martes, 9 de julio de 2013

La Cobertura de la Logia; por Emilio Amadio

Publicado en la Rivista di Studi Tradizionali, nº 56, Turín, enero-junio de 1982.

En uno de los últimos capítulos de Aperçus sur l’Initiation, René Guénon hace observar que "con la iniciación, el ser pasa de las "tinieblas a la luz", así como el mundo, en sus orígenes (y el simbolismo del "nacimiento" es igualmente aplicable en ambos casos) ha pasado por el acto del Verbo creador y ordenador" [1]. La iniciación implica entonces para el ser una "iluminación", correspondiente al fiat lux cosmogónico, que provoca el ordenamiento de sus posibilidades: por ello, la iniciación es verdaderamente una imagen de "aquello que fue hecho en el principio". La razón de ser de toda organización iniciática es hacer posible esta "cosmización" del ser humano mediante la transmisión de una influencia espiritual presente tanto en los ritos de iniciación como en sus trabajos rituales; y, en el caso de la Masonería, puede decirse que su razón de ser consiste en permitir a los hombres inmersos en las tinieblas, pero deseosos de la Luz, acceder a un lugar "iluminadísimo y ordenado", imagen del cosmos considerado como la esfera de la manifestación de la Luz. La Logia está, pues, provista de una puerta que, abierta, permite el ingreso a todos los que poseen las cualificaciones necesarias para acceder a ella, y que, cerrada, prohíbe la entrada a todos aquellos que se hallan sumergidos en las tinieblas.

Y la fundamental discriminación que el Vigilante de una Logia lleva a cabo con sus dos principales deberes es asegurarse de que "La Logia esté a cubierto" y de que "todos los presentes sean Masones".

Por el contrario, en la Masonería Operativa, tal como se practicaba en Inglaterra, no era ésta una tarea de los Vigilantes: el "Primer Gran Maestro" era quien se dirigía directamente a los dos Guardianes (el "externo" y el "interno", el Outer Guard y el Inner Guard).

A la pregunta "¿cuál es el primer deber de todo Masón?", éstos respondían respectivamente: "Vigilar que la Logia esté debidamente cubierta" y "vigilar que nadie más que los Masones y los Aprendices contratados estén presentes" [2].

En la Masonería especulativa, como hemos visto, el deber de realizar esta doble alerta se ha conferido a los Vigilantes; y probablemente por este motivo, en los rituales ingleses, son designados con el término Warden. Se ha producido así una asimilación de la función del Guardián Externo a la de los actuales Vigilantes en el desarrollo de su "primer deber", es decir, el de asegurarse de que "la Logia esté a cubierto". Ello indica que su función, en esta primera fase de la "apertura de la Logia", consiste eminentemente en la vigilancia frente a infiltraciones provenientes de las "tinieblas exteriores"; labor ésta esencial en nuestra época y que, por su importancia, es confiada a los Vigilantes, y no directamente al Guardatemplo; además, el que era "el primer deber de todo masón" se ha convertido en "el primer deber de un Vigilante en la Logia", lo que evidencia una atribución de responsabilidad y de atención a los Vigilantes que debe tenerse en cuenta constantemente y en toda circunstancia.

Tal vigilancia se concreta además en la importante función que es la "aplomación", entendida como la comprobación de las necesarias cualificaciones por parte de los candidatos. A este último asunto René Guénon ha dedicado el artículo "Las cualificaciones iniciáticas" [3], en el que se ofrecen explicaciones doctrinales y elementos de "técnica iniciática" de las que no parece existir ningún equivalente en otros de sus escritos, y aún menos en otros autores; en particular, se afirma en él que "...la conexión con el oficio, si bien ha cesado de existir en cuanto al ejercicio exterior de éste, no ha dejado de hacerlo de forma más esencial... Esta es la razón, allí donde al menos aún permanece, a falta de una comprehensión más efectiva, cierta conciencia más o menos oscura del valor propio de las formas rituales, de que se persista en considerar las condiciones de las cuales hablamos como formando parte integrante de los "Landmarks"... Si se examina de cerca la lista de los defectos corporales que son considerados impedimentos para la iniciación se comprobará que algunos de ellos no parecen ser exteriormente muy graves, y, en todo caso, no son de los que puedan impedir que un hombre ejerza el oficio de constructor... aparte de las condiciones requeridas para el oficio, la iniciación exige otras que no tienen nada que ver con éste, pues están únicamente en relación con las modalidades del trabajo ritual, considerado por otra parte no solamente en su materialidad". Muchos Masones, desgraciadamente, se han atenido al aspecto más oscuro del contenido original de los Landmarks, y el resultado es una extrema confusión que hace que en el examen de la naturaleza de un candidato sean "únicamente los aspectos más exteriores y menos importantes de ésta última los que son tomados en consideración, es decir, aquellos que realmente no poseen ningún valor, siquiera secundario, desde el punto de vista iniciático". Exactamente es ésta la situación que se presenta cuando la "posición social", el "censo" o el ser un eminente "cultivador del esoterismo" figuran entre las cualificaciones "que cuentan". Hablando de los defectos corporales y de la enfermedad, René Guénon observa que también es preciso tener en cuenta aquellos que son consecuencia de algún accidente; y ello porque "todo lo que un ser sufre o hace constituye una modificación de sí mismo que puede representar algo más o menos ‘importante’ o más o menos ‘profundo’, según los casos", pero que además siempre "debe corresponder necesariamente a alguna de las posibilidades que están en su naturaleza, de modo que no puede ocurrirle nada que sea puramente accidental". Y entre estas acciones que puede hacer o sufrir, diremos que figuran también "experiencias" sólo aparentemente accidentales, como, por ejemplo, las derivadas de la pertenencia a grupos pseudo-iniciáticos, mágicos, espiritistas o incluso políticos; tales experiencias pueden marcar a ciertos individuos, determinando desequilibrios o deformaciones psíquicas de no poca importancia.

