miércoles, 11 de julio de 2012

"René Guénon y el Rito Escocés Rectificado" de Jean-Marc Vivenza; reseñado por André Bachelet

       Sección de reseñas y notas de lectura de la revista Vers la Tradition, nº 114-115,  Diciembre 2008 - Mayo 2009.
 
       René Guénon y el Rito Escocés Rectificado [1]
       Por Jean-Marc Vivenza
       Éditions du Simorgh, 2007

       ¿Una singular cruzada o el retorno de la Inquisición?


       Este pequeño libro de 136 páginas, cuyo título es seguido, en la primera página, por el anuncio de su objeto: “Aclaraciones relativas al desprecio e incomprensión de Guénon y de sus discípulos respecto a la doctrina de los Elegidos Coëns de la Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, y de la teosofía de Louis Claude de Saint-Martin”, merece algunas observaciones en razón de las inexactitudes de fondo que contiene. Para ello, nos limitaremos a mostrar la crítica de fondo que allí se hace de la posición de René Guénon respecto del Régimen Rectificado y los inspiradores de ésta; por lo que concierne a la apologética cristiana, y más precisamente a la pretendida iniciación cristiana, tal cual es concebida y presentada por el autor, es decir, dentro de una total confusión entre exoterismo y esoterismo, aparece ésta desnuda de fundamento doctrinal de orden universal: o sea, una caricatura de lo que es el cristianismo y su esoterismo [2]. Por otra parte, este corto anuncio del autor no resume toda su tesis ya que alarga su condenación a la totalidad de la Masonería, excepto la Masonería cristiana del Régimen Rectificado. Aquellos que hayan consultado su Dictionnarie de René Guénon, publicado en febrero de 2002, y aborden cinco años después el libro que examinamos, no dejarán de interrogarse, si releen la Introducción del Dictionnaire, donde, a pesar de las expresiones recurrentes sobre “el pensamiento” de Guénon, o el “pensador”, reveladoras de una incomprensión sobre la posición real e invariable de aquel, verán que el señor Vivenza expresaba entonces un juicio general favorable a Guénon acompañado de algunas alabanzas. Es así como él habla del «brillo indiscutible del pensamiento de René Guénon, que no ha hecho por otra parte sino acrecentarse, de lo cual nos felicitamos grandemente» (p. 9), añadiendo que «Es igualmente al servicio de esta doctrina perenne a la que nos sometemos a nuestra vez, y fue nuestra única ambición contribuir, con nuestro propio trabajo, a su brillo y su conocimiento; sabiendo […] que el inmenso papel jugado por René Guénon en la puesta en evidencia de la “doctrina eterna” para nuestro tiempo, es incontestablemente único, soberano y sin parangón, lo cual le confiere un lugar incomparable que nosotros le reconocemos a título pleno.[…] » (p. 10); esta “función”, él sólo puede prevalecerse de ello, y esto sin el menor asomo de duda » (p. 11), etc. Esto no debe enmascarar las insuficiencias y las confusiones que contiene este Dictionnaire del cual uno se pregunta a fin de cuentas qué ayuda se considera que aporta al lector que conoce poco o nada la obra de Guénon, hasta el punto de poder perjudicar la comprensión profunda de ésta.

      Pero entremos en el campo de ruinas que constituye el presente libro del autor: desde el comienzo, uno se ve rápidamente invadido por una incorregible logorrea que se traduce por el abusivo y obsesivo uso del adjetivo, incisivo éste, por no decir despectivo contra René Guénon y su obra. Son sacados al paso por su toma de posición favorable a este último, Dennys Roman y Patrick Geay que «caen» así en buena compañía. En cuanto al discurso, que pretende emanar de la iniciación cristiana, vamos a volver sobre él después de una breve digresión.

       De hecho, el señor Vivenza es un caso; y no tanto por su individualidad en sí misma, que podría interesar a nuestros lectores, como por la transformación radical que le afecta hoy. Su colaboración en nuestra revista, especialmente durante el VIII coloquio de Vers la Tradition, que tuvo lugar en Châlons en octubre de 2005, no permitía descubrir una evolución tan súbita, incluso si ciertas premisas podían dejar entrever alguna incompatibilidad con el espíritu tradicional tal como Guénon lo ha devuelto a la luz. ¿Habrá sido el señor Vivenza, después, víctima de un fariseísmo un tanto exaltado, de una suerte de «virus» fundamentalista?

