martes, 20 de diciembre de 2011

La Memoria Inútil; por 'Umar

Artículo publicado en la revista francesa "Vers la Tradition", nº 62, enero-febrero de 1996.


En nuestro artículo sobre "La piedra cúbica en punta" [1], habíamos indicado que las observaciones sobre los símbolos son accesibles a todo "iniciado" sin exigir por su parte una "cultura" cualquiera, sea ésta religiosa, científica, semántica o teológica. El presente artículo se propone desarrollar esta afirmación y demostrar su fundamento y su veracidad, basándonos en lo que nos dice René Guénon sobre la metafísica y, más particularmente, en su conferencia titulada "La Metafísica oriental", de la cual extraemos las citas que seguirán a continuación.

Intentaremos así hacer comprender que la "realización" se obtiene a través de la progresiva supresión de los "conceptos", y no por la acumulación, por racional que sea, de lo que los modernos, erróneamente, acostumbran a llamar "conocimientos".

Ciertamente, Aristóteles nos enseña que "el alma es todo lo que conoce". La lectura superficial de esta afirmación está en la base de toda la enseñanza actual, que consiste en acumular "conocimientos" sobre todos los temas posibles, y más específicamente los conocimientos llamados filosóficos, históricos, científicos, lingüísticos, tecnológicos, etc., según la idea primaria de que "cuanto más se sabe, más rico es este saber".

Ahora bien, se observará que esta "culturización" exige, sin excepción alguna posible, la posesión (o la adquisición mediante las técnicas apropiadas) de una memoria muy sólida. Por otra parte, son innumerables los "institutos" que proponen métodos de adquisición o de fortificación de la memoria, e incluso "métodos de lectura rápida".

E incluso en el seno de las propias organizaciones iniciáticas esta idea está de tal forma admitida que se exige a la mayoría de los candidatos a la iniciación una "cultura" previa a su admisión, pudiendo llegar hasta una preferencia por los "universitarios", y esto tanto más cuanto que tales organizaciones creen absurdamente haber pasado de lo operativo a lo más puramente especulativo.

De hecho, si juzgamos según la proliferación de los "diccionarios de los símbolos", o según la multiplicidad a menudo anárquica de términos hebreos, desviados o no, en los rituales de los Talleres llamados "superiores", no se podría acordar un prejuicio favorable al candidato cuya memoria de conocimientos profanos o exotéricos no alcance un nivel mínimo.

¿No se llega incluso a pedir al postulante, según el "tinte" característico del taller, el conocimiento actualizado del salario mínimo interprofesional, de las organizaciones sindicales en vigor, de la historia de la revolución francesa o de los filósofos más recientes, cuando no de los escritores más discutibles, al estilo de Sartre, Teilhard de Chardin, Aragon, Marcuse, Marx, Freud, Jung y tantos otros?

Así, aquel cuya memoria no haya sido solamente mantenida, sino también desarrollada, no tendría posibilidad alguna de acceder a la "realización metafísica", que es, no obstante, el objetivo último de la iniciación.

Ahora bien, Aristóteles dijo que "el alma es todo lo que conoce", y no "todo lo que sabe". Esta deformación de la idea de "conocimiento", indebidamente asimilada al "saber", conduce incluso a los más aptos a la desilusión y a la renuncia, y no dejar subsistir, en las altas esferas de la Franc-Masonería, más que a universitarios, para los cuales, evidentemente, las posibilidades de realización están, muy a menudo, en razón inversa a sus numerosas cualificaciones profanas. Y ello porque esta aptitud para la memorización de los datos o hechos más diversos y a menudo más disparatados es un verdadero obstáculo en la vía del conocimiento metafísico, que es, como nos dice René Guénon, "el conocimiento supra-racional, intuitivo e inmediato" de lo que "está más allá de la naturaleza", es decir, de lo "sobrenatural".

Tal como está aquí enunciado, este conocimiento aparece como la antítesis de la memoria, definida ésta como "la facultad que consiste en conservar los estados de conciencia pasados y los conocimientos adquiridos, y de poder evocarlos a voluntad".

Incluso si se admite generalmente que la memoria es evolutiva y que se modifica en función de la naturaleza de las cosas memorizadas, no es menos cierto que todo el saber moderno está condicionado por la buena conservación de los conceptos y de los hechos registrados.

La definición de la memoria precisa que se trata, ya de estados de conciencia, ya de conocimientos adquiridos: y esto es evidente, puesto que lo que debe ser conservado proviene necesariamente del exterior. Se habla incluso de "almacenar" los datos conceptuales, sean compatibles entre sí o no.

Ciertamente, René Guénon admite que "…los medios de la realización metafísica… deben estar al alcance del hombre", y que " …es en las formas que pertenecen a este mundo, donde se sitúa su manifestación presente, que el ser tomará un punto de apoyo para elevarse por encima de este mundo; palabras, signos simbólicos o procedimientos preparatorios cualesquiera no tienen otra razón de ser ni otra función… son soportes, y nada más".

Así, se podría creer, como muchos piensan, que cuantos más símbolos, palabras y signos conoce un iniciado, derivados de las lenguas sagradas antiguas o actuales, más oportunidades tendrá de acceder al conocimiento metafísico. Abundan así los "trabajos" llenos de citas en sánscrito, en hebreo, en árabe, con el loable aunque a menudo estéril objetivo de enriquecer e ilustrar los conceptos desarrollados. Si a veces ocurre que estas citas tienen como efecto el poner de relieve la universalidad de un concepto, a menudo el resultado obtenido consiste en dispensar al lector de profundizar por sí mismo su propia reflexión sobre los símbolos.

Ahora bien, Guénon nos pone inmediatamente en guardia a este respecto al precisar que "…no confundamos un simple medio con una causa en el verdadero sentido de la palabra", y que "no debemos entender la realización metafísica como un efecto cualquiera de algo, porque no se trata de la producción de algo que no exista todavía, sino de la toma de conciencia de lo que está, de manera permanente e inmutable, fuera de toda sucesión temporal o de otro tipo, pues todos los estados del ser, considerados en su principio, están en perfecta simultaneidad, en el eterno presente".

Lo que es permanente e inmutable no tiene evidentemente ninguna necesidad de ser memorizado ni conservado. Mientras que la memoria supone un conocimiento cronológico de los hechos memorizados, el conocimiento puro exige, por el contrario, una abolición de las condiciones temporales, y quien está en la vía debe primeramente franquear las limitaciones de las condiciones temporales, a fin de que la aparente sucesión de las cosas pueda transmutarse en simultaneidad y pueda nacer en él "el sentido de la eternidad, facultad ésta desconocida por el hombre ordinario".

E insiste: "Esto es de una extrema importancia, pues quien no pueda escapar del punto de vista de la sucesión temporal y considerar todas las cosas de modo simultáneo es incapaz de la menor concepción de orden metafísico. Lo primero que debe hacer quien verdaderamente quiere llegar al conocimiento metafísico es situarse fuera del tiempo, diríamos incluso situarse en  el no-tiempo".

Se podría objetar que la memoria permite, precisamente, restituir en un instante dado hechos que están registrados en el tiempo, incluso en épocas muy alejadas unas de otras, y que sería así una herramienta al servicio del no-tiempo, o que podría dar una buena imagen de éste.

Esto sería olvidar que la memoria está totalmente sometida a la cronología, ya que es la "conservadora" por excelencia. Hay entonces un verdadero abismo entre el eterno presente, o no-tiempo, y el recuerdo de acontecimientos que no pueden ser memorizados sino en el tiempo.