Siempre a propósito del "primer deber de un Vigilante en Logia", es oportuno recordar que René Guénon indica[4] que existe una relación entre el hecho de que los trabajos masónicos deban efectuarse "a cubierto" y la expresión taoísta "el Cielo cubre" [5]; añade por lo demás que coelum deriva de la raíz cald, que significa "cortar, dividir". Puede así decirse que el Vigilante, obedeciendo las indicaciones del Venerable Maestro de la Logia, actúa según el orden, es decir, bajo un reflejo de la influencia celestial, y puede así determinar la separación entre ese lugar "iluminadísimo" que es la Logia y las tinieblas exteriores [6]; y una vez "abierta" la Logia [7], los trabajos se desarrollan "a cubierto", en el sentido, ahora, de que están "cubiertos" por la influencia celestial simbolizada por el Cielo Estrellado figurado en el techo. Estos dos sentidos de la "cobertura" están estrechamente relacionados: la exclusión de los elementos profanos es de hecho una condición indispensable para poder realizar un trabajo "ordenado" y para hacer posible el descenso de la influencia espiritual [8].

En la Masonería Operativa, el Guardián Externo rechazaba a los profanos al exigirles la "palabra de paso" del grado en el que se estaba trabajando, mientras que el Interno pedía los "signos y toques", que, por razones de prudencia, era oportuno dar sólo en el interior de la Logia. La primera operación, actualmente, es cumplida por el Guardatemplo, y la segunda por los Vigilantes, los cuales, al recorrer las Columnas controlando la "posición al Orden" de los presentes, desempeñan una función análoga a la del Guardián Interno. Sin embargo, puede decirse que los Vigilantes, al terminar su "segundo deber", es decir, el de asegurarse de que "todos los presentes sean Masones", actúan más en calidad de "Superintendentes" que de "Guardianes". Y puesto que todos los que en ese momento hacen el "signo" ya han sido reconocidos como Masones por el Guardatemplo, los Vigilantes, más que verificar por segunda vez que no se han introducido profanos, se aseguran que todos los presentes sean Masones por su "disposición interior" (simbolizada por la posición de "al orden"), como condición indispensable para que se produzca, una vez verificadas otras condiciones, la "apertura" de la Logia con respecto a la influencia espiritual.

¿Pero quién, gracias a una particular disposición interior, puede llamarse verdaderamente Masón? En el ritual en uso en la Gran Logia de Francia, a la pregunta del Venerable Maestro: "¿Qué es un Masón?", el Segundo Vigilante responde: "Es un hombre libre y de buenas costumbres" [9].

Para comprender qué debe entenderse por un hombre libre desde el punto de vista que aquí interesa, puede ser de cierta utilidad citar algunos pasajes de un documento del siglo XVII, publicado por el barón de Tschoudy al final de su libro L’Etoile Flamboyante (La Estrella Flamígera), y que además es revelador de una mentalidad iniciática todavía viva en aquella época, muy distinta de la de ciertos Masones que piensan que un hombre libre es aquel que se ha liberado de los prejuicios de tiempos pasados o de toda creencia y práctica religiosa. Se trata de un documento de una organización hermética y que lleva el título de Status des philosophes inconnus; en él se exponen las condiciones para formar parte de ella, y, particularmente, se precisa que no pueden ser aceptados "todos aquellos que se han dedicado al servicio de los poderosos, ya que la filosofía hermética es para personas libres, jefes de sí mismos, que puedan trabajar libremente y que, sin ningún impedimento, puedan invertir su tiempo y sus bienes en el enriquecimiento de nuestra filosofía".

En nuestros días, muy raros son los Masones que pueden verdaderamente disponer de su propia persona: de hecho, quien más o quien menos, está al servicio de los poderosos de hoy. Sería ya un buen resultado el darse cuenta de esta situación, a fin de no estar "dedicados" a tal servicio voluntariamente, y, en todo caso, de no dedicarse a él sufriendo sus ataques; por otra parte, se necesitaría no caer en la ilusión de huir de los condicionamientos del mundo profano rechazándolos en bloque, confundiendo el desapego con la pasividad o la pereza, para encontrarse así en una situación de ficticia autonomía y frente a nuevos e insospechados condicionamientos de una diferente y mucho más peligrosa naturaleza.

R. Guénon, en un artículo en el que denunciaba el mito moderno de la "glorificación del trabajo" [10], precisa por el contrario que "un trabajo no posee valor real alguno más que cuando es conforme a la naturaleza misma del ser que lo cumple", y si coincide propiamente con su "vocación". Si se aplica este criterio a quien quiera emprender un "trabajo iniciático", éste será tanto más real cuanto más coherente sea toda su actividad con respecto a su vocación profunda: se obtendrá así esa "unidad entre pensamiento y acción" indispensable para que el iniciado pueda transmutar todos los elementos que en él se oponen al orden y a la unidad.