      Es pues otro lenguaje el que el autor nos impone ahora: lenguaje por el cual desparrama sin límites palabras como las que no se encuentran sino en ciertos autores cuyo odio a Guénon es notorio [3]. Para que nuestros lectores se hagan una idea del tono empleado, proponemos algunos ejemplos entre una multitud recogida prácticamente en cada página del libro: así de la «sorprendente capacidad de Guénon para hablar de lo que ignora», de su «trágico desconocimiento de la estructura interior del Régimen Rectificado», de su «enorme y desconsoladora ignorancia», de «su ceguera e incompetencia», de su «total incapacidad a abrirse a las grandes y profundas verdades», de su «considerable carencia teórica», sin omitir que «los conceptos guenonianos […] presentan un vicio redhibitorio, una carencia natural les impide acceder a la plenitud del conocimiento […], carencia que tiene por causa principal la ceguera consecutiva a una sobredeterminación y sobrevaloración de las doctrinas orientales respecto a la Palabra de las Sagradas Escrituras»; de hecho, «[…] la Encarnación, […] rompe los viejos fundamentos de las antiguas religiones humanas […]. El cristianismo, y esto no es negociable [¡¿?!], no obedece a las mismas reglas; excede todos los marcos ancestrales […], y es en esta imposibilidad donde viene a embarrancarse, chocar y romperse, la ciencia de Guénon […]», en su «ignorancia culpable y estupefaciente». Cada cual apreciará el contenido de esta antología marcada por la delicadeza y la clarividencia, así como por la modestia, del autor y su sentido de la medida. Esto nos da ya una rápida ojeada de la posición adoptada por el señor Vivenza al encuentro de la de Guénon, que es por otra parte bien conocida. [4]

       René Guénon, al que el señor Vivenza llama el «maestro del Cairo» (con la minúscula impuesta), o el «inquilino» de villa Duqqi (con cierta burla soterrada), ha cometido sin duda algo irreparable al «despreciar» el Régimen Rectificado y a su fundador J. B. Willermoz, además del alcance de la finalidad iniciática de la doctrina de Martinès de Pasqually, así como de Louis Claude de Saint-Martin en su rechazo del método iniciático masónico. Lo que le amarga manifiestamente es que Guénon no reconozca en Willermoz y en Saint Martin si no una visión puramente exotérica (lo que no ocurre del todo para el caso de Martinès), visión que el señor Vivenza comparte plenamente con ellos pero sin estar a la altura de reconocer su carácter. En él, este equívoco es el producto de una visión puramente teológica y cristocéntrica acompañada de pueriles preocupaciones apologéticas [5]. Esto le induce a ensanchar el cuadro de su crítica concerniente a la posición de Guénon en contra del Régimen Rectificado, para extenderlo a un rechazo radical de todas las religiones pretendidamente «humanas», comprendiendo ahí el judaismo, cuyo «sacerdocio se encuentra abolido y vacío de su sentido para los cristianos después de la venida del Mesías»; en cuanto al Islam, remarcará la negación de su fundamento profético [6].

       He aquí pues a nuestro autor llevado por una lastimosa «pequeña guerra santa» al asalto de René Guénon y de su obra, así como de sus «discípulos», en razón de su posición con respecto al Régimen Escocés Rectificado. La querella, como sabemos, no es nueva pues ya en 1966-1967 (para dispensarnos de ir más allá en la historia) conocidas personalidades se implicaban en la revista Le Symbolisme en defensa de dicho Régimen; se trataba particularmente de contradecir ciertas afirmaciones de Denys Roman opuestas a la adopción por Willermoz, en condiciones dudosas que ponían en duda la regularidad del Régimen, de la referencia al famoso Phaleg en lugar de Tubalcaín mantenido sin embargo en los rituales de toda la Masonería Universal. Por otra parte, las innovaciones de las cuales Willermoz fue responsable no se limitan a la «Rectificación» de la Estricta Observancia Templaria; se notará el rechazo, bajo la presión del punto de vista religioso, léase clerical, de la filiación templaria y de la supresión de las penalidades incluidas en el juramento prestado en el momento de la iniciación (curiosa coincidencia: en Inglaterra, esta supresión se reproducirá después, dos siglos más tarde, en otro Rito –el Rito Inglés— a consecuencia de las maniobras incesantes de un exoterismo fundamentalista dominante). Se entenderá igualmente la adopción, a continuación del Rito Francés, de esta importante innovación que fue la inversión de las «palabras» así como de las columnas del Templo que hemos abordado en un número precedente de la revista [7].

