viernes, 1 de octubre de 2010

Benito Arias Montano; por Jaime González

Artículo publicado en la revista Letra y Espíritu nº 11, 2001. L’Hospitalet de Llobregat, Barcelona.

Benito Arias Montano fue uno de los personajes más importantes e influyentes de su época, erudito, filólogo en lenguas semíticas, teólogo, poeta, artista, consejero político de Felipe II y, sobre todo, un espiritual que dejó tras de sí una considerable herencia intelectual. Sin embargo, es hoy un gran desconocido y solamente a partir del cuarto centenario de su muerte, en 1988, se ha comenzado a publicar en castellano algunos de sus textos y se han realizado nuevas monografías sobre su vida y su obra.

Arias nace en 1527 en Fregenal de la Sierra, Badajoz, en el seno de una familia noble venida a menos, y todo parece indicar que fue una de esas personas predestinadas, en las que todos los acontecimientos de su vida le dirigen en una dirección, al cumplimiento de una misión. Ya en su infancia, Montano tuvo como maestro un misterioso personaje: Jacobo Vázquez, incansable peregrino en su juventud, que marchó a la edad de 44 años a Siria y Jerusalén, “donde vivió dos años con tal decoro que, según dicen, resultó amable incluso a los enemigos” (es decir, a los musulmanes). Fue él quien dio a Montano las primeras lecciones de pintura, recibiendo de sus manos algunas telas donde podían estudiarse las perspectivas de la ciudad santa.

Nuestro personaje, ya en su madurez, firmaría habitualmente sus cartas con la palabra árabe “tirmid”, que significa “discípulo”. Sabido es que las relaciones entre el esoterismo islámico y el cristiano se produjeron continuadamente, al menos desde la invasión árabe de España, y no sería descartable que estos indicios que hemos señalado fueran en el sentido de una vinculación de Arias con aquél, ya que éste iba a formar parte, en nuestra opinión, de la máxima jerarquía iniciática de su tiempo, es decir, la Orden Rosacruz, sucesora de la del Temple en el seno de la Cristiandad.

Prueba de que el joven Montano recibido alguna cosa desde su infancia o, al menos, de su genio extraordinario, es que a la tierna edad de 14 años escribe su primer tratado: “Discurso del valor y de la correspondencia de las antiguas monedas castellanas”. Es muy curioso el interés de nuestro personaje por la numismática, ciencia a la que prestó siempre atención. Dedicó un estudio a la historia del siclo, basándose en textos del famoso cabalista Moisés Ben Nahmánides de Gerona. No hay que olvidar que la moneda en las sociedades tradicionales no es solamente un valor de cambio, sino, sobre todo, el soporte de una influencia espiritual, reflejada en sus símbolos; es por lo que su acuñación era supervisada por la autoridad espiritual, en la Edad Media esta función recaía en la Orden del Temple.

Posteriormente iniciaría sus estudios en la Universidad de Sevilla, donde realiza un curso de artes. En 1550 ingresa en la Universidad de Alcalá, baluarte por aquel entonces de los estudios hebraicos, en los que iba a destacar enormemente nuestro extremeño; ya en sus tiempos de estudiante era conocido por sus compañeros como el “Jerónimo español”, por su extraordinario conocimiento de las lenguas semíticas. Eran los últimos años del reinado de Carlos V.


La Iniciación

Después de su estancia en Alcalá, desde 1552 hacia 1560, existe un vacío de información sobre las actividades de Arias, ninguno de sus biógrafos coetáneos logró determinarlas. Algunos aseguran que al dejar la universidad de Alcalá, adquirido el grado de doctor, viajó por Europa, donde aprendió el francés, el italiano, flamenco y alemán. Sin embargo, según su propio testimonio, en 1561 no había aprendido más lenguas vivas que el francés y el italiano. Este periodo de obscuridad, muy típico en la vida de algunos iniciados (especialmente en el hermetismo), coincide con la fecha (1556) en que según su propia indicación, publicada en su comentario al Apocalipsis (1586): “... hacía ya treinta años que había ingresado en los caminos del Señor”; “ingreso” que no podía ser el de su profesión religiosa, que no se daría hasta 1560. Autores como Tomás González Carvajal, sitúan durante este periodo oscuro su primera estancia en la comarca de Aracena (1559), a la que se retiraba siempre que podía, en la villa de Alájar, donde reconstruyó una antigua ermita dedicada a la Virgen de los Ángeles. Por un autor local, y este es un dato desconocido de los eruditos (que no se hacen la simple pregunta del historiador aracenero: ¿por qué fue Arias a esta comarca?), sabemos que en la peña de san Ginés, a la entrada de Aracena, habitaba un ermitaño al que Montano no podía desconocer, y que muy posiblemente estaría en el origen de su instalación en aquel lugar aislado y desconocido. De todos estos datos se puede deducir que su iniciación se produjo en estas fechas (“ingresé en los caminos del Señor”). De entonces arranca también su muy especial relación con esta comarca onuvense y la “leyenda” de sus viajes europeos, que habría que limitar, por lo que dice nuestro teólogo, a Francia y a Italia. Cosa curiosa, estos mismos lugares son los que se dice visitó Arnau de Vilanova en su particular “periodo oscuro”.