La segunda parte de la frase ritual antes citada, "y de buenas costumbres", es, como se ha visto, la traducción de "of good report", que literalmente significa "de buena reputación"; tal expresión, en el contexto de una civilización tradicional como era la de la Inglaterra medieval, poseía ciertamente un significado distinto al del "gentilhombre" del siglo XVIII o al del "hombre de buenas costumbres" del siglo XIX. Pero ya antes de que se llegase a tales malentendidos, el verdadero significado debió perderse de vista, pues en las Constituciones de Anderson de 1723 puede leerse que "Si bien en los tiempos antiguos los Masones estaban obligados a practicar la religión de tal País o Nación, cualquiera que fuese, hoy se cree más conveniente obligarle tan sólo a esa religión sobre la cual todos los hombres están de acuerdo... o sea, hombres buenos y sinceros, u hombres de honor y honestidad", y en las de 1738 se afirma que, para ser Masón, es suficiente "practicar el sagrado deber de la moralidad". El único eco del pasado permaneció en los Landmarks, y citaremos algunos de los conservados por la Gran Logia de Inglaterra, que parecen particularmente significativos a este respecto: "La creencia en el Gran Arquitecto del Universo y en Su voluntad revelada es una condición esencial para la admisión". "Todos los iniciados deberán prestar el juramento sobre el Libro de la Ley Sagrada... en el cual se expresa la Revelación proveniente de lo Alto y a la que el individuo, una vez iniciado, queda irremediablemente ligado". ¿Qué sentido tendrían la iniciación y la realización espiritual si no se reconociera un Principio Supremo y una legislación sagrada? ¿Y qué valor tendría, para un iniciado, un juramento prestado sobre un símbolo que no fuese reconocido como teniendo un origen no humano? El hecho de darse cuenta de la necesidad de conformarse a una legislación tradicional constituye otra de las condiciones para hacer más segura y equilibrada la actuación de esa "disposición interior" que se ha mencionado; de lo contrario, la concretización de tal necesidad puede encontrar obstáculos que no son indiferentes, derivados del ambiente y de la propia naturaleza individual de cada uno, no siempre fácilmente superables.

Según el ritual de la Masonería Operativa que hemos citado al principio de estas reflexiones, después de que el "Primer Gran Maestro" comprobara que la Logia está convenientemente formada, el Brother Jakin[11] invocaba a El Shaddai, el "Gran Arquitecto del Cielo y de la Tierra", con las siguientes palabras: "Tú que eres el dispensador de todos los dones y que has prometido que allí donde dos o tres personas se reúnan en Tu Nombre Tú estarás en medio de ellas, en Tu Nombre nos reunimos, suplicándote que nos bendigas en nuestras empresas". Es de notar que el valor numérico de El Shaddai es 345, y que la sucesión 3-4-5 está en relación con los números del Cielo, de la Tierra y del Hombre. La analogía así establecida entre este Nombre Santo y los números simbólicos de la "Gran Tríada" taoísta parece indicar que en el desarrollo del trabajo ritual de apertura de una Logia se producía como un despliegue de los símbolos incluidos en el valor numérico de El Shaddai: la "cobertura" inicial, separando el lugar en el que trabajan los Masones de la influencia de las tinieblas exteriores, hace así que dicho lugar pueda ser el soporte (correspondiente a la Tierra) de la influencia espiritual (correspondiente al Cielo) que iluminará el trabajo iniciático de quien, por sus cualificaciones y por una correcta "disposición interior", es virtualmente esa Estrella Flamígera (correspondiente al Hombre), a menudo figurada entre el Compás y la Escuadra.

Hemos indicado así algunos de los significados más profundos de la "cobertura", entendida como condición fundamental para poder desarrollar un serio trabajo iniciático. Se comprende ahora cómo a una insuficiente profundización de su significado y a la falta de reconocimiento de su importancia haya correspondido una degeneración tan difundida de la organización iniciática masónica; mientras que, por el contrario, el saber restablecer –teniendo presentes todas las implicaciones- el sentido profundo de la cobertura puede ser un presupuesto importante para una revivificación "operativa" de la iniciación masónica.

Notas:
[1] Cap. XLVI, "Sobre dos divisas iniciáticas".
[2] De un ritual "operativo" de 1630, publicado en 1913 en La France-Antimaçonnique.
[3] Publicado en el nº 38 de esta revista.
[4] Cf. La Grande Triade, cap. XV.
[5] A la luz de esta indicación aparece grotesca la concepción de "cobertura" propia de las llamadas "Logias cubiertas"...
[6] El tema de la protección externa, debida a las condiciones cíclicas, es recurrente en los textos sagrados de varias tradiciones; ejemplo de ello es la muralla erigida contra las hordas de Gog y Magog, y también la batalla que se entabla, cuando surge una forma tradicional, contra quienes pertenecen a tradiciones desviadas o degeneradas: episodios que tienen en común la defensa de una "Tierra Santa".
[7] La Logia está "abierta", pero no en sentido material, pues su puerta permanece y debe permanecer bien cerrada; por el contrario, la Logia, como cuerpo viviente, se abre a las influencias del Cielo que la cubre.
[8] René Guénon hace notar precisamente que coelum deriva también de la raíz kal (esconder) y que puede indicar no sólo "aquello que se esconde", sino además "lo que está escondido", esto es, "en el período de ocultación, la tradición que deja de manifestarse exterior y abiertamente, ya que ahora el "mundo celeste" deviene el mundo subterráneo". En "El corazón y la caverna" (Symboles de la Science Sacrée, cap. XXX), hablando de la cueva, observa que la palabra sánscrita guhâ que la designa deriva de la raíz guh, en su sentido de "cubrir" o "esconder", sentido que es justamente el de otra raíz similar, gup, de donde gupta, que se aplica a todo aquello que tiene un carácter secreto... Esta idea se refiere al centro, en tanto que éste es considerado el punto más interior y, en consecuencia, el más escondido; al mismo tiempo, se refiere también al secreto iniciático, sea en sí mismo, sea en tanto que está simbolizado por la disposición del lugar en donde se cumple la iniciación, lugar oculto y "cubierto"; y, en nota, hace una referencia precisa a la expresión masónica "estar a cubierto". De modo que, si los trabajos masónicos deben realizarse "a cubierto", es también porque el lugar en el que se desarrollan es un símbolo del secreto iniciático.
[9] La misma frase se encuentra en el ritual de iniciación, en el momento que el candidato, tras superar varias pruebas, es introducido al ser reconocido "Libre y de buenas costumbres"; y hay aquí una significativa "repetición ritual" de una frase que es la traducción de "free and of good report", la "palabra de paso" que recibían los candidatos a la Masonería operativa por parte de los Superintendentes con objeto de poder acceder a la Logia de 1º grado para ser iniciados.
[10] Artículo recopilado en Initiation et réalisation spirituelle, cap. X .
[11] Así era denominado el sacerdote, miembro de la Logia, que desempeñaba la función de capellán.


lunes, 1 de julio de 2013

El Arca Viviente de los Símbolos. Masonería y Fin de Ciclo; por André Bachelet

Artículo aparecido en la revista Symbolos, Nos. 19-20, de 2000, Barcelona.