Es ésta la razón de que tal distinción sea de una extrema importancia, pues es a causa del aparente mecanismo de la memoria que el hombre experimenta grandes dificultades para evadirse de la condición temporal. Cuando Sri Nisargadatta Maharaj nos ofrece el ejemplo del niño que dice "yo" y, convertido en anciano, continúa diciendo "yo", nos hace entrever el no-tiempo del "Sí", absolutamente independiente de la memoria. Precisa incluso que nuestros miedos son el producto del recuerdo de nuestros dolores, y que nuestros deseos nacen del recuerdo de nuestros placeres.

Así, quienes entran en la iniciación deben comprender que la metodología ritual que practican, lejos de beneficiarse de sus adquisiciones profanas, tiende, por el contrario, a ponerlas en duda.

Ciertamente, como dice Guénon, "estos medios podrán, en el punto de partida, ser casi indefinidamente variados, pues, para cada individuo, deberán ser apropiados a su naturaleza especial, conforme a sus aptitudes y sus disposiciones particulares".

Pero añade que "no hay ninguna dificultad en reconocer que no existe medida común entre la realización metafísica y los medios que conducen a ella, o, si se prefiere, que la preparan. Ésta es por otra parte la razón de que ninguno de estos medios sea necesario, de una necesidad absoluta; o, al menos, no hay sino una sola preparación verdaderamente indispensable, y es el conocimiento teórico".

Observamos así inmediatamente que el conocimiento teórico no precisa de la ayuda de la memoria, puesto que se apoya en principios inmutables y no en la sucesión aparente de los efectos que pueden ocasionarse y que, por otra parte, son lo único que puede ser memorizado.

Incluso el conocimiento teórico, según nos dice Guénon, "no podría llegar muy lejos sin un medio al que debemos considerar como el que desempeñará el papel más importante y más constante: este medio es la concentración… Todos los demás no son sino secundarios con respecto a éste; sirven sobre todo para favorecer la concentración y para armonizar entre sí los diferentes elementos de la individualidad humana, a fin de preparar la comunicación efectiva entre esta individualidad y los estados superiores del ser".

Ahora bien, esta "concentración", que puede ser identificada con la "meditación", es la actitud opuesta al acto de memorización, que es la expresión misma de la exteriorización de las cosas individuales memorizadas.

Y para volver de nuevo a nuestro anterior artículo, no se puede, "geométricamente", situar mejor y simbolizar esta "concentración" sino en la Punta de la Piedra cúbica, donde no puede subsistir ningún acto de memorización.

Observemos, por lo demás, que la memoria no está sometida sólo a las condiciones temporales: ella comprende igualmente las condiciones espaciales, en la medida en que lo que tiende a conservar pertenece también al dominio de la forma. Ya se trate de fórmulas matemáticas, de conceptos sobre la materia, de cosmología, de imágenes del pasado o incluso de reglas gramaticales, todos nuestros recuerdos revisten, más o menos, una cierta forma espacial que contribuye, por su propia naturaleza, a facilitar la memorización. Y, quizá, reflexionando un poco, descubramos que es ésta la condición necesaria de la memorización.

Ahora bien, nos dice Guénon que la segunda fase de la realización metafísica "se refiere a los estados supra-individuales, pero todavía condicionados, aunque sus condiciones sean distintas a las del estado humano… Lo que se supera es el mundo de las formas en su acepción más general, comprendiendo aquí todos los estados individuales, sean cuales sean, pues la forma es la condición común a todos estos estados, aquella por la que se define la individualidad como tal. El ser que ya no puede ser llamado humano ha escapado a la "corriente de las formas", según la expresión extremo-oriental".

Así, la vía de realización metafísica impone, desde su inicio, el abandono de las condiciones a la vez temporales y espaciales, que son, precisamente, las condiciones de la existencia, del ejercicio y del aprovechamiento de la memoria. Se comprenderá entonces no solamente la inutilidad de ésta en la búsqueda metafísica, sino igualmente su verdadera nocividad con respecto al esfuerzo de superación que esta búsqueda exige.

Pero hay más. Tras haber expuesto las dos principales fases de la progresión en el verdadero conocimiento, René Guénon precisa que "por elevados que sean estos estados con respecto al estado humano, por alejados que estén de éste, no son aún sino relativos, y ello es verdad incluso del más alto de ellos, el que corresponde al principio de toda manifestación. Su posesión no es entonces más que un resultado transitorio, que no debe ser confundido con el objetivo último de la realización metafísica; es más allá del ser donde reside este objetivo, con respecto al cual todo el resto no es más que encauzamiento y preparación. Este objetivo supremo es el estado absolutamente incondicionado, liberado de toda limitación".

Incluso para el debutante que se atiene todavía a la "letra" de lo que dice René Guénon aparece totalmente evidente que en este camino toda utilización de la memoria está absolutamente excluida, no pudiendo ésta en modo alguno franquear las condiciones limitativas que la justifican necesariamente, como por definición.

Se comprende así que la "vía masónica", a la que consideramos como esencialmente metafísica, no podría consistir en acumular "conocimientos", con la ayuda no solamente del intelecto, sino también de la memoria. Pues esta vía simbólica de "constructores" es, por la inversión normal de los símbolos, una vía de "destrucción de las ilusiones" en vistas a la comprensión de lo "Real".

Como dice René Guénon, "incluso todo lo que se puede expresar no es literalmente nada con respecto a lo que supera toda expresión, al igual que lo finito, sea cual sea su magnitud, es nulo frente a lo Infinito".

Por lo demás, la extrema punta de la flecha de las catedrales no es para la memoria sino las "piedras" que ella sintetiza.

Notas:
[1] "Vers la Tradition", nº 60, junio-julio-agosto de 1995.



miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los Cuatro Santos Coronados y las piedras de fundación; por Juan Sánchez Tudela


.........Las fiestas de los dos San Juan, el Evangelista y el Bautista de la tradición cristiana, identificados con los solsticios de invierno y verano, el “Juan que ríe” y el “Juan que llora” de la tradición popular, y con el dios Jano de la tradición romana de los collegia fabrorum, son las dos fiestas que aún conserva la Masonería moderna, heredadas de la antigua Masonería medieval de las corporaciones de gremios; en particular la de San Juan Bautista que era la principal para estos gremios. Sin embargo, otra celebración tanto o más importante que las de los dos juanes para la antigua Masonería de oficio, fue hasta el mismo siglo XVIII la fiesta de los Santos Coronados, también conocidos como los Cuatro Santos Coronados, por ser cuatro, de nombres Severo, Severiano, Carpóforo y Victorino, los santos mártires que murieron en tiempos del emperador Diocleciano, azotados con plomadas por negarse a esculpir ídolos paganos; esto según cuenta la Leyenda dorada del dominico Jacobo de la Vorágine, escrita en el siglo XIII, junto a la del martirologio cristiano del monje inglés Beda el Venerable, del siglo VIII, que fueron las versiones que eligieron para sí los gremios de constructores, pese a que la advocación, dada su antigüedad, tuvo también otras variantes en su origen y otros nombres que dejaremos aparte. Su festividad fue fijada en el siglo IV por el papa Melquíades en el octavo día tras la fiesta de Todos los Santos, o sea el 8 de noviembre, siendo representados con los útiles propios de su oficio, es decir, escuadra, compás, escoda de picapedrero, etc., pues según dice su hagiografía eran trabajadores de las canteras que el emperador Diocleciano poseía en Panonia, en la región del Danubio medio.