       En su cruzada purificadora, el señor Vivenza viene por tanto, como decíamos, a condenar sin apelación todos los Ritos masónicos, de paso que pega una coz de asno a la Masonería escocesa (lo que no asombrará a nadie) de la cual Willermoz habría emprendido la rectificación «con el fin de devolverle, de conferirle, una nueva filiación purificada que jamás habría debido perder» (curiosa manera de escribir la historia); extraños al Rito Rectificado («única corriente autorizada […] a reivindicar una autenticidad»), todos estos Ritos dependen de «la tradición depravada de Caín», pues «la corriente en la cual se encuentran situadas, después de siglos, las diversas iniciaciones de constructores, presenta una orientación al mal, una vocación negativa y culpable en razón de su carácter prometeico», como consecuencia de «una práctica desviada donde son cultivadas la pretensión y el orgullo». ¡No sabríamos ser más amables y sobretodo estar más… avisados!

Cuando el autor aborda la pretendida confusión –que constituye uno de sus argumentos clave— cometida por Guénon (y Denys Roman que padecería, como todos los «discípulos» de Guénon, de una incurable ecolalia) a propósito del estatuto arbitrariamente separado de la Órden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa y el de la Gran Profesión, se equivoca de nuevo. Su afirmación basada en una lectura literalista, decididamente omnipresente, pierde todo crédito por el hecho de que Guénon, a pesar de la puesta al día de diversos documentos –de los cuales no habría tenido necesidad alguna para su juicio—, no habría consentido nunca en llevar a cabo la rectificación tan esperada por… sus «adversarios»… Verdaderamente hay que dudar, como tan a menudo lo manifiesta el autor en su presunción, de la honestidad intelectual de Guénon –el señor Vivenza le reprocha «su increíble mala fe» — por no reconocer que él se ponía en tela de juicio cuando ello estaba justificado. Evoquemos de paso «la puesta al día» de ciertas cosas: si el contenido de la Profesión ha sido hecho público, eso no va en favor de ciertos «caballeros» que debían guardar secreta esta comunicación; esto por principio. Pero, es precisa y únicamente sobre la justa apreciación de la doctrina vehiculada que la cuestión se plantea: entre los dos Órdenes dependientes uno del otro, el carácter religioso se interpenetra al punto que no pueden ser disociados sino de manera arbitraria en su significación intrínseca, como lo hace el autor: dicho de otro modo, si la Gran Profesión era de naturaleza iniciática, lo que no es el caso, podría –o debería— ser tomada en cuenta en tanto que tal, como dispensando jerárquicamente su contenido doctrinal en modo descendente hasta el 1er grado; pero en este caso, es el carácter exotérico el que se encuentra difundido en el conjunto del Régimen; eso es lo que quería hacer comprender Guénon para quien el aspecto estructural era secundario y devenía asimismo contingente por relación a la importancia del problema planteado. ¿Dónde se encuentra entonces el «completo desconocimiento de las estructuras propias del Régimen Escocés Rectificado, una absoluta ignorancia de su historia y una increíble confusión respecto a las enseñanzas que subyacen secretamente [¡¿?!] en la Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa» que el autor le imputa? Consecuentemente, su interrogación sobre «el carácter inexplicable» de la actitud de Guénon, deviene sin objeto. De hecho, si la posición de Guénon manifiesta un juicio tradicional correcto sobre el Régimen Rectificado, no tienen ninguna razón en reconsiderarla.

Señalemos, sin embargo, en el autor esa manía por el documento escrito que se encuentra en los historiadores de mentalidad profana; la que le conduce a tomar la comunicación del depósito de los archivos de los Elegidos Cohens por una auténtica transmisión iniciática. Hay que señalar además que la herencia de Martinès fue amputada de autoridad por Willermoz de un componente operativo constituido por la «teurgia» (que conviene poner en su justo lugar); esto reduce esta herencia a pura especulación, incluso si su fundamento doctrinal, que es de orden universal, se reencuentra en el corazón de todas las tradiciones, de las que el autor abomina sin excepción. Es así como confunde continuamente, a propósito de las «herencias» de Martinès y de L. C. de Saint Martin, su componente exotérico con la transmisión de una influencia espiritual de orden iniciático; este error le conduce a tomar «una cuerda por una serpiente» y a otorgar a la exoterización furiosa efectuada por Willermoz un carácter iniciático que no tiene.

