martes, 10 de julio de 2012

Algunas consideraciones sobre la Aspiración iniciática; por Albano Martín De La Scala


    Fragmento del artículo publicado en el nº 32, Junio de 2012, de la Revista Letra y Espíritu.

   René Guénon, en su obra Le Roi du Monde, escribe en el capítulo VIII:[1] El período actual es por lo tanto un período de oscurecimiento y de confusión; sus condiciones son tales que, mientras persistan, el conocimiento iniciático debe necesariamente permanecer oculto; de ahí el carácter de los ‘Misterios’ de la antigüedad llamada ‘histórica’ (la cual ni siquiera se extiende hasta el inicio de tal período) y de las organizaciones secretas de todos los pueblos: organizaciones que confieren una iniciación efectiva allí donde subsiste todavía una verdadera doctrina tradicional, pero que no ofrecen más que la sombra de aquélla cuando el espíritu de dicha doctrina ha cesado de vivificar sus símbolos, que son solamente su representación exterior, y ello porque, por razones diversas, todo vínculo consciente con el centro espiritual del mundo ha terminado por romperse, lo que es el sentido más particular de la pérdida de la tradición, que concierne especialmente a tal o cual centro secundario, que cesa de estar en relación directa y efectiva con el centro supremo.

     Por lo tanto, debe hablarse pues de algo oculto más que verdaderamente perdido, puesto que no para todos está perdido y que algunos aún lo poseen íntegramente; y, si es así, otros tienen siempre la posibilidad de reencontrarlo, siempre que lo busquen como conviene, es decir, que su intención sea dirigida de tal manera que, por las vibraciones armóni­cas que despierta según la ‘ley de acciones y reacciones concordantes’[2] pueda ponerlos en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo[3]. Esta dirección de la intención tiene además, en todas las formas tradicionales, su representación simbólica; nos referimos a la orientación ritual: ésta, en efecto, es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que sea cual fuere, es siempre una imagen del verdadero ‘Centro del Mun­do’[4].

     Puede ocurrir que entre los lectores de estas líneas haya quienes han entrado en contacto con la magistral obra de René Guénon. Quizás alguno, leyendo dichos escritos, ha sentido que en realidad esta exposición no le era verdaderamente extraña sino que no hacía otra cosa que expresar de modo más claro lo que en realidad él ya sentía, aunque de modo todavía un poco confuso, en su proprio fuero interno. Y nos referimos en particular a la doctrina metafísica ahí expuesta, donde se tratan temas como: la no dualidad, la Posibilidad infinita, la Identidad suprema, los estados múltiples del ser y su jerarquía. Principios estos que, para ser intuidos con claridad evidente, implican un horizonte intelectual ciertamente poco común actualmente.

     Otros quizá han sentido la necesidad impetuosa y profunda de consagrar su vida a algo que valiese verdaderamente la pena ser vivido. Éstos pueden haber reconocido que solamente lo que trasciende la existencia puede realmente darle un sentido y haber sentido por lo tanto la necesidad de tomar contacto consciente y efectivo con este grado superior de realidad.

     Puede haber también quien, eventualmente, aunque solo una vez en la vida, haya sentido que en la parte más íntima y profunda del propio ser hay algo que nada tiene que ver con la vida ordinaria caracterizada por sus condicionamientos y limitaciones y que pide poderosamente reunirse con aquello que es de su misma naturaleza. Puede haber tenido la sensación de que esta presencia fuese demasiado grande para ser contenida en un ser individual y tal vez esta fortísima percepción lo ha impulsado a caer en un llanto incontenible.[5]

     Alguno ha advertido, quizá, con gran sufrimiento, la necesidad de gritar la gloria del propio Señor pero de un modo que su condición individual no permitía expresar. En todo lo que antecede hay como la presencia de una “nostalgia” hacia lo que es espiritual y eterno. Éstas y muchas otras pueden ser las modalidades con las cuales se manifiesta la aspiración iniciática.

     El término aspirar tiene origen en el latín y está compuesto de la partícula “ad”, 'dirigido' y “spirare”, 'soplar', 'exhalar el aliento' y también 'espirarlo'. El significado que esta palabra ha tomado en el lenguaje ordinario es también el de: 'inspirar', 'traer hacia sí', 'absorber' o 'bombear'. En sentido figurado la acepción es la de desear vivamente una cosa buscando obtenerla, anhelar, tender hacia. Todos estos conceptos, que aunque en apariencia contrastan bastante, pueden concurrir a ayudarnos a comprender qué valor debe darse a la aspiración entendida en sentido intelectual. Consideramos que aclarar ese punto es esencial para poder vivificar y desarrollar esta actitud fundamental.

