjunto de éste poniéndose en cierto modo fuera del tiempo, habría que considerar un orden jerárquico entre estas localizaciones, orden que corresponde a la constitución de formas tradicionales que no son en suma más que adaptaciones de la tradición principal y primordial que domina todo el Manvantara. Por otra parte, recordaremos todavía una vez más que puede también haber simultáneamente, además del centro principal, varios centros que se vinculan a él y que son como otras tantas imágenes suyas, lo que es una fuente de confusiones bastante fáciles de cometer, tanto más cuanto que estos centros secundarios, al ser más exteriores, son por eso mismo más visibles que el centro supremo [1].

Sobre este último punto, ya hemos hecho notar en particular la similitud de Lhassa, centro del Lamaísmo, con el Agarttha; agregaremos ahora que, incluso en Occidente, se conocen todavía al menos dos ciudades cuya disposición topográfica presenta particularidades que, en el origen, han tenido una razón de ser semejante: Roma y Jerusalén (y ya hemos visto más atrás que esta última era efectivamente una imagen visible de la misteriosa Salem de Melki-Tsedeq). En efecto, así como ya lo hemos indicado más atrás, había en la antigüedad lo que se podría llamar una geografía sagrada, o sacerdotal, y la posición de las ciudades y de los templos no era arbitraria, sino determinada según leyes muy precisas [2]; por esta observación se pueden presentir los lazos que unían el «arte sacerdotal» y el «arte real» al arte de los constructores [3], así como las razones por las que las antiguas corporaciones estaban en posesión de una verdadera tradición iniciática [4]. Por lo demás, entre la fundación de una ciudad y la constitución de una doctrina (o de una nueva forma tradicional, por adaptación a condiciones definidas de tiempo y de lugar), había una relación tal que la primera era frecuentemente tomada para simbolizar a la segunda [5]. Naturalmente, se debía recurrir a precauciones especiales cuando se trataba de fijar el emplazamiento de una ciudad que estaba destinada a devenir, bajo una relación u otra, la metrópoli de toda una parte del mundo; y los nombres de las ciudades, así como lo que se refiere a las circunstancias de su fundación, merecerían ser examinados cuidadosamente bajo este punto de vista [6].

Sin extendernos sobre estas consideraciones que no se refieren más que indirectamente a nuestro tema, diremos también que un centro del género de aquellos de los que acabamos de hablar existía en Creta en la época prehelénica [7], y que parece que Egipto haya contado con varios de ellos, probablemente fundados en épocas sucesivas, como Menfis y Thebas [8]. El nombre de esta última ciudad, que fue también el de una ciudad griega, debe retener más particularmente nuestra atención, como designación de centros espirituales, en razón de su identidad manifiesta con el de la Thebah hebraica, es decir, con el del Arca del diluvio. Éste es también una representación del centro supremo, considerado especialmente en tanto que asegura la conservación de la tradición, en el estado de repliegue en cierto modo [9], en el periodo transitorio que es como el intervalo de dos ciclos y que está marcado por un cataclismo cósmico que destruye el estado anterior del mundo para hacer lugar a un estado nuevo [10]. El papel del Noah bíblico [11] es semejante al que desempeña en la tradición hindú Satyavrata, que deviene después, bajo el nombre de Vaivaswasta, el Manu actual; pero hay que destacar que, mientras que esta última tradición se refiera así al comienzo del presente Manvantara, el diluvio bíblico marca solo el comienzo de otro ciclo más restringido, comprendido en el interior de este mismo Manvantara [12]; no se trata del mismo acontecimiento, sino solo de dos acontecimientos análogos entre ellos [13].