De hecho, Willermoz interpreta el simbolismo en modo religioso, lo que es legítimo en su orden, pero no en un medio iniciático, hay que subrayarlo todavía; así su rechazo cuasi supersticioso del hermetismo [8], defecto que se encuentra por otra parte entre los reformadores actuales del Rito Francés, llamado Moderno, que se hinchan como la rana de la fábula; hay que creer que todos esos Masones herederos de los constructores no han observado jamás –ellos que conceden tanta autoridad al Arte de la Memoria— un edificio religioso de la época medieval y hasta posterior… Es fácil comprobar que el punto de vista adoptado por el fundador del Régimen Rectificado vuelve incompresibles múltiples aspectos del paso específico al Oficio (se conoce, por otra parte, su fascinación pueril por… las botas) y notablemente a aquel que concierne a la puesta en obra correspondiente a la rehabilitación de los «metales», sin embargo, esencial para comprender e integrar el sentido verdadero de la «reintegración» en esta vía. Este rechazo de Willermoz parece ligado íntimamente al funesto extravío que evocamos más arriba, episodio que le ha llevado a sustituir la palabra Phaleg, que significa «separado», por Tubalcaín del cual uno de sus significados más misteriosos, «Posesión del mundo», no puede ser aprehendido correctamente sino desde un punto de vista iniciático. Por otra parte, ¿no habla el autor de «la reforma» y de la «doctrina» de Willermoz?

Cuando Guénon dice, a propósito de Martinès de Pasqually, que «ha debido tener también en él, […] una cierta confusión entre el punto de vista “iniciático” y el punto de vista “místico”, pues las doctrinas que expresa tiene siempre una forma religiosa, mientras que sus “operaciones” no tienen de ningún modo ese carácter» [9], es del todo significativo constatar que es precisamente esto último lo que Willermoz va a rechazar formalmente con horror, mientras que se inspirará piadosamente ¡en las primeras! Todo el programa del Régimen esta trazado a partir de esta «elección». Porque, ¿cuál puede ser la posteridad de un misticismo que, por naturaleza y en tanto que persiste, queda privado de la posibilidad de desembocar en alguna efectividad iniciática, sea cual sea ésta? Una palabra al respecto para remarcar que la argumentación del señor Vivenza, que emana desde un punto de vista exotérico exclusivo fuertemente exaltado, es inherente al carácter del Rito y no tiene, por ello mismo, ninguna autoridad doctrinal en el dominio iniciático. Otro punto que está relacionado respecto a la confusión del autor, que persiste en atribuir «discípulos» a René Guénon [10]: aquellos que se adhieren a lo esencial de su obra porque reconocen la inspiración de origen «no humano» no son legión, y D. Roman era uno de ellos, pero nunca se consideró como un discípulo, lo que hubiera sido a la vez insensato y ridículo. Se comprende que eso sea intolerable para el señor Vivenza que no discierne otro origen no humano que no sea la Biblia [11]. Así, D. Román es cuestionado como discípulo de Guénon, pero también por tener la culpa de tomar una posición crítica contra el Régimen Rectificado y su fundador [12]. Finalmente el autor concluye con una lección de catecismo fundamentalista de un exclusivismo dominante y compasivo, imagen de una certeza «que no es negociable». Bajo el influjo de su lógica, llega a rechazar todo lo que hace de la obra de Guénon la expresión de la Unidad y de la universalidad: de hecho, todo lo que constituye la esencia de esta obra se encuentra a sus ojos equivocado y obsoleto; la Tradición tal como es expuesta por Guénon no es aceptable pues es fundamentalmente ajena a la Tradición apostólica, la única ortodoxa… Y hace así con todo lo que no participa del «mensaje» bíblico y más precisamente evangélico interpretado de manera literal. El autor, digno continuador de una santa Inquisición tan esperada para estos tiempos de extravío intelectual y moral, no olvida los deberes pastorales de su cargo: a este efecto, amonesta e incita al arrepentimiento de la oveja perdida –sobretodo las que se encuentran en el redil, es decir en el seno del Rito Rectificado—, y pone en guardia a aquellos que podrían dejarse seducir en su andadura masónica por el pernicioso espejismo que constituye la obra de Guénon; y en su generosidad, prodiga vigorosos consejos fraternales a los «altivos genonianos»…