Su devoción, extendida pronto por toda Europa, y su oficio, talladores de piedra o escultores, hizo que fueran adoptados como santos patronos de los gremios de constructores, de tal modo que es posible rastrear la importancia de su festividad y de su culto, entre los gremios de masones a través de sus antiguos textos y estatutos, conocidos como Old Charges, en inglés, o “Antiguos Deberes”, en castellano. El “Antiguo Deber” más antiguo, valga la redundancia, en el que aparecen citados es en los Estatutos de maestrazgo de “Talladores de Piedra de Venecia”, redactados en 1317; posteriormente se encuentran nombrados en los Estatutos de la Asociación de Talladores de Piedras y Albañiles de la ciudad de Ratisbona, de 1459, en cuyo comienzo se dice: «En el nombre de Dios, Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y Santa María, madre de Dios, de sus bienaventurados santos servidores, los cuatro santos coronados de eterna memoria, consideramos que para conservar la amistad unión y obediencia, fundamento de todo bien, de toda utilidad y provecho para todos, príncipes, condes, señores, localidades y conventos, en el presente y en el futuro, Iglesias, edificios de piedra o construcciones, debemos constituir una comunidad fraternal». También son citados en los Estatutos de la Compañía de Constructores de Londres, redactada en 1481, donde se especifica que en el día de su festividad todos los miembros del gremio están obligados a celebrarla con una misa. Pero donde aparecen nombrados con mayor extensión y prolijidad es en el manuscrito Regius, fechado en 1390 y copia de un original más antiguo, que estuvo en uso en el oeste de Inglaterra. El manuscrito Regius se compone de 9 partes dedicadas a la fundación de la Masonería, las siete artes liberales, un código deontológico, normas de urbanidad, o el relato de la Torre de Babel, entre otras temáticas; el comienzo de una de esas 9 partes está dedicada al relato de los Cuatro Santos Coronados en los términos descritos por la Leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine. Dice así:

«Oremos a Dios omnipotente y su madre María, a fin de que podamos seguir estos artículos y los puntos, todos juntos, como hicieron los cuatro santos mártires, que en este oficio tuvieron gran estima. Fueron ellos tan buenos masones como pueda hallarse sobre la tierra, escultores e imagineros también eran, por ser de los obreros los mejores, y en gran estima el emperador los tenía; deseó éste que hicieran una estatua que en su honor se venerara; tales monumentos en su tiempo poseía para desviar al pueblo de la ley de Cristo.
Pero ellos firmes permanecieron en la ley de Cristo, y sin compromisos en su oficio; amaban bien a Dios y a su enseñanza, y se habían volcado a su servicio para siempre. En aquel tiempo fueron hombres de verdad, y rectamente vivieron en la ley de Dios; ídolos se negaron a erigir, y por muchos beneficios que pudieran reunir; no tomaron a este ídolo por su Dios y rechazaron su construcción, pese a su cólera; por no renegar de su verdadera fe y creer en su falsa ley, sin demora el emperador los hizo detener, y en una profunda cárcel los encerró; cuanto más cruelmente los castigaba, más en la gracia de Dios se regocijaban.
Viendo entonces que nada podía les dejo ir a la muerte; quien lo desee, en el libro puede leer de la leyenda de los santos, los nombres de los Cuatro Coronados. Su fiesta es bien conocida por todos, el octavo día tras Todos los Santos.»

Aún hoy día se pueden ver multitud de restos y detalles de su iconografía en las capillas de catedrales e iglesias de toda Europa construidas desde la Edad Media hasta el siglo XVIII, como es el caso de la catedral de Pavía.

Uno de los rasgos más significativos de la advocación de los Cuatro Santos Coronados es justamente la elección precisa de su número, sobretodo cuando diferentes versiones iniciales de la leyenda varían entre 5 y 9 los nombres de los santos que se barajan, hasta que, como indicábamos antes, su culto queda finalmente reducido y fijado a 4 mártires. Conociendo la importancia que el simbolismo de los números, ligado al simbolismo de la medida, y por ende a la Geometría, tenía para los antiguos masones, analizaremos las diferentes correspondencias que se establecían entre los Cuatro Santos Coronados y el simbolismo del número 4, también conocido como cuaternario, así como de manera subsidiaria con la unidad, el binario, el ternario y la década.

Estas relaciones se conocían desde muy antiguo, habiéndose recibido en los gremios de constructores por tradición de la escuela pitagórica, a través de los collegia fabrorum romanos, con el nombre de la Sagrada Tetraktys. La Tetraktys consiste en una figura triangular formada por la adicción de los 4 primeros números: 1+2+3+4, cuya suma da un total de 10. Para su construcción se parte de la unidad, primer número triangular y cuadrado a la vez, pues es el principio y origen de la serie de los números enteros, así como de las demás series derivadas. El segundo número triangular surge de la adicción del binario a la unidad 1+2 = 3; lo cual muestra que la unidad al producir el binario por su propia polarización da lugar de manera inmediata al ternario; y es el segundo número triangular porque de su representación geométrica con el uno en el vértice y el dos en la base se obtiene un triángulo. Dando al ternario un carácter independiente, la adicción de un segundo ternario al primero que ya teníamos da lugar al tercer número triangular de la serie mediante la suma 1+2+3 = 6, cuyo resultado es el senario; el senario, al verse como el reflejo de un nuevo ternario a partir del original, es identificado con el símbolo del “sello de Salomón” o “estrella de David”, que representa los 6 días de la creación como obra del reflejo del ternario superior, identificado con el Verbo divino: la unidad más el binario actuando a través de la polaridad de la forma y la materia, o la esencia y la substancia, el acto y la potencia según Aristóteles –el azufre y el mercurio para el hermetismo o el yang y el yin para la tradición taoísta-. Finalmente, y siguiendo la serie se obtiene el cuarto número triangular, con la adicción del cuaternario: 1+2+3+4 = 10, o sea, la Tetraktys. El cuaternario da como resultado el número 10, el denario, que viene a ser considerado como el símbolo de todos los números y por ende de la totalidad, por contenerlos a todos; mientras por su parte el cuaternario se identifica con la manifestación universal de nuestro mundo, el Cosmos o la obra de la Creación acabada, ya que contiene en sí, al dar lugar al denario, los fundamentos o principios de esta creación. Estos principios son por tanto 4, los cuales se pueden encontrar expresados de diversas maneras según los diferentes órdenes de la Creación, así como en los fundamentos de las antiguas ciencias tradicionales que se agrupaban en el quadrivium de las 7 artes liberales, y que se ocupaban de la Cosmología en sus diferentes órdenes o manifestaciones, vinculados por correspondencias o analogías rigurosas.

Los 4 números triangulares de la Tetraktys fueron identificados posteriormente con los 4 mundos de la cábala hebrea, al igual que con las 4 letras del tetragrama hebreo. Así la unidad se identifica con el Principio Creador, el Ser; el binario con el Espíritu universal; el ternario con el Alma universal; y el cuaternario con la Hyle o Substancia primordial. Mientras los 3 primeros números triangulares de la Tetraktys, la unidad, el binario y el ternario son identificados con la ontología, el cuaternario es el punto de partida de la cosmología, y la presencia de su número es obligada para el desarrollo completo de las posibilidades que comporta. En el orden de las cosas manifestadas, por tanto, se halla siempre el signo o la signatura del cuaternario como esquema fundamental de la manifestación: los 4 elementos de la naturaleza, los 4 humores del temperamento, los 4 signos fijos del zodíaco; los 4 puntos cardinales, las 4 direcciones del espacio; o las 4 fases en la que se divide todo ciclo: las 4 momentos del día, las 4 fases lunares, las 4 estaciones del año, las 4 edades de la vida del hombre o las 4 edades del mundo. La Tetraktys, según los pitagóricos, comprende en sí todos los números, y sobre ella prestaban juramento. Por su forma triangular se relaciona con la cuarta letra del alfabeto griego, la Delta, la cual tiene también forma triangular, y es la inicial de la palabra Deka (diez); actualmente se asocia la Tetraktys con el Delta masónico que preside la Logia de Aprendiz.