En su comentario a los 12 profetas, Arias hace referencia a su retiro de Alájar y a este periodo inicial. Dice que creyó verse en un delicioso paraíso, del cual salían cuatro ríos que regaban toda la tierra; o en un monte muy elevado, desde donde con el favor de Dios, con el auxilio de las lenguas antiguas, y con cierta luz que le alumbraba, comenzaba a ver algún rastro o semejanza de la gloria de Cristo. A continuación declaraba que prendado en esta contemplación decidió consagrar toda su vida a esto sólo. La imagen del Paraíso con sus cuatros ríos o el monte elevado, unido a esta visión contemplativa, dependiente de su lectura en hebreo de la Sagrada Escritura, nos informan de un grado efectivo de realización ya en aquella fecha, que por el simbolismo utilizado cabría preguntarse si éste no fue el máximo de los misterios menores.

No podemos determinar qué tipo de iniciación recibió, pero la leyenda de los viajes a Francia e Italia, podrían determinar una filiación hermética, directamente relacionada con los descendientes de los “Fieles de Amor”, o sea, como dijimos: la Orden Rosacruz. A este respecto, hay que decir que Arias Montano tuvo toda su vida el proyecto de una obra dividida en tres partes, que debía explicar todas las ciencias por sus principios metafísicos, extraídos exclusivamente de la Sagrada Escritura; a esta obra, de la que llegó a publicar completa sólo la primera parte, la llamó, muy herméticamente, la “Gran Obra”. Estudiosos, nada esoteristas, como el padre Luis Villalba la describen con palabras como éstas: “Hay en todo el ambiente de esta obra, en su plan y concepción y desarrollo no sé qué de arcano y misterioso, algo como si fuera la exposición de una filosofía esotérica y simbólica, una especie de misticismo filosófico rodeada y envuelto en grande y solemne forma, que se desarrolla sereno e imperturbable en la seguridad y aplomo de un pensamiento tenaz y firmísimo. Arias Montano aparece como un vidente, un místico en la plena y profunda obsesión de una idea, en la posesión de un sistema propio, de un principio supremo eje principal y resorte de todas las cuestiones, por el que se resuelven con la mayor y más suave facilidad”. En efecto, este inmenso tratado se halla construido enteramente sobre la ciencia sagrada, pues su fundamento es la palabra divina; no en su traducción que, indefectiblemente pierde toda una serie de conexiones semánticas, aritméticas y etimológicas y, en consecuencia, sus posibilidades más profundas, sino en el original hebreo, “de cuyas más insignificantes elementos saca y aduce Arias Montano pruebas ocultas al común de los mortales.”

Se sabe que nuestro autor fue uno de los mayores hebraístas y, en general, erudito en lenguas semíticas y clásicas (entre ellas el árabe), pero lo que se sabe menos es que conoció, probablemente con la misma profundidad, la “cábala cristiana” (en el verdadero sentido de esta expresión). Por su correspondencia sabemos que Montano comentaba ciertos tratados hebreos sobre el misticismo de los números. En su “Opus Magnum” se puede observar como “se inclinaba reverente ante la estructura material de la (lengua) original hebrea, por creer que en sus entrañas se encerraba todo el misterio de la divina filosofía del mundo, y hasta en el número de letras, en su disposición y posibles combinaciones, presentía misterios ocultados por el mismo que los había pronunciado, donde se contenía la explicación y desarrollo de las más altas y arcanas razones”. Arias afirmaba que en la Escritura no hay nada, por insignificante que parezca, que no tenga su razón suficiente y su profundo significado. Así lo demuestra en su “Comentario a los 12 profetas”, acabado en 1569, donde trata de siete cuestiones extrañas que se encuentran en ellos, por ejemplo el de Jonás, titulado “De misericordia” es un tratado sobre los tres primeros atributos de Dios: Sabiduría, Fuerza y Belleza (atributos que se corresponden con los tres pilares del “Árbol de la Vida” cabalístico y con las tres columnas de la logia masónica). Respetando siempre el sentido literal, base y fundamento de los demás sentidos, concluye sentidos espirituales de cuestiones tales como por qué se coloca en la Sagrada Escritura el primero de los doce profetas a Amós, no siendo el primero en escribirse, o por qué seis de esos profetas señalan el tiempo en que escribieron y los otros seis no, etc.