Regocijémonos sin embargo: sólo, del seno de Abraham, el cristianismo subsiste en estos tiempos de intensa renovación espiritual y en particular en una Masonería «Elegida y Querida»; después de todo, entre los cristianos de hoy, la Edad de Oro no se sitúa al origen, sino ¡al fin de los tiempos! No sería pues asimilable a una Tradición primordial fuertemente problemática (que no es sin embargo otra que el Edén); por otra parte, en las Escrituras, se buscará en vano cualquier rastro de un «alejamiento del Principio», y no están más que Guénon y sus partidarios para pretender lo contrario. Si hemos de creer al señor Vivenza, que ha descubierto eso no sabemos dónde en la Biblia, la Parusía reunira y discriminará una humanidad caída, desde luego, pero cuyo estado ha quedado igual desde la creación, ¡desenlace lógico de un desarrollo cíclico perfectamente lineal!

Incluso si queda excluido que nos alegremos por ello, no podemos dejar de pensar a propósito del señor Vivenza en la situación del «cazador cazado», tanto que los calificativos que dirige a René Guénon podrían serle devueltos fácilmente. Esta proyección sistemática sobre el prójimo de sus propios defectos no podría engañar sino al propio autor. En cuanto a lo que constituye la Doctrina,  tenemos la oportunidad de constatar el equívoco irremediable de las relaciones entre el exoterismo y el esoterismo, confusión que el autor comparte, al parecer, con una cierta franja de quienes hemos denunciado su odio reconocido a Guénon y las extravagancias pseudo-doctrinales.

¿Se habría convertido el autor, con algunas diferencias, en el continuador de un Antoine de Motreff, del difunto Jean Vaquié [*] o de algún otro? Tenemos derecho a pensarlo al tomar conocimiento de sus últimos dardos: « […] debemos imperativamente guardarnos de volver, como si tuvieran valor de referencia, hacia los escritos que el autor de El Simbolismo de la cruz consagra a estos temas, igualmente si conviene conocerlos para mejor refutarlos, pues presentan radicalmente un vicio inicial que les descalifica y les desposee de toda legitimidad desde el punto de vista de la “Tradición espiritual”, encarnada por esas altas figuras que son Martinès de Pasqually, Louis Claude de Saint-Martin y Jean Baptiste Willermoz.»

En suma, a la «excomunión» fulminada por el señor Vivenza en su cruzada pastoral contra la herejía guenoniana y masónica, no le falta sino el exorcista emboscado tras el Delta irradiante para poner fin, de una vez por todas, a la maniobra diabólica de Guénon y sus celosos «discípulos» que no cesan de sembrar los «gérmenes de la corrupción», conduciendo a la «confusión y a las tinieblas» marcados como están, sin duda alguna, por el número de la Bestia

¡No sabríamos dar prueba de un mayor discernimiento! [13]