     La afirmación de que la orden masónica tiene la vocación de ser. para el Occidente de este fin de ciclo, el "Arca viviente de los Símbolos" no ha sido formulada, desde hace ya medio siglo, más que por un solo autor hoy desaparecido; Denys Roman (1901-1986). La brillante síntesis de esta expresión es la conclusión de una profundización, de una manducación -verdadera "alquimia" interior- de las Escrituras, de las doctrinas tradicionales, y de las múltiples consideraciones que René Guénon había dedicado especialmente a la Masonería, y que el autor supo llevar hasta sus últimas implicaciones. Esta noción de "Arca viviente de los Símbolos" subyace de modo permanente en las dos obras que Denys Roman escribiera como homenaje a quien había recibido "las más amplias luces" en el dominio iniciático y al que designaba como "el servidor exclusivo y el intérprete incomparable" de la Tradición "perpetua y unánime".
     
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Denys Roman, conversando, nos decía a menudo que lo que le había sorprendido, en los escritos de René Guénon (que iba conociendo según aparecían), era su preocupación con respecto al "fin del mundo", o más exactamente: "de un mundo".

Observaba que la referencia a este acontecimiento esperado desde el origen de los tiempos se iba a hacer más presente en esta obra a medida que se elaboraba; es a partir de 1914, es decir 600 años después de la abolición de la Orden del Temple, cuando aparecería con mayor insistencia, constituyendo, la toma de conciencia de esa decadencia, parte integrante del "mensaje" de R. Guénon y del propósito de su discurso.

Desde esta perspectiva, la integración de las nociones sobre los ciclos en su aplicación conforme con la doctrina es desde luego una característica -podría decirse una "marca"- que autentifica de alguna manera tanta obra tradicional, incluso aunque, en todo rigor, hayan de añadírsele otras nociones no menos esenciales; con mayor razón eso es así en el caso de la obra de René Guénon, que constituye un ejemplo en el más alto grado de la importancia concedida a la suerte de Occidente, a la reunión e integración de sus componentes tradicionales con vistas a su enderezamiento; sin duda alguna, dicho integración constituye el aspecto más fundamental y el objeto esencial de una función que puede calificarse de "providencial" y que no podía interpretarse sino en este fin de ciclo.

De la misma manera, veremos desarrollarse idéntica preocupación en los escritos de D. Roman, de los cuales examinaremos sus aspectos más característicos. Como verdadero hilo conductor, ella orientaría su obra masónica hacia la puesta en envidencia de las "innumerables" posibilidades que contiene el Arco Real, tanto en el dominio microcósmico como en el macrocósmico, y desde su perspectiva escatológica. Para ello, el autor conduciría su reflexión según tres ejes esenciales, poniendo el acento en los puntos destacados por R. Guénon.

1. El proceso del iniciado (tomando este término en el estricto sentido indicado por R. Guénon), el cual todavía dispone, en Occidente, de una organización que permite a miembros cualificados alcanzar lo que habitualmente se designa como "el retorno al origen".

2. El "reconocimiento" y la valoración de las múltiples herencias o depósitos que se han agregado a la Orden masónica, debidos a una elección selectiva, los que hacen de ella y para Occidente en su especialidad iniciática de carácter universal, el Arca para los tiempos futuros.

3. El cuidado, para el occidental, de una vinculación exotérica "posible", es decir, que no esté en contradicción práctica y en cuanto a lo esencial con el proceso masónico. [1]

Para Denys Roman, todo ello se encuentra determinado por la conciencia de la proximidad del "fin de los tiempos", cosa que obliga a una discriminación que debe permitir adoptar una actitud conforme con el plan del Gran Arquitecto:

¿Es necesario insistir sobre este punto, que deja entrever en el dominio de la acción -él nos lo sugiere continuamente, tanto es lo que sus palabras vehiculan la esperanza- un "ajuste" capaz de permitir aprovechar las posibilidades contenidas en este fin de ciclo?

En pocas palabras: hoy día, corresponde a los masones -y tan sólo a ellos- actuar en la medida en que esto sea posible y a tenor de la perspectiva que ofrecen los caracteres formales y sutiles de este fin de Manvántara. Este es el mensaje que les dirige R. Guénon y D. Roman.

Pero el camino masónico solamente puede conducirles a la restauración efectiva de esa última estación para lo humano que es el estado primordial, si el verdadero eje práctico sobre el que él se funda -es decir el ritual- presenta garantías de conformidad doctrinal y simbólica estrechamente relacionadas con el Arte Real [2].

Es aquí donde interviene la necesidad de un examen riguroso de los rituales (habida cuenta del estado actual en que se encuentran los que se utilizan por lo común en el continente, a los cuales limitaremos nuestra presente reflexión), así como su restauración, a fin de permitir, nuevamente, al masón de los últimos tiempos ponerlos en práctica de forma coherente e integral; nosotros sabemos que eso es posible. El ritual (lo recordamos nuevamente, dado que este punto se descuida con frecuencia) ha de vehicular, en su estructura básica, los elementos simbólicos que permitan "actualizar" un método apropiado para el trabajo colectivo específico del Oficio, siendo desde luego este contenido simbólico, luego doctrinal, de origen suprahumano.