En su tratado “José, o de la interpretación del lenguaje arcano”, donde se hallan explicados más de 11.000 lugares de la Escritura, por los cuales se pueden explicar otros muchos, explica la “energía significadora” que contiene la lengua sagrada, en la cual no existen palabras inventadas al azar sino que cada nombre designa la esencia y propiedades que cada cosa o acción tienen, y declara la santa escritura redactada en lenguaje arcano y simbólico. Empieza por el Ser supremo, declarando los misterios contenidos en sus divinos nombres, continúa con la naturaleza espiritual del ángel y del hombre, siguiendo luego el orden general de la creación, pasando finalmente a las más pequeñas parte del Universo en el orden físico y psíquico. El uso iniciático de la lengua hebrea fue común entre los esoteristas cristianos desde los comienzos del cristianismo, no olvidemos que tanto Jesús como sus apóstoles y discípulos eran todos judíos; posteriormente se siguió usando en las diferentes organizaciones esotéricas, como han reflejado los estudios de Paul Vulliaud sobre los textos de escritores eclesiásticos, tales como Dionisio Areopagita o Escoto Erígena, o los realizados por Monseñor Devoucoux sobre las traslación de nombre divinos hebreos a medidas de algunos templos cristianos; era la lengua sagrada en que se transmitió la Escritura divina y formaba parte, en consecuencia, de las “tradiciones secretas” de las que hablaba san Clemente de Alejandría.

Posteriormente a su muerte corrió el rumor sobre las prácticas “mágicas” a las que se habría dedicado, incluso se llegó a decir que habría sido encarcelado en 1579 por esta razón. En Sevilla hace no mucho tiempo aún corrían consejas sobre el trato y comunicación de Arias con el diablo, Tomás González recuerda como siendo niño le señalaron una piedra en la que se decía que se sentaba a conversar con él. Esta percepción popular de un misterio “sobrenatural” en la personalidad de Árias, cabe relacionarlo con las leyendas sobre la colaboración con el diablo y los masones: los famosos puentes y torres del diablo que pueblan toda la geografía europea, y que no indican más que un poder de control sobre las “influencia errantes” a las que sometían, combatiendo al mismo tiempo los planes de la contra-iniciación; de aquí viene el dicho “el diablo porta piedra”, pues el diablo era indefectiblemente engañado, sirviendo sus marrullerías al objetivo contrario al que se habría propuesto. Lo cierto es que los comarcanos de Aracena acudían a nuestro polígrafo en asuntos de salud para que los curase ya que lo tenían por curandero milagroso.

A la vuelta de su “desaparición iniciática” recibió el hábito de Santiago en el convento de Sevilla. Arias es admitido como sacerdote en la orden de Santiago a los 33 años. El 5 de mayo de 1560 hace su profesión con sólo tres meses de novicio y, por lo tanto, con dispensa del Papa, dispensa extraordinaria que no sabemos por quién fue gestionada, pero que implica a altas jerarquías. Debemos señalar que Arias mostró un interés muy particular por entrar en esta orden, para cuyo ingreso había estrictas normas: ser cristiano viejo, de noble estirpe, buenas costumbres, etc. y para el que se realizaba una exhaustiva investigación. Habría mucho que decir de esta orden religioso-caballeresca, exclusivamente española; nos contentaremos con indicar que su fundación es muy anterior a la Orden del Temple, de la cual podríamos decir que es una exteriorización de aquella, y que, por lo tanto, pertenece esencialmente a la categoría suprema de la jerarquía iniciática, que por su doble función sacerdotal y temporal (monjes y guerreros) la hace relacionarse directamente con el Centro Supremo. La relación de Arias con la orden no fue aparentemente muy fructífera, de hecho se movió siempre al margen de ella, permanentemente ocupado en empresas suscitadas por las más altas jerarquías exotéricas (religiosas o políticas) de su tiempo. Incluso en su testamento, aun estando obligado por la regla que prometió cederlo a Santiago, prefirió dar el quinto de sus propiedades a la Cartuja, con dispensa de la orden. Hay aquí un misterio que creemos resolver sospechando la intervención de Arias en el cierre definitivo de la iniciación en el seno de la orden de Santiago, que después de esta época perdería todo su carácter religioso para pasar a ser un título honorífico otorgado por los reyes en agradecimiento por los servicios prestados a la corona.