   El sentido más inmediato que puede darse al término en cuestión es el del deseo ardiente por el verdadero conocimiento[6], deseo que coincide con una tendencia del ser hacia lo universal. De aquí la cercanía con el término “suspirar” que hace alusión a la nostalgia hacia lo que se ama y de lo que se está separado. La ardiente actitud de la que hablamos, en efecto, no es otra cosa que el amor verdadero. A este respecto, hagamos notar cómo en la lengua italiana los términos “amore” (amor) y “aspirare” (aspirar) son casi sinónimos. Ambos están de hecho compuestos por la partícula “a”, que puede tener valor negativo y respectivamente por “more” o muerte y “spirare” o morir. En los dos casos, por tanto, el sentido puede ser el de “sin muerte”, remitiéndonos a la afinidad de los términos citados con lo que es eterno e inmortal.

     Si consideramos la palabra “aspirar” en el sentido de la respiración, es decir, introducir en los pulmones inspirando a través de la boca o la nariz, podemos hacer notar cómo para realizar esta operación, hace falta primero, al menos en parte, haber espirado, o sea, haber hecho salir el aire que antes había[7]. Queriendo aplicar este principio a la condición individual se puede intuir cómo el recorrido que lleva al desarrollo de la aspiración debe ir parejo con un proceso de vaciamiento interior que corresponde al indispensable abandono de los apegos mundanos. Solamente operando así podrá permitirse al hálito de la respiración divina penetrar en el ser vivificándolo, como simbólicamente acaece a Adán en el Génesis[8].

     Desde un punto de vista principial, por contra, esta aspiración puede ser imaginada simbólicamente como un vórtice que se desarrolla desde el Centro, Principio y origen de toda cosa, y atrae hacia sí a todos aquellos que se han orientado rectamente hacia Él. Los numerosos ritos de circunvalación que se encuentran en las más diversas formas tradicionales, hacen alusión precisamente a este simbolismo.

     Para el ser que sienta la necesidad de huir de la limitada condición individual en que se encuentra y reunirse con aquello que es universal, se plantea el importante problema de concretar el modo de poder hacerlo. La respuesta a esta cuestión, aunque sea en modo sintético, se encuentra en la cita introductoria. No debe hacer otra cosa que orientar de modo coherente y correcto la propia intención. De hecho, este acto, aparentemente sólo propedéutico para un verdadero trabajo iniciático, coincide en realidad con el ponerse en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo y contiene por tanto ya en sí mismo, un alcance operativo portentoso. La recta orientación permite en efecto a la acción divina el actuar en su plenitud eliminando los obstáculos y los límites individuales. Ahí está por consiguiente el secreto para progresar en la Vía.


Notas:
[1] Las notas que se refieren a las citas son del propio René Guénon.
[2] Esta expresión se ha tomado prestada de la doctrina taoísta; por otra parte, tomamos aquí la palabra “intención” en un sentido que es muy exactamente el del término árabe niyah, que se traduce habitualmente así, y este sentido es además conforme a la etimología latina (de in-tendere, tender hacia).
[3] Cuanto hemos dicho permite interpretar en un sentido muy preciso las palabras del Evangelio: “Buscad y encontrareis; pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá”. Será oportuno referirse aquí a las indicaciones que ya hemos dado a propósito de la “recta intención” y de la “buena voluntad”; y se podrá completar sin dificultad por la explicación de esta fórmula Pax in terra hominibus bonae voluntatis.
[4] En el Islam, esta orientación (qiblah) es como la materialización, si así puede decirse, de la intención (niyah). La orientación de las iglesias cristianas es otro caso particular que se refiere esencialmente a la misma idea.
[5] A este propósito, véase la cita profética: “cuando no hay llanto en el corazón, éste está en ruina, como en ruina está la casa deshabitada” citada por el Shaij Tadili en su obra “La vida tradicional es la sinceridad” publicada en el número 29 de esta revista.
[6] Dante, en la Divina Commedia, Purgatorio XXXI, 24 la define como el deseo que impulsa a amar el bien.  
[7] Análogamente, se habla en mecánica de bombas de vacío a propósito de instrumentos que atraen fluidos hacia sí.
[8] “Entonces el señor Dios formó al hombre con polvo de la tierra y sopló en sus narices un hálito de vida y el hombre devino un ser viviente”. Génesis 2, 7. Este simbolismo del hacerse continente vuelve a encontrarse también, por ejemplo, en el Budismo, donde el Buda es gordo precisamente porque se ha vaciado de lo que es individual para acoger en sí lo Universal.

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