Lo que es también muy digno de ser notado aquí, es la relación que existe entre el simbolismo del Arca y el del arcoiris, relación que está sugerida, en el texto bíblico, por la aparición de este último después del diluvio, como signo de la alianza entre Dios y las criaturas terrestres [14]. El Arca, durante el cataclismo, flota sobre el Océano de las aguas inferiores; el arcoiris, en el momento que marca el restablecimiento del orden y la renovación de todas las cosas, aparece «en la nube», es decir, en la región de las aguas superiores. Por consiguiente, se trata de una relación de analogía en el sentido más estricto de esta palabra, es decir, que las dos figuras son inversas y complementarias la una de la otra: la convexidad del Arca está vuelta hacia abajo, la del arcoiris hacia arriba, y su reunión forma una figura circular o cíclica completa, figura de la que son como las dos mitades [15]. Esta figura estaba en efecto completa en el comienzo del ciclo: es la sección vertical de una esfera cuya sección horizontal es representada por el recinto circular del Paraíso terrestre [16]; y éste está dividido por una cruz que forman los cuatro ríos salidos de la «montaña polar» [17]. La reconstitución debe operarse al final del mismo ciclo; pero entonces, en la figura de la Jerusalén celeste, el círculo está reemplazado por un cuadrado [18], y esto indica la realización de lo que los hermetistas designaban simbólicamente como la «cuadratura del círculo»: la esfera, que representa el desarrollo de las posibilidades por la expansión del punto primordial y central, se transforma en un cubo cuando este desarrollo está acabado y cuando se alcanza el equilibrio final para el ciclo considerado [19].