Para los antiguos masones de oficio, como también para todo hombre tradicional, el Cosmos es, como obra del Verbo, o Logos, fruto del lenguaje y pensamiento divinos, de tal manera que el Cosmos se constituye en sí mismo, y de manera natural, en un símbolo a interpretar que refleja este orden divino. De igual manera, el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, como describe el libro del Génesis, es también él mismo un símbolo de Dios, el más perfecto antes de la caída de Adán, conocido como microcosmos, que al ser puesto en analogía con el macrocosmos, se constituye en el ser mediador entre el Cielo y la Tierra. La actividad y el oficio del constructor, por tanto, al seguir las pautas de la Geometría, que es originalmente la medida de la tierra, y en conexión con otras artes del quadrivium como la Aritmética, la Astronomía o la Música, presenta en la estructura y disposición de sus elementos arquitectónicos una equivalencia y significación cósmicas, de tal manera que construir un edificio siguiendo estas reglas tradicionales, en especial si es un templo, consiste en imitar a Dios en su labor creadora y constructora del Cosmos, y en definitiva seguir los principios expresados por la sagrada Tetraktys.

Los ritos que se llevan a cabo a la hora de diseñar y construir un edificio, tales como la colocación de la primera o la última piedras, son una imitación del orden y los ritmos del Cosmos, así como de la labor y sacrificio del Principio divino al dar lugar a la manifestación, lo cual se refleja en la dimensión cósmica que toma cuerpo a su vez en las formas arquitectónicas, haciendo de la construcción del edificio una verdadera imitación de la creación del mundo. Así, mientras las formas circulares, o esféricas relacionadas con el arco o la cúpula se identifican con el cielo, las formas cuadradas o cúbicas, relacionadas con la base y los cimientos del edificio se relacionan con la tierra. La construcción del edificio se ve entonces como el retorno y dependencia de la multiplicidad de la manifestación, equivalente a los 4 ángulos o piedras de fundación de la base, con la unidad del Principio creador, equivalente a la clave del arco o la piedra angular de la sumidad de la cúpula, siendo esta operación la inversa al paso de la unidad del Principio a la multiplicidad de la manifestación, obra directa del G.·.A.·.D.·.U.·. en la Creación. Estas dos operaciones, solidarias de la solución y la coagulación herméticas, se asociaban en Geometría a los problemas de la circulación del cuadrado y la cuadratura del círculo, respectivamente. Y, de igual manera que los 4 elementos de la naturaleza, fuego, tierra, aire y agua, que componen el mundo parten o se reúnen en una quintaesencia, las 4 piedras fundamentales sobre las que se asienta el edificio, orientadas según los ángulos intermedios a los 4 puntos cardinales, deben reunirse y ordenarse en la sumidad de la piedra angular, donde el conjunto del edificio encuentra su trabazón y es llevado a su perfección; piedra angular que, como dice la Sagrada Escritura, había sido rechaza por los albañiles al inicio de la construcción.

La colocación por tanto de la primer piedra del edificio, o piedra fundamental, se llevaba a cabo en el ángulo noreste, lugar donde hoy se sitúa en nuestra logia el aprendiz masón al término de su iniciación, representando la salida del sol; el resto de las 3 piedras de fundación que delimitaban el contorno y la base del edificio eran colocadas siguiendo el recorrido del sol: la segunda al sureste, la tercera al suroeste y la cuarta al noroeste.

La relación de estas cuatro piedras fundamentales con la piedra angular que coronaba el edificio, se puede establecer también simbólicamente a través de un ritual del 7º grado de la antigua Masonería operativa británica, superviviente hasta nuestros días según algunos en cofradías operativas escocesas e inglesas, conocidas como “The Worshipful Society of Freemason” y “The Corporation of Squaremen”. Durante el ritual se colocaban en suelo de la Logia 4 escuadras en posición central, de tal manera que estas 4 escuadras formasen los brazos de una svástika, cuyo centro quedaba debajo de la plomada, la cual suspendida colgaba idealmente de la Estrella Polar, polo celeste representado por el punto fijo e invariante del cielo estrellado, manifestando de ese modo que el centro de la Logia se creaba, a través del eje que establecía la plomada, mediante el reflejo del centro del Universo, representado por la Estrella Polar, sede y asiento del G.·.A.·.D.·.U.·.. La imagen de la svástika formada en el suelo por las 4 escuadras, símbolo del G.·.A.·.D.·.U.·., constituía una representación de la Osa mayor vista en 4 posiciones diferentes durante el curso de su revolución en torno a la Estrella Polar, identificadas a su vez con las 4 estaciones, los 4 puntos cardinales y las 4 piedras de fundación de un edificio.

Lejos por tanto del capricho, o del azar, el hecho de que la advocación señale a 4 el número de los Santos Coronados y no otro, obedece a la identificación de estos mártires, patrones del oficio de la masonería, con el simbolismo y rito de la colocación de las 4 piedras de fundación, identificadas con el simbolismo de la tierra y con el arte de la escuadra, que es la herramienta con la que se escuadran los bloques de piedra, sobre los que se alza la base de la edificación; mientras el compás se dedica a las labores del trazado de arcos, bóvedas y cúpulas, las cuales representan el cielo en la construcción. Precisamente, en la antigua Masonería de oficio, existían dos grandes divisiones, recibiendo el nombre de Masonería de la Escuadra, aquella en la que sus miembros solamente dominaban los conocimientos que permitían establecer los cimientos, en base a la orientación sobre los 4 puntos cardinales y la correspondiente delimitación por los landmarks, o postes, de la edificación sobre el terreno, realizando luego las elevaciones sobre esta base; mientras que se conocía con el nombre de Masonería del Arco, a aquellos masones, que habiendo pasado del dominio de la escuadra al compás, poseían además los conocimientos para edificar la techumbre que cubriría el edificio, mediante arcos, bóvedas y cúpulas.

Esta identificación de los Cuatro Santos Coronados con las 4 piedras de fundación del edificio aparece señalada en muchas de las capillas dedicas a éstos, donde sus efigies aparecen representadas, reunidas los 4, en la piedra angular que corona la cúpula de tales capillas, dando precisamente a entender que esta piedra, identificada según los 4 Evangelios con Cristo, o con el G.·.A.·.D.·.U.·., supone la reunión de las 4 piedras de fundación del edificio, cuyo entramado está ordenado a ella, representando el retorno a la unidad del Principio, y reconociendo que el mundo encuentra sus fundamentados gracias a Él, el Principio del que depende todo.

jueves, 27 de octubre de 2011

Ciencia Masónica y Ciencia Profana; por Pietro Nutrizio

Las 7 Artes Liberales

Publicado en la Rivista di Studi Tradizionali, nº 49, junio-diciembre de 1978.

En un estrato de adherentes a la organización masónica que parece ser bastante extenso, se puede notar hoy una conducta respecto a la institución que, pese a testimoniar una mentalidad ya menos grosera que aquella de quienes no alcanzan a concebir el fin de la Masonería sino como un apoyo mutuo que sus adherentes deberían profesarse, o como una acción que la organización debe ejercitar en el campo político o social, no está sin embargo capacitada para hacerles dejar una perspectiva muy exterior, y en todo caso, desviada, respecto a la dirección mental que debería caracterizar a los iniciados.

En pocas palabras, de parte de estos Masones se reconoce, como finalidad de la organización, el conocimiento, pero éste resulta identificado con el fruto de la ciencia que los Masones pueden encontrar en torno suyo en el ámbito de su vida ordinaria (en particular, en los ambientes académicos de los cuales tal vez forman parte), cuando no hasta en aquella ciencia menos fiable, construida sincréticamente como soporte de las asociaciones pseudo-tradicionales que hoy pululan un poco en todas partes.