Notas:
[1] Sin la publicación de esta obra del señor Vivenza diferentes aspectos relativos al Régimen Rectificado no habrían sido abordados por nosotros.
[2] Precisemos que nuestra crítica de la posición del señor Vivenza no participa de ningún modo de la menor prevención u hostilidad hacia el cristianismo y el catolicismo en particular.
[3] Se hace notar en efecto referencias elogiosas a personajes como R. Amadou y al tristemente célebre R. Ambelain, dos autores de los que Guénon ha condenado la visión desviada en sus reseñas; de paso, resulta que el autor hace suyo un error de orden metafísico contenido en una referencia atribuida a Amadou a propósito de la «Reintegración» : «[…] la materia reintegrada significa la materia aniquilada ya que, siendo su principio la nada, su reintegración no puede hacerse sino en la nada […]»; se trata aquí de la confusión habitual de entre la nada que es una imposibilidad y el caos… Decididamente el señor Vivenza tiene curiosas preferencias literarias.
[4] Sacadas de su contexto, estas expresiones conservan, sin embargo, su significación general. Conviene, para la atribución precisa, trasladarse al texto sabiendo que la argumentación del autor se basa principalmente en la pretendida ignorancia de Guénon sobre el cristianismo y el esoterismo cristiano.
[5] Ésta es una actitud en contraste con la que hace referencia al Espíritu Santo o a la «devoción» marial, ausentes del discurso del señor Vivenza; cuestión de sensibilidad…
[6] Señalemos otro estudio firmado por el señor Maisondieu sacado del libro colectivo Ésotérisme et spiritualité maçonnique (Éditions Dervy, 2002) en el cual han participado los señores Jean L’Homme y Jacob Tomaso (el nombre de este último ¿no será la traducción de otro, francés éste, conocido en el Rito Moderno?). Este estudio, que tiene por título Le Rite Écossaise Rectifié et la doctrine de René Guénon, comporta diversos ataques contra este último dentro de una misma perspectiva anti-oriental. El señor Maisondieu cree ver una contradicción fundamental entre la doctrina universal expuesta por R. Guénon y los contenidos de la Biblia, así como del Rito Escocés Rectificado que, según él, es la expresión iniciática más fiel de aquella.
[7] Cf. Vers la Tradition nº 110.
[8] Rechazar, en Masonería, la vía de Hermes, es despreciar una notable parte de la herencia secular de los constructores, y en particular las referencias a los Old Charges que representan los «Antiguos Deberes» de los «Masones de los antiguos días»; esto es más que una falta…
[9] Cf. R. Guénon, Études sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnnage, t. I, p. 39.
[10] Cuando se sabe el cuidado que puso Guénon en precisar que el no tenía discípulos y no podía tenerlos (aquellos que se pretendiesen tales falsificarían la realidad), medimos la desenvoltura del autor que puede ignorar eso; a menos que no se trata de una dificultad de compresión de una situación, sin embargo, evidente.
[11] Es necesario precisar que nos guardamos bien de cualquier comparación entre el estatuto de los Textos sagrados, sean cuales sean, y el de la obra de R. Guénon; conviene no confundir Revelación e Inspiración.
[*] Antoine de Motreff y Jean Vaquié son dos autores católicos tradicionalistas franceses que han escrito diversos textos contra René Guénon y su obra. [N. del T.]
[12] Cf. D. Roman, Réflexions d’un chrétien sur la Franc-Maçonnerie – L’Arche vivante des Symboles, Éditions Traditionelles, 1995, ch. XV: «Willermoz ou les dangers des innovations en matière maçonnique». Este capítulo retoma en parte el contenido de un texto que quedó inédito redactado en respuesta al artículo de Jean Tourniac: «Le Choix de Phaleg», aparecido en Le Symbolisme de octubre-diciembre de 1967; resume la posición invariante de D. Roman expresada en sus diversas contribuciones a los Études Traditionnelles.
[13] Para completar nuestro discurso, pensamos que no es inútil dejar constancia de ciertas prácticas emparentadas con las que nos propone el señor Vivenza: la única diferencia, sin embargo –y enorme—, tienen la pretensión de prolongar la obra masónica de René Guénon por la toma en consideración de un componente de filiación secreta; situándose bajo su patronazgo y bajo el de algunas “personalidades guenonianas”, contravienen los usos iniciáticos que excluyen toda referencia individual en un trabajo ritual colectivo; esto, impregnado de una fuerte inspiración Rectificada y con un enfoque que lleva la marca de la confusión entre exoterismo y esoterismo; esta organización tiene un título distintivo resumido por las iniciales F.S. Concebida para una élite, no es de hecho sino una fabricación en modo religioso, incluso místico. En el examen, su ritual, al que se presta gran atención, está constituido ampliamente por citas bíblicas y oraciones que se articulan según una perspectiva próxima al espíritu del Régimen Rectificado. La pretensión a la operatividad ha conducido a sus fundadores a instituir para los miembros una práctica individual fuera del trabajo colectivo, lo que, teniendo en cuenta la «orientación» y las circunstancias en las cuales esta iniciativa fue puesta en práctica (en su origen, pueden evocarse algunas manifestaciones psíquicas propicias a turbar almas sensibles...) no dejan de despertar vivos interrogantes sobre su regularidad.


martes, 10 de julio de 2012

Algunas consideraciones sobre la Aspiración iniciática; por Albano Martín De La Scala


    Fragmento del artículo publicado en el nº 32, Junio de 2012, de la Revista Letra y Espíritu.