Sin embargo, los distintos rituales (esto está suficientemente reconocido hoy, salvo por las instancias oficiales) han sido objeto, tanto en lo que respecta a su contenido simbólico, como a su estructura interna, de ciertas manipulaciones, y a veces mutilaciones que exceden de lejos las simples y legítimas adaptaciones; ya hemos hablado de esto. Ahora bien, R. Guénon y D. Roman sabían que la situación que de ellos ha resultado, si bien perjudicial para un proceso masónico conforme a lo que éste debería ser, no era irremediable [3]; que la constitución de la masonería especulativa y el estado en que ésta se encuentra, aun cuando correspondan efectivamente a una "degeneración en el sentido de una aminoración", no deben  concebirse como inconvenientes mayores: siguen constituyendo una "base" apropiada y suficiente que corresponde a los masones cualificados enriquecer, si es que no restaurar, teniendo en cuenta y aprovechando unas posibilidades cíclicas que están lejos de ser desfavorables [4].

Esta reflexión imperativa, esta exigencia incluso, en relación con las graves lagunas resultantes de las iniciativas de Anderson y sus émulos, la han tenido otros, en otra época, "de los antiguos tiempos", y de aquellos de entre ellos que, surgidos de una filiación operativa preservada en lo esencial, intervinieron para restituir ciertos usos simbólicos y rituales (en el marco de lo que el historiador E. Michelet llamaba "la historia subterránea") y para reparar las brechas abiertas cuando la fundación de la Gran Logia de Londres en 1717. Fue así como aparecieron elementos simbólicos fundamentales (verdaderos depósitos, algunos de los cuales calificados por D. Roman de "Tierra Santa") de otra naturaleza (caballeresca e incluso sacerdotal) que aquella limitada únicamente al Oficio [5].

Desde esta perspectiva, la constitución de los "altos grados" escoceses y site degrees anglosajones representa una forma de arreglo y restitución cuya importancia ciertamente no se valora lo suficiente. Y sin duda conviene recordar, en esta oportunidad, que las bases simbólicas del Oficio que participa del Arte Real, y que son estrictamente asimilables a una vía de constructor, se completan (en función de la existencia de depósitos caballerescos en el seno de la Orden) mediante la vía del kshatriya, para utilizar la terminología del hinduismo. Decimos esto porque parece que, en el medio tradicional y en el masónico en particular, se descuide esta vía legítima, e incluso se la desprecie o subvierta como voluntad de poder, en provecho -si puede decirse- de una problemática vía de brahman que parece ejercer una verdadera fascinación sobre ciertas mentes y que revela una singular falta de sentido de las proporciones y no puede conducir sino a las más graves desilusiones. ¿Se habrá olvidado hasta este punto lo que R. Guénon ha llegado a decir de la eminente dignidad y nobleza de la vía kshatriya cumplida en su integridad?

En relación con este dominio particular de las herencias que evocamos, depósitos simbólicos de antiguas organizaciones occidentales que "vinieron a injertarse en la Masonería o a 'cristalizarse' en cierto modo a su alrededor" [6], se ha afirmado -con objeto de minimizar su importancia- que R. Guénon no había empleado de buena gana el término "herencias", sino solamente la de "vestigios" o "recuerdos"; esto es cierto; pero la interpretación que se hace de ello deriva generalmente de una lectura restrictiva difícilmente sostenible cuando se aprehende la totalidad del "corpus" masónico de su obra. Es por eso por lo que D. Roman ha podido decir que: "[...] a quienquiera que, según el ejemplo de R. Guénon, sigue las reglas rigurosas de esta ciencia exacta que es el simbolismo universal, no le queda ninguna duda de que esas palabras a veces alteradas, esas fórmulas enigmáticas y leyendas lo más a menudo inverosímiles son los vestigios, debilitados pero todavía vivos, de una doctrina sublime y un método eficaz inspirados por una Sabiduría no humana [...] su olvido definitivo sería un acto de excepcional gravedad. Conviene por el contrario volver a darles 'fuerza y vigor', pues esta 'reunión' (esta reintegración) de los elementos 'dispersos' del lenguaje, es decir del 'verbo' masónico, constituye una condición necesaria para el redescubrimiento de la 'Palabra perdida'". (René Guénon et les Destins de la Franc-Maçonnerie, 1982, p 189). Y, respecto a esto, la siguiente cita de R. Guénon, que él tomaría como referencia y desarrollaría en su legítima interpretación, resume en cierto modo lo esencial de la obra de D. Román: "Habría ciertamente mucho que decir sobre el papel 'conservador' de la Masonería y sobre la posibilidad de que éste le da de suplir en cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en el mundo occidental actual." (Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Tomo 2, p. 40). Porque, aunque expresadas con prudencia y alguna reserva, se puede concebir qué contienen justamente, en sus repercusiones, expresiones tales como las de "papel conservador", y "posibilidad que éste le da". Observemos accesoriamente, que el texto de R. Guénon del cual se extrae esta cita, contiene en su desarrollo, entre otras consideraciones de importancia para los masones, una indicación sobre un elemento simbólico masónico de carácter universal que no es ajena a una intervención de D. Roman[7].