Quien ha tenido la fortuna de darse una preparación tradicional teórica fundada sobre una doctrina que se puede afirmar ortodoxa, o bien basada sobre principios intelectuales verdaderos, no puede dejar de ver cuán peligrosa es esta tendencia, incluso, tal vez, más que aquellas otras que señalábamos en primer lugar, mayoritariamente groseras y sentimentales, pero también menos capacitadas para contaminar a quienes posean un horizonte intelectual menos limitado. Aunque, a falta de un preparación semejante, algunas consideraciones de simple orden lógico, y diremos, a propósito en este caso, de puro sentido común, deberían ser suficientes para arrojar luz sobre aquellos malentendidos en los cuales se apoyan quienes comparten esta opinión, que podríamos llamar cientificista.

Como decíamos, estos son de hecho Masones; esto es, han querido y obtenido una iniciación, y periódicamente ponen en obra, en aquel ambiente particular que es una Logia masónica, un ritual constituido por gestos y expresiones que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo que conocen. Por lo tanto, están capacitados para percibir, aunque no sea sino de un modo nebuloso, que tales elementos son de naturaleza fundamentalmente distinta de aquella de todos los elementos que, en cambio, intervienen en los procedimientos según los cuales son construidas y asimiladas ciencias como, por ejemplo, la física moderna, la fisiología o la historia académica. ¿Qué podrían añadir estos elementos a los datos racionales que constituyen tales ciencias, o, también, al efecto que se quiere provocar sobre quien afronta el problema de la asimilación de una ciencia?. Y entonces, si las ciencias académicas no hacen intervenir nada análogo en su metodología y sin embargo obtienen los resultados prácticos de los cuales se jactan, ¿no existirá, en cambio, una ciencia puramente masónica de la cual tales elementos sean parte integrante, esto es, una ciencia que proceda de otros principios cuyos resultados no son alcanzables sino haciendo intervenir justamente aquellos elementos rituales y simbólicos, que en caso contrario no deberían ser calificados sino como pura superstición o simple demostración exterior, destinada solamente a satisfacer la propensión a un ceremonialismo que, claramente, no tiene nada que ver con el conocimiento?

Son estos, pensamos, algunos de los interrogantes que, antes que nada, podrían hacerse, para ser coherentes consigo mismos, estos Constructores Libres que en el interior de la institución dan crédito exclusivo a las ciencias profanas y pretenden servirse de ellas para alcanzar el conocimiento [1]. Si tras habérselos formulado continuaran sosteniendo que su deseo de saber será satisfecho por los contenidos de la ciencia profana, deberían considerar pensando así, quiéranlo o no, que en tal caso la Masonería sería solamente un nombre o una apariencia exterior; que los ritos cumplidos no tienen ninguna razón de ser y que por ello, al menos en el nivel de su consciencia actual, la iniciación recibida en el momento de su entrada en la Orden se resume en poco más que un simple acto burocrático sin gran alcance, a no ser desde un punto de vista psicológico.

Si en cambio consideraran que, en verdad, lo que hacen como Constructores Libres los distingue de todo aquello que en el mundo exterior se puede encontrar en forma de ciencia y de saber, entonces deberían comenzar a reflexionar, siempre por pura coherencia, que en el curso de los trabajos masónicos son fundamentalmente inútiles las referencias a datos y criterios de las ciencias académicas y que su verdadero trabajo se debe fundar únicamente sobre el patrimonio sapiencial que se encuentra en el interior de la organización masónica.

Habiendo llegado a este punto, tal vez tomarían consciencia de que el conjunto de las enseñanzas, de los ritos y de los símbolos de la Masonería representan un método para operar en el campo de una ciencia (o de un oficio, recordando el dicho medieval según el cual ars sine scientia nihil) que antiguamente debía ser, y debe por ello serlo todavía de manera virtual -mientras los ritos y los símbolos se hayan mantenido inalterados-, profundamente distinta de las ciencias tal como son conocidas hoy en el mundo profano. Trataremos en breves palabras de exponer aquí algunas de las razones por las cuales las cosas son verdaderamente así.

Aquello que debe admitirse ante todo es que una ciencia puede distinguirse de otra no solamente por su objeto (y en este caso la cuestión nos parece evidente), sino también por los puntos de vista desde los cuales un mismo objeto puede ser tomado en consideración. Si se examina en su operatoria el arte de construir, que constituye el fundamento del oficio de los Masones, y se lo compara, para hacerlo más fácilmente comprensible, no a cualquier otra ciencia moderna (para lo cual deberían ser hechas otras y más completas consideraciones, que tornarían el discurso más extenso y complejo) sino con las actuales técnicas de construir ¿cuál sería la diferencia esencial que las distingue y separa profundamente?

Desde un punto de vista tradicional, que es aquel al cual buscamos siempre atenernos, tal diferencia consistirá en cómo es entendido por el constructor el hombre que habitará o frecuentará la construcción. Si el hombre es concebido como un ser completo y, por así decir, cerrado en sí mismo, algo que comienza y concluye con su existencia corpórea (aun con todas las implicaciones psicológicas que se quieran), la construcción que lo hospedará podrá, o mejor dicho, deberá, no tomar en cuenta sino sus necesidades relacionadas con la corporeidad: el calor, el frío, la humedad, la necesidad de reparo de la curiosidad ajena, y demás; y es esto lo que hacen las modernas técnicas de construir.

Si en cambio el hombre es concebido como algo que no tiene su explicación en sí mismo, en cuanto manifestación fenoménica, sino como el receptáculo (o tal vez fuese mejor decir el soporte) de una razón de ser que no está condicionada por los sentidos, sino más bien manifestada sensiblemente por los elementos corpóreos y psíquicos que la hospedan transitoriamente, esta será la primera realidad que deberá tener en cuenta la construcción. Esto no se traducirá, como algunos podrían creer, en consideraciones morales y sentimentales que se sumarán a la realización de una manufactura entendida, bien o mal, como la única cosa que cuenta o a la que ilustran a posteriori, sino que se pondrán en juego, desde el momento mismo de la concepción del plano constructivo, y posteriormente en cada fase de la obra de erección del edificio, datos rigurosamente científicos en el sentido más pleno del término, esto es, referidos al mundo de los principios y de las causas de aquello que, considerado en sí mismo, es solamente transitorio. No porque escapen a las limitadas facultades de comprensión de los hombres de hoy estos elementos principiales no operarán, sin embargo, según leyes rigurosas. De ellos, además de naturalmente todos los otros, tenía conciencia el antiguo arte constructivo.

Es ésta también la principal razón por la cual es absolutamente imposible admitir, desde un punto de vista verdaderamente tradicional, que la actual ciencia de la construcción (o cualquiera que sea el nombre que tenga hoy el arte de construir) esté capacitada para proyectar, e incluso probablemente para elevar materialmente, por ejemplo, edificios como las catedrales de Colonia, de Rouen o el mismo "duomo de Milán".

Hemos escuchado afirmar, siempre por los Masones, que, aun cuando las cosas sean de este modo, ello no es un mal tan grande porque hoy los edificios del género ya no son necesarios; pero incluso admitiendo que esto sea actualmente una realidad, debemos añadir que, pese a todo, ello sería una realidad bien triste, porque corresponde a una situación de inutilidad de hecho -y no de derecho- que el mismo hombre moderno ha provocado al no reconocer ya la necesidad de armonizarse con las leyes universales. Identificándose cada vez más con los elementos de su modalidad más exterior, el hombre moderno ha llegado, en efecto, a perder de vista el ligamen profundo con las modalidades superiores de su ser, las cuales son, sin embargo, las que confieren al individuo humano toda la realidad de la cual es susceptible.

Además, las catedrales medievales no eran sino construcciones ejecutadas según criterios que permitían concentrar en un lugar determinado (y no elegido por casualidad) las influencias espirituales para beneficio de las comunidades humanas entendidas según su verdadera razón de ser; ¿cómo se podría reconstruirlas, o construir otras, cuando ya ni siquiera se concibe cual sería la eficacia de tales influencias, o hasta cuando no se sospecha siquiera que puedan responder a alguna realidad?