   René Guénon, en su obra Le Roi du Monde, escribe en el capítulo VIII:[1] El período actual es por lo tanto un período de oscurecimiento y de confusión; sus condiciones son tales que, mientras persistan, el conocimiento iniciático debe necesariamente permanecer oculto; de ahí el carácter de los ‘Misterios’ de la antigüedad llamada ‘histórica’ (la cual ni siquiera se extiende hasta el inicio de tal período) y de las organizaciones secretas de todos los pueblos: organizaciones que confieren una iniciación efectiva allí donde subsiste todavía una verdadera doctrina tradicional, pero que no ofrecen más que la sombra de aquélla cuando el espíritu de dicha doctrina ha cesado de vivificar sus símbolos, que son solamente su representación exterior, y ello porque, por razones diversas, todo vínculo consciente con el centro espiritual del mundo ha terminado por romperse, lo que es el sentido más particular de la pérdida de la tradición, que concierne especialmente a tal o cual centro secundario, que cesa de estar en relación directa y efectiva con el centro supremo.

     Por lo tanto, debe hablarse pues de algo oculto más que verdaderamente perdido, puesto que no para todos está perdido y que algunos aún lo poseen íntegramente; y, si es así, otros tienen siempre la posibilidad de reencontrarlo, siempre que lo busquen como conviene, es decir, que su intención sea dirigida de tal manera que, por las vibraciones armóni­cas que despierta según la ‘ley de acciones y reacciones concordantes’[2] pueda ponerlos en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo[3]. Esta dirección de la intención tiene además, en todas las formas tradicionales, su representación simbólica; nos referimos a la orientación ritual: ésta, en efecto, es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que sea cual fuere, es siempre una imagen del verdadero ‘Centro del Mun­do’[4].

     Puede ocurrir que entre los lectores de estas líneas haya quienes han entrado en contacto con la magistral obra de René Guénon. Quizás alguno, leyendo dichos escritos, ha sentido que en realidad esta exposición no le era verdaderamente extraña sino que no hacía otra cosa que expresar de modo más claro lo que en realidad él ya sentía, aunque de modo todavía un poco confuso, en su proprio fuero interno. Y nos referimos en particular a la doctrina metafísica ahí expuesta, donde se tratan temas como: la no dualidad, la Posibilidad infinita, la Identidad suprema, los estados múltiples del ser y su jerarquía. Principios estos que, para ser intuidos con claridad evidente, implican un horizonte intelectual ciertamente poco común actualmente.

     Otros quizá han sentido la necesidad impetuosa y profunda de consagrar su vida a algo que valiese verdaderamente la pena ser vivido. Éstos pueden haber reconocido que solamente lo que trasciende la existencia puede realmente darle un sentido y haber sentido por lo tanto la necesidad de tomar contacto consciente y efectivo con este grado superior de realidad.

     Puede haber también quien, eventualmente, aunque solo una vez en la vida, haya sentido que en la parte más íntima y profunda del propio ser hay algo que nada tiene que ver con la vida ordinaria caracterizada por sus condicionamientos y limitaciones y que pide poderosamente reunirse con aquello que es de su misma naturaleza. Puede haber tenido la sensación de que esta presencia fuese demasiado grande para ser contenida en un ser individual y tal vez esta fortísima percepción lo ha impulsado a caer en un llanto incontenible.[5]

     Alguno ha advertido, quizá, con gran sufrimiento, la necesidad de gritar la gloria del propio Señor pero de un modo que su condición individual no permitía expresar. En todo lo que antecede hay como la presencia de una “nostalgia” hacia lo que es espiritual y eterno. Éstas y muchas otras pueden ser las modalidades con las cuales se manifiesta la aspiración iniciática.

     El término aspirar tiene origen en el latín y está compuesto de la partícula “ad”, 'dirigido' y “spirare”, 'soplar', 'exhalar el aliento' y también 'espirarlo'. El significado que esta palabra ha tomado en el lenguaje ordinario es también el de: 'inspirar', 'traer hacia sí', 'absorber' o 'bombear'. En sentido figurado la acepción es la de desear vivamente una cosa buscando obtenerla, anhelar, tender hacia. Todos estos conceptos, que aunque en apariencia contrastan bastante, pueden concurrir a ayudarnos a comprender qué valor debe darse a la aspiración entendida en sentido intelectual. Consideramos que aclarar ese punto es esencial para poder vivificar y desarrollar esta actitud fundamental.