Para añadir algunas palabras a estas pocas consideraciones: podrá comprenderse que pongamos el acento sobre el hecho de que el autor de René Guénon et les Destins de la Franc-Maçonnerie nos parezca el único en traducir tan perfectamente su fidelidad a las concepciones expuestas por R. Guénon, pues sus escritos constituyen, para nosotros, una auténtica prolongación de los puntos esenciales que interesan a la Orden en la época actual:

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Conforme con las nociones capitales abordadas a veces alusivamente por R. Guénon, D. Roman, al tratar los puntos históricos que ahora vamos a examinar sucintamente, tampoco se situó en el punto de vista del historiador, cuyo método, en el dominio que nos ocupa que es el de la iniciación, resulta bastante inadecuado, por no decir irrisorio. De hecho, para dar cuenta de casos de transmisión como los que representa la traslación de ciertas herencias como la del Santo Imperio, por ejemplo, sería vano, en la medida en que se reconoce su realidad, esperar descubrir huellas documentales de los mismos, pues: "los medios por los
cuales se han efectuados [esas transmisiones] no son de aquellos que pueden ser accesibles [a los] métodos de investigación" [de la historia ordinaria], (R. Guénon, Formes traditionelles et Cycles cosmiques, p. 73). Tan sólo la aprehensión simbólica (recordemos que, según R. Guénon, el simbolismo es una ciencia exacta) es efectivamente susceptible de permitir obtener una respuesta satisfactoria. Por ejemplo, cuando nos dice que en Occidente "no hay más que dos [organizaciones] que [...] pueden reivindicar un auténtico origen tradicional y una transmisión iniciática real", y que "estas dos organizaciones, que por otra parte, a decir verdad, no fueron primitivamente más que una sola, aunque con múltiples ramas, son el Compagnonnage y la Masonería" (Aperçus sur l'initation. Ed. Traditionelles, 1953, p. 41, nota 1), ¿en qué se basa para afirmarlo? ¿Se trata por eso de una opinión en vista de su común espíritu? La carencia de pruebas formales ¿anula la certeza basada en la coherencia y la lógica inducidas por la ciencia y el lenguaje simbólicos inaccesibles a la mentalidad profana? Y además, ¿qué alcance puede tener realmente el método "crítico" de los historiadores en relación con una Revelación (en el sentido general del término) a propósito de la cual las "pruebas formales" todavía están por ser presentadas, y manifiestamente no están cerca de serlo? [8].

Así, en los capítulos que componen la segunda parte de la obra póstuma de D. Roman (Reflexions d'un chrétien sur la Franc-Maçonnerie - L'Arche vivante des Symboles, Ed. Traditionelles, 1995), se señalan muchos acontecimientos relacionados con la realización del "plan" de subversión del príncipe del disimulo y la separación con respecto a la Masonería. ¿Es sorprendente pues que, en relación con los acontecimientos en cuestión, el autor discierna indicios que permitan concluir en unas intervenciones compensatorias de carácter tradicional, las cuales no podrían sacarse a la luz pública por evidentes razones de prudencia, para no considerar más que este aspecto contingente de las cosas? Y ellas se refieren, en relación con lo que ahora nos importa, a la transferencia de unos depósitos de los que la Masonería se ha beneficiado en el curso del tiempo, especialmente en los siglos XVII, XVIII y XIX, a favor de situaciones y acontecimientos a menudo turbulentos que fueron utilizados con provecho. Podrá observarse que no se trata de épocas indiferentes, pues se sitúan en el transcurso de la larga mutación especulativa de la Masonería. Así es como se explican dos cosas: de un lado la restitución de una parte de lo que se había perdido o comenzaba a perderse, de manera que se asegurase una base lo suficientemente fuerte y estable capaz de perpetuarse en el tiempo, y de otro el aporte simultáneo de unos depósitos simbólicos, caballerescos o de otra naturaleza, procedentes de organizaciones iniciáticas a punto de extinguirse, y que encontraban refugio en su seno. La Orden masónica, escribe D. Roman, "ha sido 'elegida' constantemente para convertirse en el 'Arca' en el que se produce el 'amontonamiento' de todo lo que ha habido de verdaderamente iniciático en el mundo occidental" (R. Guénon et les Destines de la Franc-Maçonnerie, prefacio). Observermos que la "elección" de la Orden para este "Destino" excepcional, no podría ser fortuita, si se considera su constitución de base específicamente artesanal -de la cual el hermetismo no es el menor de los componentes-, y que debe asegurar la protección y transmisión de los depósitos considerados. El autor da las razones de esta posición privilegiada de la Orden en Occidente, posición que René Guénon ha revelado y reforzado, y que justifica esa elección. Recordemos, dado que esto parece perdido de vista, si es que no incomprendido o rechazado, que la Masonería es propiamente una iniciación occidental, que el Oficio, que es su soporte fundamental de carácter universal, puede al mismo tiempo servir de base a todos los depósitos simbólicos posibles, y que esta iniciación está por naturaleza adaptada y destinada especialmente a los occidentales, pero no exclusivamente. Precisemos en esta ocasión, pues se trata de un tema que no deja de plantear interrogantes, cuando no vivas controversias habida cuenta su importancia, que el componente hermético, cuya presencia en el seno de la Orden es difícilmente discutible (y que no concierne exclusivamente al "método"), no debe entenderse como perteneciente a estos depósitos tardíos; a falta de los documentos escritos, ahí está el "testimonio de las piedras" para atestiguar su presencia en la misma constitución fundamental del Oficio; además, este "testimonio" permite constatar que el simbolismo no ha sido sobreañadido a un camino más o menos exotérico, en época de la mutación especulativa, ni siquiera precoz, contrariamente a lo que afirman ciertas tesis básicamente antitradicionales; pero este es otro tema.

Para apreciar la seguridad de discernimiento del autor, cualquiera que pueda referirse igualmente al capítulo V de su primera obra, capítulo que lleva por título: "Masonería Templaria, Masonería Jacobita y Masonería Escocesa". Aunque sea totalmente significativo con respecto a lo que acabamos de decir, no podríamos manifiestamente resumir este texto que evidencia la posible filiación espiritual entre la Orden del Temple y la Masonería, la cual conducirá a la creación del Rito Escocés y a su Supremo Consejo del Santo Imperio. Las razones del lugar privilegiado que concede R. Guénon a la Orden del Temple son demasiado conocidas como para que insistamos en ellas; ahora, uno de los puntos sobre los que D. Roman funda su obra masónica, es el de la persistencia, en el seno de la Orden, de la herencia templaria -herencia espiritual, desde luego-, revelada por la presencia de símbolos contenidos sobre todo en ciertos altos grados escoceses, y cuyo carácter "rosacruciano" es evidente. Pero la razón esencial de esta certeza, como en el caso de otros depósitos, proviene del contenido legendario vehiculado por los textos y rituales. Pasemos por encima del hecho de que con frecuencia se deja de lado esta contenido, por no decir que se lo ridiculiza y desprecia, para advertir, en esta ocasión, sobre los límites de las investigaciones de carácter profano, lo más a menudo propuestas por masones, cuyo resultado conduce inevitablemente a la fácil teoría de los plagios, teoría esencialmente antitradicional.