La verdad es que sin ellas (y la incapacidad de construir templos justos y perfectos es el dramático signo exterior de su gradual desaparición del mundo occidental, al menos a través de este tipo particular de vehículo), aquello que permanece del hombre, o mejor, aquello a lo que el hombre, de algún modo por autocondena, se halla reducido a ser, cambiando la libertad por un número cada vez mayor de vínculos, es solamente un caparazón vacío, una ilusión cuya inanidad la misma naturaleza, inexorablemente, pone en evidencia, al menos una vez en su ciclo de existencia. Esta desgracia ocurre justamente cuando él no puede hacer nada más para modificar su situación, y coincide con el momento en el cual tales vínculos, en los cuales ha puesto toda su confianza y su esperanza y hacia los cuales se dirige -dispensándole- toda su potencia, se desatan, y se encuentra empujado hacia unas tinieblas que podrían ser una luz, pero que ha rechazado como tal

Nota:
[1] Está claro que cuanto aquí decimos no tiene nada que ver con los resultados contingentes que tales ciencias han demostrado poder obtener en el campo circunscrito por las aplicaciones prácticas a la vida ordinaria. Estos resultados, nadie lo pone en duda, pueden ser legítimamente usufructuados sin contradicción, incluso por parte de quienes -como nosotros- ven claramente sus limitaciones, para resolver problemas específicos ligados a las condiciones de manifestación del hombre en cuánto ser individual corpóreo. Aquello que le negamos es su idoneidad para constituir una prueba de la relevancia de la ciencia que las ha originado en el campo puramente cognoscitivo, cuando se entiende por conocimiento -como lo haremos notar más adelante- algo verdaderamente explicativo de la razón de ser del hombre entendido en su integralidad.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Acotaciones al "Lapis Reprobatus Secretum Custoditum"; por Bernardo Jacobino

Nota Keystone: Con motivo de la publicación, el pasado 16 de Julio, de la noticia que hace referencia a la edición del Ritual de matriz escocesa "Lapis Reprobatus Secretum Custoditum", hemos recibido la siguiente comunicación de Bernardo Jacobino que procedemos a publicar aquí, como nueva entrada, dado su interés, agradeciendo la deferencia a su autor.
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Noticia original referida al "Lapis Reprobatus Secretum Cusdoditum".

                A principios del siglo XIX, una curiosa obra clandestina apareció con el título Le Régulateur du Maçon: este volumen publicaba de hecho los Rituales del Rito Francés fijados por el Grand Orient de France en el 1785. Un impresor sin escrúpulos difundió así los Cuadernos oficiales del Grand Orient de France, ¡que eran remitidos tras el pago de una fuerte suma sólo a aquellas Logias de la Obediencia que lo pedían por escrito! La viva condena del Gran Orient de France, que intentó vigorosamente limitar la difusión del libro sacrílego, es un signo seguro de la fidelidad e importancia del texto. El Rito Francés es practicado casi exclusivamente en Francia y en los países de influencia francesa, en particular en el Grand Orient de France y la Grande Loge Unie de France. Este rito ha sufrido modificaciones con el paso del tiempo y raramente se encuentra bajo la misma forma en las diferentes Logias en las que se viene practicando. La Masonería especulativa fue introducida en Francia alrededor del 1725 por exiliados Jacobitas y los rituales practicados en aquel tiempo eran uniformes y conformes a aquellos practicados en la Premier Grand Lodge of England (constituida en 1717), llamados “Modernos” por la Antient Grand Lodge of England (creada en el 1751). El Rito Francés se formó progresivamente, con fuertes diferencias entre las Logias, y sucede al Rito Moderno en oposición al Rito Escocés derivado de los Altos Grados. Después de la escisión de la Grande Loge de France en el 1766, y con el fin de garantizar una dimensión nacional a la Obediencia, el Gran Orient de France organizó en el 1782 la estandarización de los ritos "Modernos". En el 1785, el sistema fue fijado para los tres primeros grados, es decir, los grados simbólicos de las Logias Azules, tomando en ese momento el nombre de Rito Francés.

                La Guide des Maçons Ecossais, escrita presumiblemente alrededor de 1810 después de la creación del Suprême Conseil de France en el 1804, e impresa en el 1820, fue el primer Ritual impreso para los tres Grados simbólicos del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en Francia.
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                Recientemente estos dos rituales han devenido de dominio profano a causa de la publicación de una edición crítica del Régulateur du Maçon a cargo de P. Mollier, con una reproducción en facsímil del original, en la Éd. Á l'Orient, Orleans, 2004, y de una edición crítica de la Guide des Maçons Ecossais a cargo de Pierre Noël, con una reproducción en facsímil de la edición de 1829, en la Éd. À l'Orient, Orleans, 2006.

                La preparación de estos dos rituales toma su punto de partida, cómo hemos observado, en la misma voluntad de estandarización que el Grand Orient de France y el Suprêm Conseil de France mostraron hacia las logias de inspiración francesa y escocesa respectivamente y que es una tendencia típicamente moderna, mientras que los Antiguos siempre se han limitado a recordar los Old Charges que se inspiran, sin poder ser identificados, en los llamados landmarks, reglas que nunca fueron escritas y a las que no es posible asignar un origen histórico definido. Una Logia que operase en el respeto de los Old Charges y en consecuencia de los Landmarks sería regular por ello mismo, incluso aunque practicase un rito no "oficial". Del mismo modo ocurriría con una Logia que operase en el respeto a los elementos esenciales que caracterizan a la matriz escocesa, tanto más en cuanto que la integración en los Altos Grados de elementos de otras iniciaciones occidentales (para evitar su pérdida definitiva cuando éstas se encontraban a punto de desaparecer) y la impronta de estos elementos en los tres Grados Simbólicos, nos enseñan que en Masonería todo debe buscarse excepto la estandarización.

                No es la primera vez en la historia reciente de la Masonería que asistimos a una restitución de elementos vitales, eminentemente simbólicos, que la ignorancia de los estandarizadores o la consciente voluntad de aquellos que quieren empobrecer la vía iniciática representada por la organización masónica, habían buscado socavar. Baste pensar como ejemplo en la acción fuertemente disgregadora de Anderson y Desaguliers, acción a la que los Antient hicieron un remiendo con el Ahiman Rezon, al igual que el despertar de la operatividad masónica de la que también en los tiempos actuales tenemos múltiples indicios. Estas intervenciones providenciales de rectificación no son obras literarias que presentan en modo crítico y comparativo lemas científicos, sino que penetran en la sabiduría masónica cuyo patrimonio simbólico está siempre a disposición, de un modo transparente e incorrupto, de quien tenga la cualificación para despertarlo y utilizarlo en sus ilimitadas posibilidades.

                En este momento nos parece poder reconocer en el ritual "Lapis Reprobatus Secretum Custoditum" una matriz escocesa indudable, sin necesidad alguna de hacer o dejar de hacer un paralelo crítico con la Guide des Maçons Ecossais. Es evidente que lo que emerge de su estudio simbólico y no literario son sobre todo dos elementos:

                                -La restitución de una gran profundidad al Grado de Compañero, tan deseada por muchas voces autorizadas vista la estrecha insignificancia que en los rituales modernos se reserva a este Grado respecto a la que había tenido entre los operativos; el simbolismo geométrico-pitagórico (citamos la Tétraktys sobre todo) y las fases operativas (simbolizadas por los viajes) del Grado se encuentran finalmente desarrollados.

                                -La vitalidad de un simbolismo sonoro (nos referimos a los golpes de Mallete) en el que con poco esfuerzo se entrevé la apertura de los operativos.