   El sentido más inmediato que puede darse al término en cuestión es el del deseo ardiente por el verdadero conocimiento[6], deseo que coincide con una tendencia del ser hacia lo universal. De aquí la cercanía con el término “suspirar” que hace alusión a la nostalgia hacia lo que se ama y de lo que se está separado. La ardiente actitud de la que hablamos, en efecto, no es otra cosa que el amor verdadero. A este respecto, hagamos notar cómo en la lengua italiana los términos “amore” (amor) y “aspirare” (aspirar) son casi sinónimos. Ambos están de hecho compuestos por la partícula “a”, que puede tener valor negativo y respectivamente por “more” o muerte y “spirare” o morir. En los dos casos, por tanto, el sentido puede ser el de “sin muerte”, remitiéndonos a la afinidad de los términos citados con lo que es eterno e inmortal.

     Si consideramos la palabra “aspirar” en el sentido de la respiración, es decir, introducir en los pulmones inspirando a través de la boca o la nariz, podemos hacer notar cómo para realizar esta operación, hace falta primero, al menos en parte, haber espirado, o sea, haber hecho salir el aire que antes había[7]. Queriendo aplicar este principio a la condición individual se puede intuir cómo el recorrido que lleva al desarrollo de la aspiración debe ir parejo con un proceso de vaciamiento interior que corresponde al indispensable abandono de los apegos mundanos. Solamente operando así podrá permitirse al hálito de la respiración divina penetrar en el ser vivificándolo, como simbólicamente acaece a Adán en el Génesis[8].

     Desde un punto de vista principial, por contra, esta aspiración puede ser imaginada simbólicamente como un vórtice que se desarrolla desde el Centro, Principio y origen de toda cosa, y atrae hacia sí a todos aquellos que se han orientado rectamente hacia Él. Los numerosos ritos de circunvalación que se encuentran en las más diversas formas tradicionales, hacen alusión precisamente a este simbolismo.

     Para el ser que sienta la necesidad de huir de la limitada condición individual en que se encuentra y reunirse con aquello que es universal, se plantea el importante problema de concretar el modo de poder hacerlo. La respuesta a esta cuestión, aunque sea en modo sintético, se encuentra en la cita introductoria. No debe hacer otra cosa que orientar de modo coherente y correcto la propia intención. De hecho, este acto, aparentemente sólo propedéutico para un verdadero trabajo iniciático, coincide en realidad con el ponerse en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo y contiene por tanto ya en sí mismo, un alcance operativo portentoso. La recta orientación permite en efecto a la acción divina el actuar en su plenitud eliminando los obstáculos y los límites individuales. Ahí está por consiguiente el secreto para progresar en la Vía.


Notas:
[1] Las notas que se refieren a las citas son del propio René Guénon.
[2] Esta expresión se ha tomado prestada de la doctrina taoísta; por otra parte, tomamos aquí la palabra “intención” en un sentido que es muy exactamente el del término árabe niyah, que se traduce habitualmente así, y este sentido es además conforme a la etimología latina (de in-tendere, tender hacia).
[3] Cuanto hemos dicho permite interpretar en un sentido muy preciso las palabras del Evangelio: “Buscad y encontrareis; pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá”. Será oportuno referirse aquí a las indicaciones que ya hemos dado a propósito de la “recta intención” y de la “buena voluntad”; y se podrá completar sin dificultad por la explicación de esta fórmula Pax in terra hominibus bonae voluntatis.
[4] En el Islam, esta orientación (qiblah) es como la materialización, si así puede decirse, de la intención (niyah). La orientación de las iglesias cristianas es otro caso particular que se refiere esencialmente a la misma idea.
[5] A este propósito, véase la cita profética: “cuando no hay llanto en el corazón, éste está en ruina, como en ruina está la casa deshabitada” citada por el Shaij Tadili en su obra “La vida tradicional es la sinceridad” publicada en el número 29 de esta revista.
[6] Dante, en la Divina Commedia, Purgatorio XXXI, 24 la define como el deseo que impulsa a amar el bien.  
[7] Análogamente, se habla en mecánica de bombas de vacío a propósito de instrumentos que atraen fluidos hacia sí.
[8] “Entonces el señor Dios formó al hombre con polvo de la tierra y sopló en sus narices un hálito de vida y el hombre devino un ser viviente”. Génesis 2, 7. Este simbolismo del hacerse continente vuelve a encontrarse también, por ejemplo, en el Budismo, donde el Buda es gordo precisamente porque se ha vaciado de lo que es individual para acoger en sí lo Universal.