Notas:
[1] Según la expresión que Saint-Yves toma al simbolismo del Tarot, el centro supremo es, entre los demás centros, como «el cero cerrado de los veintidós arcanos».
[2] El Timeo de Platón parece contener, bajo una forma velada, algunas alusiones a la ciencia de que se trata.
[3] Se recordará aquí lo que hemos dicho del título de Pontifex; por otra parte, la expresión de «arte real» ha sido conservada por la Masonería moderna.
[4] En los Romanos, Janus era a la vez el dios de la iniciación a los Misterios y el de las corporaciones de artesanos (Collegia fabrorum); hay en esta doble atribución un hecho particularmente significativo.
[5] Citaremos como ejemplo el símbolo de Anfión al construir los muros de Thebas con los sonidos de su lyra; se verá enseguida lo que indica el nombre de esta ciudad de Thebas. Se sabe cuánta importancia tenía la lyra en el Orfismo y el Pitagorismo; hay que indicar que, en la tradición china, se trata frecuentemente de instrumentos de música que desempeñan un papel similar, y es evidente que lo que se dice de ellos debe entenderse simbólicamente.
[6] En lo que concierne a los nombres, se habrán podido encontrar algunos ejemplos en lo que precede, concretamente para aquellos que se vinculan a la idea de blancura, y vamos a indicar todavía algunos otros. Habría que decir mucho también sobre los objetos sagrados a los cuales estaban ligadas, en algunos casos, el poder y la conservación misma de la ciudad: tal era el legendario Palladium de Troya; tales eran también, en Roma, los escudos de los Salios (de los que se decía que habían sido tallados en un aerolito de los tiempos de Numa; el Colegio de los Salios se componía de doce miembros); estos objetos eran soportes de «influencias espirituales» como el Arca de la Alianza en los hebreos.
[7] El nombre de Minos es por sí mismo una indicación suficiente a este respecto, como el de Ménès en lo que concierne a Egipto; remitimos también, en cuanto a Roma, a lo que hemos dicho de Numa, y recordaremos la significación del de Shlomoh para Jerusalem. — A propósito de Creta, señalamos de pasada el uso del Laberinto, como símbolo característico, por los constructores de la edad media; lo más curioso  es que el recorrido del Laberinto trazado sobre el enlosado de algunas iglesias era considerado como reemplazando al peregrinaje a Tierra Santa para aquellos que no podían cumplirlo.
[8] Se ha visto también que Delfos había desempeñado este papel para Grecia; su nombre evoca el del delfín, cuyo simbolismo es muy importante. — Otro nombre destacable es Babilonia: Bab-Ilu significa «puerta del Cielo», lo que es una de las cualificaciones aplicadas por Jacob a Luz; por lo demás, puede tener también el sentido de «casa de Dios», como Beith-El; pero deviene sinónimo de «confusión» (Babel) cuando se pierde la tradición: es entonces la inversión del símbolo, la Janua Inferni que toma el lugar de la Janua Coeli.
[9] Este estado es asimilable al que representa para el comienzo de un ciclo el «Huevo del Mundo», que contiene en germen todas las posibilidades que se desarrollarán en el curso del ciclo; el Arca contiene del mismo modo todos los elementos que servirán a la restauración del mundo, y que son así los gérmenes de su estado futuro.
[10] Es también una de las funciones del «Pontificado» asegurar el paso o la transmisión tradicional de un ciclo a otro; la construcción del Arca tiene aquí el mismo sentido que la de un puente simbólico, ya que ambos están destinados igualmente a permitir el «paso de las aguas», que tiene por lo demás significaciones múltiples.
[11] Se observará también que Noé es designado como habiendo sido el primero que plantó la viña (Génesis, IX, 20), hecho que hay que aproximar a lo que hemos dicho más atrás sobre la significación simbólica del vino y su papel en los ritos iniciáticos, a propósito del sacrificio de Melquisedek.
[12] Una de las significaciones históricas del diluvio bíblico puede ser aproximada al cataclismo en el que desapareció la Atlántida.
[13] La misma observación se aplica naturalmente a todas las tradiciones diluvianas que se encuentran en un gran número de pueblos; las hay que conciernen a ciclos todavía más particulares, y es concretamente el caso, en los griegos, de los diluvios de Deucalion y de Ogygès.
[14] Génesis IX, 12-17.
[15] Estas dos mitades corresponden a las del «Huevo del Mundo» como las «aguas superiores» y las «aguas inferiores» mismas; durante el periodo de trastorno, la mitad superior ha devenido invisible, y es en la mitad inferior donde se produce entonces lo que Fabre d´Olivet denomina el «amontonamiento de las especies». — Las dos figuras complementarias en cuestión, bajo un cierto punto de vista, pueden ser asimiladas también a dos crecientes lunares vueltos en sentido inverso (siendo uno como el reflejo del otro y su simétrico en relación a la línea de separación de las aguas), lo que se refiere al simbolismo de Janus, uno de cuyos emblemas es el navío. Se observará también que hay una suerte de equivalencia simbólica entre el creciente, la copa y el navío, y que la palabra «bajel» sirve para designar a la vez a estas dos últimas (el «Santo Bajel» es una de las denominaciones más habituales del Grial en la edad media).
[16] Esta esfera es también el «Huevo del Mundo»; el Paraíso terrestre se encuentra en el plano que le divide en sus dos mitades superior e inferior, es decir, en el límite del Cielo y de la Tierra.
[17] Los kabbalistas hacen corresponder a estos cuatro ríos las cuatro letras que forman en hebreo la palabra Pardés; ya hemos señalado en otra parte su relación analógica con los cuatro ríos de los Infiernos (Ver El Esoterismo de Dante, ed. francesa de 1957, p. 63).
[18] Este reemplazo corresponde al del simbolismo vegetal por el simbolismo mineral, reemplazo cuya significación ya hemos indicado en otra parte (El Esoterismo de Dante, ed. francesa de 1957, p. 67). — Las doce puertas de la Jerusalem celeste corresponden naturalmente a los doce signos del Zodiaco, así como a las doce tribus de Israel; así pues, se trata de una transformación del ciclo zodiacal, consecutiva a la detención de la rotación del mundo y a su fijación en un estado final que es la restauración del estado primordial, cuando esté acabada la manifestación sucesiva de las posibilidades que éste contenía.
El «Arbol de la Vida», que estaba en el centro del Paraíso terrestre, está igualmente en el centro de la Jerusalem celeste, y aquí tiene doce frutos; éstos presentan una cierta similitud con los doce Adityas, como el «Árbol de la Vida» mismo la tiene con Aditi, la esencia única e indivisible de la que han salido.
[19] Se podría decir que la esfera y el cubo corresponden aquí respectivamente a los dos puntos de vista dinámico y estático; las seis caras del cubo están orientadas según las tres dimensiones del espacio, como los seis brazos de la cruz trazada a partir del centro de la esfera. — En lo que concierne al cubo, será fácil hacer una aproximación con el símbolo masónico de la «piedra cúbica», que se refiere igualmente a la idea de acabado y de perfección, es decir, a la realización de la plenitud de las posibilidades implicadas en un cierto estado.



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