                Agradecemos la hospitalidad concedida a este comentario y gustosamente quedamos a disposición de quien quiera profundizar con algunos comentarios interesantes los símbolos arriba evidenciados. No queremos finalizar nuestra aportación sin señalar el atento cuidado mostrado por Librería Pardes, editora del Ritual, por garantizar la difusión del mismo únicamente entre M.·. M.·., máxime en una época en la que la vulgarización ha devenido el "estándar" casi obligado.

domingo, 4 de septiembre de 2011

La Construcción Ilusoria del Templo de Salomón; por Antonio Bonet Correa


Artículo del Diario "ABC", aparecido el 30 de noviembre de 1991, con motivo de la publicación en facsímil por la Editorial Siruela de la colección de libros El Templo de Salomón según Juan Bautista Villalpando, El Templo de Salomón según Jerónimo de Prado, y Dios Arquitecto VV. AA. 

     A finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, en los años 1596 y 1604, se publicaron en Roma los tres colosales volúmenes que acerca del templo de Salomón, según la visión del profeta Ezequiel, habían escrito los jesuitas españoles Jerónimo de Prado y Juan Bautista Villalpando. Felipe II, monarca que, por su sabiduría y prudencia, era calificado por sus contemporáneos de «nuevo Salomón», fue quien patrocinó tan magnífica y curiosa edición romana. El padre Prado, teólogo y escultor, y, sobre todo, Villalpando, matemático andaluz discípulo de Juan de Herrera, el artífice de El Escorial, llevaron a cabo, tras una labor que duró casi toda su vida, la tarea de reconstrucción hipotética de aquel edificio desaparecido. El Templo de Salomón, por su planta y alzado, tal como lo imaginaron, ofrece gran paralelismo con el monasterio-palacio-panteón construido por Felipe II en la sierra madrileña. El clasicismo herreriano de las ilustraciones diseñadas por Villalpando es la prueba palmaria de la identificación ideal de ambas excelsas construcciones, conceptualmente consideradas como emanaciones de una idea absoluta de lo arquitectónico.

     Las plantas de la ciudad de Jerusalén y del Templo de Salomón tenían la forma cuadrada. De igual figura geométrica es el tomo de estudios que, coordinados por el profesor Juan Antonio Ramírez, acompaña, en volumen aparte, esta nueva impresión del libro de los jesuitas realizada sin escatimar medios y un lujo poco frecuente por Ediciones Siruela. Los especialistas del tema, además de Ramírez, el español Antonio Martínez Ripolí, el inglés René Taylor, el holandés Robert Jan Van Pelt y el suizo André Corboz, analizan, respectivamente, las diversas facetas de un tema de tan variados y complejos aspectos. A sus aportaciones científicas hay que añadir la gran novedad bibliográfica de un «disquete» con el programa informático de términos y conceptos usados en el texto teológico-arquitectónico de los jesuitas. Idea del profesor de la Universidad de Roma Eugenio Battisti, que no pudo realizaría a causa de su fallecimiento, este «disquet» es obra de la profesora de la Universidad de Murcia Cristina Gutiérrez Cortina.

    Verdadero laberinto de espejos, tal como acertadamente lo calificó Juan Antonio Ramírez, a quien se debe la exhumación y recuperación de este importantísimo libro, el tercer tomo, obra exclusiva de Villalpando, resulta difícil de comprender sin el hilo conductor de la erudición. Construcción ilusoria y arquitectura descrita, su genealogía es la de los edificios soñados. No es extraño que interese a los aficionados a las utopías y las fantasías arquitectónicas, los cuales saben unir a la abstracta precisión intelectual la realidad onírica y peregrina de la imaginación. Villalpando, que eludió la reconstrucción del templo de acuerdo con los datos históricos de la Biblia, encontró a causa de ello la oposición de los escrituristas que, como Arias Montano, basaban sus conocimientos en las fuentes fidedignas que describían el templo real, no imaginario, construido por Salomón. La polémica era lógica. Para Villalpando, el tema tenía una única dimensión especulativa. El origen divino de la arquitectura domina su texto. Dios era el artífice máximo, el supremo arquitecto del universo, quien había proporcionado a los constructores los planos del templo. El Arca de la Alianza, primero; los planos del Tabernáculo, después, y, por último, los del Templo, procedían de su imaginación divina. Los hombres sólo fueron los encargados de darles la forma concreta. La arquitectura sagrada se deriva, pues, del modelo diseñado por Dios para el pueblo escogido.

Tienda de la Presencia rodeada por las 12 tribus de Israel
según J. B. Villalpando
    Si la máxima perfección arquitectónica procede de la máxima sabiduría divina, esta premisa es razón suficiente para que la arquitectura clásica de los griegos y romanos sea una derivación de lo sagrado. Para Villalpando, los órdenes clásicos y Vitruvio tienen sus precedentes en el Templo de Salomón, cuyas columnas Yaquin y Boaz, a cada lado de la puerta, ostentaban un capitel que llama «mosaico». El famoso orden salomónico, tan usado en el barroco, tendría también su origen en estas fantásticas reconstrucciones. Villalpando, que en la cuestión de las proporciones sigue la concepción numérica de Pitágoras y que, en lo relativo a la armonía, sabe conciliar Platón con la Biblia, se convierte, gracias a sus especulaciones morfológicas, en el máximo teórico de la arquitectura de la Contrarreforma. Jesuita que ponía en práctica la «composición del lugar» y la «imagen mental» propugnadas por San Ignacio de Loyola en sus «Ejercicios Espirituales», fue también autor de una maqueta, hoy perdida. El estupor y la admiración que Juan de Herrera tuvo ante la visualización del templo llevada a cabo por Villalpando no resulta extraña en un arquitecto, autor del «Discurso del Cubo» y que estaba tan interesado por la filosofía de Raimundo Lulio y conocía tan a fondo la Kábala. De igual manera se justifica el interés de Felipe II, muy enterado de arquitectura y mecenas artístico, por un libro que era como el reflejo de la ideas fundamentales de El Escorial, Octava Maravilla del Mundo y remedo del Divino Templo de Salomón.

    Para Villalpando, en el Templo de Salomón «dejó Dios estampada con maravilloso arte la semejanza de todo cuanto existe bajo la inmensa cubierta del universo». Auténtico microcosmos, el templo encierra en sí mismo, no sólo el sentido simbólico, sino también analógico. La buenaventuranza, la elevación y el enajenamiento del alma que proporciona su contemplación entraña toda una Pansofía, es como un compendio de la sabiduría divina. La dimensión hermética del texto tiene que ver con el significado de un edificio-enigma que refleja la divinidad en su estructura arquitectónica y en la totalidad de su mobiliario y piezas litúrgicas. El oro y la riqueza de su conjunto son paradigmas del papel sagrado que le corresponde. El Templo de Salomón interpretado por Villalpando obsesionó a los arquitectos, teóricos y pensadores del barroco León Judá Hebreo, Fray Juan Rizi, Fischer von Erlach, Christopher Wren, Newton o John Wood, por citar a los más célebres. Su relación con las logias masónicas y las sinagogas holandesas, al igual que con los falansterios decimonónicos, es una muestra del interés que ha despertado tan apasionante y arcana especulación arquitectónica.

    Los cientos de páginas que tiene que leer aquel que quiera tener una idea de lo que fue el Templo de Salomón tiene al final su compensación indudable. Tras haber penetrado en la selva literaria del «delirio objetivo» de los padres jesuitas y haber seguido los textos eruditos de los especialistas, en los cuales, además del análisis del templo, se estudian otros edificios relacionados con su existencia, como el Santo Sepulcro, la cúpula de la Roca y su plataforma, además de los planos y vistas de la Jerusalén Celeste, acabará pensando que sólo el método paranoico crítico de Salvador Dalí podrá proporcionarle las claves para la interpretación del tema. Nadie debe desesperar. No se equivocaba Ramírez al calificar el libro de los jesuitas de un laberinto de espejos. Texto caleidoscópico, en el que se reflejan las mil facetas de sus páginas, tiene la fortuna de encontrarse ante el áureo y deslumbrante umbral de un secreto edificio al que sólo tienen acceso los iniciados. Penetrar en su interior es poseer la luz de la inteligencia, apresar el reflejo de la sabiduría divina.