D. Roman ve, en el Rito Escocés, en función de la presencia del depósito imperial que constituye el coronamiento indispensable de la Orden, la última restauración de la integridad de la vía de los pequeños misterios, y la perfecta plasmación del arquetipo que representa la Orden del Templo en su finalidad. No entraremos, a este respecto, en las implicaciones "históricas" que permiten entrever el recorrido de una elección excepcionalmente fecunda en las posibilidades que ella contiene, si no es para dar cuenta de la clarividencia del autor sobre este tema particular muy a menudo sugerido por el propio R. Guénon. Es por esto por lo que su preferencia, aun sin ser exclusiva, lejos de ello, le conducía, como a René Guénon, a privilegiar este Rito.

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Un tema difícil que no podemos eludir en un texto referido a este fin de ciclo que corresponde al final de un Manvántara (el 7º y último de la primera de las dos series septenarias del Kalpa), es el de las relaciones entre el exoterismo y el esoterismo o la iniciación, así como la presencia, en el seno de la Orden, de un esoterismo cristiano. Precisamos esto, porque es bien conocido que el término esoterismo, tal como lo concebía R. Guénon, ha sido desviado de su sentido según una perspectiva limitativa, y se reduce hoy en día, en ciertos medios con pretensiones iniciáticas, a significar una profundización doctrinal (que no es negligible en sí), limitada al punto de vista ontológico y, preferentemente, fuera de toda organización iniciática auténtica a la que se juzga como perfectamente inútil y hasta parasitaria. Asimismo, como no pensamos tener una competencia de especialista para tratar este tema, arriesgaremos solamente algunas observaciones dando por conocidas las tesis en cuestión. Para nosotros, la aproximación que algunos desean entre la Iglesia católica y la Masonería, no podría realizarse verdaderamente más que si la Iglesia consintiera reconocer en la Orden, otra cosa que una Pseudo-Iglesia, o que una reconstitución arqueológica con formas más o menos extrañas a la expresión de su fe. Querer evacuar todo lo que caracteriza a la Masonería en tanto que organización iniciática que perdura por transmisión ininterrumpida "from time immemorial" (lo que significa "que no tiene punto de partida históricamente asignable"), como algunos proponen, imaginándose de ese modo facilitar un acercamiento, constituye un comportamiento despreciativo hacia la Orden; y, por añadidura, no hace más que confirmar su ignorancia acerca de la naturaleza de la iniciación y de las formas que esta revista según la economía providencial.

Es por eso por lo que, tomando en cuenta los caracteres específicos de nuestro tiempo, no podemos más que desear una Masonería cristiana que trabaje pacífica y fructiferamente junto a una Masonería de carácter universal, cualesquiera que sean las formas que puedan tomar la una y la otra, pero los representantes de esa Masonería cristiana habría de asumir en todo rigor su finalidad iniciática, es decir -aunque debamos herir a algunos masones de buena voluntad-, que ella tendría que ser otra cosa que un sucedáneo de exoterismo, que es lo que desde luego parece representar hoy en vista de lo que propone. Para la realización de todo esto, ponemos nuestra esperanza en el Todopoderoso en quien reside la voluntad de Lo Alto, recordando lo que el Cristo afirmó con respecto a Juan Evangelista, el representante más eminente del esoterismo cristiano y garante, como santo patrón de la Orden, de la autenticidad y perennidad de la transmisión iniciática: "Si quiero que permanezca hasta que yo venga, ¿qué te importa?".

Ciertos rituales masónicos sitúan a la Logia, en su "desarrollo" espacial, entre las tres montañas sagradas del Sinaí, el Moriah y el Thabor, correspondiendo éstas a tres "revelaciones" sucesivas: la de Moisés, la de David y Salomón, y la de Cristo (cf. Etudes sur la F. M. et le Compagnonnage, T. II, cap.: "Heredom"). La ubicación de la Logia puede asimilarse entonces a un "valle" situado entre estas tres montañas, cuyos respectivos lugares están ocupados por los tres oficiales principales. "La Tradición, de la que Guénon fue el servidor exclusivo y el intérprete incomparable, ha sido calificada por él de 'perpetua y unánime'. Puede decirse que la Masonería participa de esta perpetuidad, en tanto que sus Logia se reúnen 'sobre las más altas montañas y en los más profundos valles'. [...] Esta expresión, bien conocida en los rituales de lengua inglesa, está explicitada en ciertos antiguos documentos según los cuales la Logia de San Juan se reúne 'en el valle de Josaphat', lo que quiere decir que la Masonería debe mantenerse hasta el Juicio final que señalará el fin del ciclo. [...]. Asimismo, cuando el Cristo expresa su voluntad de ver a San Juan 'permanecer' hasta su retorno [...] se trata ante todo del esoterismo cristiano, esoterismo 'personificado' por San Juan, y que se ha reabsorbido en la Masonería. Puede decir que las palabras de Cristo sobre San Juan confieren a esta Orden 'las promesas de vida eterna', igual que las dirigidas a San Pedro son la prenda de que el Papado prevalecerá finalmente sobre los prestigios de las 'puertas del Infierno'". (R. Guénon et les Destins de la F.M.,p. 199).