Alzado del Templo de Salomón según J. B. Villalpando

domingo, 28 de agosto de 2011

Tres notas sobre la Masonería en India

Tomado de P. C. Chunder The Sons of Mistery (Jayanti, Calcuta 1973).

Carta de Gratitud de la Gran Logia de Inglaterra al Gran Maestre de la Gran Logia de Calcuta (1733)
                                           
(fragmento)

  "La Providencia ha fijado vuestra Logia cerca de esos indios instruidos que pretenden ser llamados Noécidas, los obervadores estrictos de sus Preceptos (de Noé), enseñados en esas partes por los dicípulos del gran Zoroastro, el instruido Archimago de Bactria o los Grandes Maestres de los Magos, cuya religión es en gran parte preservada en India (lo cual no nos preocupa) y también muchos de los Rituales de la antigua Fraternidad usados en su Tiempo, quizá más de lo que ellos son conscientes. Ahora, si es o fuera consecuente con otros Negocios descubrir en esas partes los Restos de la vieja Masonería y transmitírnoslos a nosotros, deberíamos estar del todo Agradecidos, pero especialmente los Hermanos instruidos que comprenden los nuevos Descubrimientos de las antiguas naciones que han sido renombradas por el Arte y la Ciencia y deben todavía tener entre ellas algunos valiosos restos".

                                               I. R.

                                      Secretario de la Gran Logia


Sobre la Admisión de hindúes y musulmanes en la Masonería

  "Leímos otra carta de la Gran Logia dando a entender que había sido decidido por unanimidad suspender la admisión de mahometanos e hindúes en la Orden de la Masonería hasta que se hicieran una investigación y un informe sobre el asunto (...) Se decidió convocar una reunión especial para considerar el tema.

En esa reunión, celebrada en Mayo, fue propuesto por el R. W. Master secundado por el Bro. W. White que los musulmanes son admisibles como masones bajo el principio de que “ningún hombre es excluido de la Orden, cualquiera que sea su religión y modo de adoración, una vez probada su creencia en el Gran Arquitecto del Cielo y la Tierra y que practica los sagrados deberes de la moralidad”.

La moción fue rechazada por la mayoría.

Una moción similar que sustituía hindúes por musulmanes fue también rechazada"  (W. K. Firminger y Guy D. Robinson The Second Lodge og Bengal in the Olden Times).

  Como puntualiza Gould, "El edicto de la Gran Logia Pronvincial de Bengala prohibiendo la entrada de asiáticos sin el permiso del Gran Maestre Provincial estuvo en vigor hasta el 12 de Mayo de 1871; y hubo al menos una creencia popular en existencia hasta tan tarde como 1860´. Nos informa después de que un asistente médico militar, de quien se informó que era un brahmán, fue iniciado en la Logia Meridian, 31st Foot, en 1860. La prensa masónica cuestionó la legalidad de esta iniciación. El P. M. de otra logia la defendió, declarando ´que el mismo sustrato de la fe brahmánica es la creencia en un Gran Ser Director´. El candidato, sin embargo, cerró al fin la controversia admitiendo que era cristiano. Príncipes musulmanes y maharajás sikhs fueron iniciados en los misterios de la Orden en 1775, 1842, 1850 y 1861. Los parsis de India Occidental, los confucianos y los musulmanes fueron iniciados en una Logia de Bombay en 1843 y 1844 [1]".

[1] El primer hindú iniciado en la Masonería de que se tiene constancia en una logia bengalí es Babu Prosonno Coomar Dutt, que ingresó en la Logia Anchor and Hope de Calcuta (la misma en que fue iniciado Swami Vivekananda) en 1872.


Decisión de la Gran Logia sobre una apelación
                                                
Iniciación de un hindú

"6 de Junio de 1866.- La Gran Logia de Distrito de Bengala tenía un edicto disponiendo que ningún asiático debía ser iniciado sin consulta especial al Gran Maestre de Distrito. En el caso traído ante la Gran Logia, el Worshipful Master inició a un candidato hindú sin esperar el resultado de dicha consulta. El Gran Maestre de Distrito destituyó al Worshipful Master..."



sábado, 16 de julio de 2011

Ritual de los Tres Grados Simbólicos denominado "Lapis Reprobatus Secretum Custoditum"

Imagen de la portada

Nota Keystone: Hemos recibido la siguiente noticia que publicamos por considerarla obra de notable interés.   

   La Editorial Librería Pardes ha venido a estar en posesión de un Ritual de matriz Escocesa para los tres Grados Simbólicos, obra de algunos afiliados a la Orden masónica, los cuales nos han propuesto su publicación a condición de que sea reservada exclusivamente a Maestros Masones.

   Los redactores se han basado en el conocido Ritual "Guía de los Masones Escoceses". Este texto, redactado presumiblemente alrededor de 1810 después de la creación del Supremo Consejo de Francia en el 1804 e impreso en 1820 (fue el primer Ritual impreso para los tres Grados Simbólicos del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en Francia), había fijado los diferentes Rituales Escoceses en uso en la segunda mitad del siglo XVIII en Francia y tomó como soporte el enderezamiento operado por los "Ancients" en Inglaterra.

   El trabajo desarrollado ha supuesto una imponente labor de investigación sobre decenas de antiguos documentos (Rituales, Catecismos, Antiguos Deberes) para reinsertar en la estructura de la "Guía de los Masones Escoceses" numerosos elementos "perdidos" en el transcurso de los años y, al mismo tiempo, pulir y limpiar el lenguaje de varias incrustaciones, con el fin de hacer reaparecer el significado original.

   Una cierta competencia masónica permitirá reconocer fácilmente el carácter genuino de los elementos "reencontrados" y la pureza del lenguaje del Arte. El resultado, tras un atento examen, es sorprendente por la coherencia, profundidad y operatividad del simbolismo desvelado, y por la simplicidad de su ejecución.

   El Ritual es completo en los tres Grados Simbólicos y su puesta en acción se ve facilitada por la composición editorial, donde lo "hablado" se ve acompañado de lo "actuado", distinguiéndose ambos textos mediante una tipografía diferente.

   Finalmente, y para que el continente no desmerezca al contenido, la obra viene presentada en una cuidada edición de tirada numerada (101 ejemplares), tapa dura en imitación piel, encuadernación cosida y estampación en oro; el texto trilingüe Italiano-Francés-Español en frontal permite una fácil lectura simultánea en cualquiera de las citadas lenguas.

   Dado que, tal como hemos señalado, por condición expresa de los redactores, el texto sólo podrá entregarse a Maestros Masones, los interesados en el libro deberán acreditar su condición indicando Obediencia y número de matrícula. En caso de que usted no lo sea pero tenga conocimiento de algún miembro de la Orden masónica que pudiera estar interesado, le agradeceríamos le remitiese la información que acaba de recibir.

   El precio del libro es de 69 €, aunque para los suscriptores de la revista Letra y Espíritu se oferta a 60 €, siempre más los gastos de envío (6 euros para territorio español).

   Los datos de contacto para efectuar pedidos son los siguientes:

   EDITORIAL LIBRERÍA PARDES
   Telfs.: 647 537 262 / 93 117 34 64

   También se puede contactar en la siguiente dirección de correo: lyemeru@gmail.com.

  Agradeciéndole la atención prestada y esperando que la información sea de su interés, aprovechamos la ocasión para saludarle cordialmente.

  Alberto Gallardo
  Editorial Librería Pardes