Así, se ve claro que la Orden masónica tendrá su lugar en ese Valle de Josaphat, en el que será reunido e integrado todo lo que, participando de la herencia del Cielo y de la "armonía de las esferas", ha de concurrir al mundo futuro, en calidad de único digno "testimonio", pensamos, de nuestra presente humanidad, conducido a establecer "nuevas todas las cosas".





Notas:
[1] Para evitar cualquier equivocación, precisemos que no podría haber incompatibilidad de principio entre la pertenencia a la Masonería y cualquier esoterismo, pero que, en Occidente y en el periodo en el que vivimos, conviene tener en cuenta una incompatibilidad de hecho con la Iglesia romana que constituye, en principio, la base religiosa de aquél.
[2] Hay diferentes aspectos de esa "estrecha relación" que exigirían ser desarrollados, dada su importancia; hemos ofrecido algunas apreciaciones de los mismos en nuestro artículo: "Operatividad y Masonería especulativa" apareciendo en Ver la Tradition, nos. 66 y 68.
[3] La primera labor confiada a Denys Roman fue la redacción de unos rituales de espíritu tradicional; la cumpliría, como se sabe, con la ayuda de R. Guénon entonces en El Cairo. D. Roman ha aludido a lo que las instancias masónicas reservaron a esta iniciativa. Probablemente fue esa, una vez más, una "ocasión fallida", de aquellas a las que la Masonería obediencial está acostumbrada. Tras la desaparición de R. Guénon, se le confió otra responsabilidad en varias oportunidades en el seno de la revista Etudes Traditionnelles: la de asegurar la redacción de artículos y reseñas relativos al ámbito masónico, sin que por ello su contribución quedara exclusivamente reservada a este tema.
[4] Algunos pretenden, después de la lectura de la obrad e R. Guénon, la cual es una de las expresiones más verdaderas de la virtud de la Esperanza, que este fin de ciclo es desfavorable para cualquier andadura positiva en ese sentido; pensamos que se trata de una conclusión errónea. En efecto, nada de lo que contiene esta obra, y eso sin tomar en cuenta su razón misma de ser, que en este caso sería totalmente determinante, permite pensar que el fin de un ciclo, por el hecho de estar constituido por un agotamiento de las posibilidades más inferiores, no deja campo a otras posibilidades compensatorias de orden superior, de carácter providencial, y a la expansión de las mismas.
[5] El término "limitado" no es peyorativo en este caso, pues, el Oficio que es la base indispensable del camino masónico, está forzosamente limitado en algunas de sus posibilidades por su misma naturaleza. Lo que queremos decir en este caso, es que la completitud del Oficio -por lo alto- constituye una transformación de la Masonería, la cual, por ese hecho, ya no es hoy, strictu sensu, una organización únicamente artesanal. En efecto, algunas de la herencias cuyo beneficio ha recibido, por un favor electivo sobre el que conviene interrogarse, permiten a sus miembros cualificados acceder -independientemente de aquella que permite el Oficio-, a una plenitud iniciática, sin que por ello haya en eso ninguna "mezcla de formas". En cuando a la Orden misma, ¿es necesario insistir sobre las posibilidades últimas que le confieren tales depósitos -verdaderas "Tierras santas" equivalentes a la "Tierra de los Vivos"-, que abren una perspectiva sobre los "Grandes misterios" y hacen de ella un Arca para los tiempos futuros?
[6] Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Tome 2, p 39.
[7] Nos referimos a las interpretaciones que da R. Guénon de la palabra sagrada del Arco Real. Con motivo de su intercambio epistolar, D. Roman le hizo observar que el comentario que había hecho de dicha palabra sagrada -que en este "grado" representa la "palabra reecontrada" -en su reseña del Gran Lodge Bulletin of Iowa de octubre de 1933 (Cf: Etudes sur la Fran-Maçonnerie et le Compagnonnage, Tome I, p. 212), subestimaba la interpretación que daba Mackey. R. Guénon aportó una rectificación bajo la forma de un desarrollo en su artículo: "Parole perdue et Mots substitués". Ya se conoce la importancia concedida en este texto (convertido en uno de los capítulos de Cf: idem, Tome 2, págs 41-42, y 179) al pasaje iniciático "from square to arch", equivalente a lo que en Masonería continental es la expresión: "Del Triángulo al Círculo". Con respecto al Arco Real, complemento de la Maestría masónica que R. Guénon califica de nec plus ultra de la iniciación masónica, este último habla de una "perspectiva sobre los 'grandes misterios'" que representa el estricto equivalente de dicha fórmula.
[8] Igualmente, cómo "esperar" que la exégesis puntillosa de algunos Old Charges medievales (recordemos que el más antiguo se encuentra en Inglaterra y los especialistas lo datan de 1290) pudiera revelar la existencia de una "operatividad" iniciática e incluso simplemente la de una iniciación, dado que ésta, por naturaleza, no puede aparecer en un escrito, semipúblico por añadidura.
Utilizar el pretexto de una exégesis liberalista de los Old Charge (cuyo contenido legendario habitualmente se ridiculiza), tal como lo hacen los sostenedores de la "escuela histórica", para afirmar que los constructores de la Edad Mediano practicaban otra cosa que un exoterismo puro y simple, es decir limitado a unas componentes morales y devocionales, representa un "método" que por lo menos carece de rigor. Un ejemplo de esta tendencia abusiva se encuentra ilustrado en los "Cahiers de l'Herne: la franc-Maçonnerie - documents fondateurs", edición 1992.
El análisis "crítico" utilizado corrientemente por los adversarios de la iniciación, según la concebimos siguiendo a R. Guénon, no podría dar cuenta de la integridad del camino masónico, cuya finalidad esperamos haber hecho admitir.