Gobierno Esotérico de los Asuntos del Mundo.

En 1568, a la edad de 40 años se le encarga la supervisión de la edición de la Biblia Políglota. La Biblia regia, versión políglota que incluía el texto depurado de la Vulgata (comparó más de 30 códices diferentes con textos de la Vulgata) y las versiones originales en hebreo, caldeo, griego y siriaco; más un aparato conteniendo algunos tratados y las gramáticas hebrea, caldea, siriaca y griega con sus respectivos diccionarios. El tomo VIII del aparato es prácticamente solo de Arias, contiene entre otras cosas siete libros que tituló: “José o de la interpretación del lenguaje arcano”, “Jeremías o de las acciones misteriosas”, “Tubal Caín o de las medidas sagradas”, “Falec o de la división y primer establecimiento de las naciones”, “Canaam o de las doce tribus”, “Caleb o del repartimiento de la tierra de promisión” y “Noah o de las fábricas sagradas”. Esta edición de la Biblia encontró graves obstáculos para su aprobación en Roma, a pesar de las gestiones realizadas por los enviados de Felipe II, fue necesaria la intervención personal de Arias para su resolución. El rey escribía a 19 de junio ordenando a Montano desplazarse a Roma, el 31 de agosto el embajador español comunicaba al rey la conclusión satisfactoria de este asunto gracias a los buenos oficios de nuestro fraile de Santiago. Hay que señalar que para obtener esta aprobación fue necesaria la ampliación de la interpretación oficial del concilio de Trento sobre la edición de la Biblia.

Como indicó Santiago de Vilanova, refiriéndose a Arnau de Vilanova, con el que nuestro personaje tiene muchos puntos en común, parece que el dominio en que se desarrolló la función esotérica de Montano fue el que los esoteristas musulmanes llaman tasarruf, “el gobierno esotérico de los asuntos del mundo”. Como ya hemos dicho, la influencia en todos los niveles: esotérico, religioso, político, científico y cultural, que ejerció en su época (época de terribles convulsiones en estos mismos niveles) Arias Montano fue mucho más importante y decisiva, en muchos aspectos, de lo que hoy se reconoce. Según su propio testimonio fue el mismo Papa quien le indicó que siguiese el camino de la escritura, de la exposición doctrinal, como el más oportuno y adecuado en servicio a la Santa Iglesia; el ejemplo que hemos anotado más arriba de cómo en sólo dos meses resuelve en la corte papal lo que todo el poder e influencia de Felipe II no pudo resolver, es significativo al respecto. Por su parte, se dice que el “rey católico” “no podía vivir sin él”, cosa que demostró durante toda su vida, a pesar de las fortísimas intrigas que se desencadenaron en su contra, haciéndole llamar una y otra vez para los más diversos servicios o reteniéndole, muy a pesar de Montano, en el Escorial o en la corte.

Aparte de ejercer como consejero ante los distintos gobernadores de Flandes y de acudir a Roma en defensa de la Políglota, Arias fue comisionado por Felipe II a Portugal, Francia e Inglaterra. El duque de Alba contaba especialmente con Arias, con el que mantenía prolijas discusiones sobre las medidas que había que adoptar para la completa pacificación de Flandes: “Estando aquí me ocupa casi todas las tardes en que estamos parlando a solas, y cuando estoy en Bruselas las mañanas, y a la mesa después de mesa dos horas y a la noche dos y tres y cuatro”, escribiría Montano.

Arias creía profundamente en la grandeza y rectitud de “Felipe el Católico”, caudillo enviado por Dios para la defensa de la Iglesia y de la república cristiana. Según Montano el fin de toda acción política consistía en establecer la unidad católica, representada por el rey de España quien por encargo de Dios tenía el deber de defender la Iglesia contra Satanás, a quien veía en su forma contra-inciática (“enemigos de la Verdad divina”, los llamaba) manejando los hilos de las diversas tramas del momento. El concepto que tenía de la realeza estaba enteramente fundado en la Lex divina. Sin embargo, con respecto a las guerras de Flandes, criticaba los abusos y recordaba que “la soberbia derribó siempre a los que se tuvieron por más fuertes, y así hará a nosotros si Dios no nos da a entender cuál es la verdadera fortaleza y la loable reputación”. Arias sugería volver al régimen que prevaleció en el reinado de Carlos V, es decir, defender la unidad católica pero no dar precedencia absoluta a los intereses españoles, respetando usos y costumbres de los diferentes pueblos. Defendía, con san Isidoro, san Bernardo y otros, que la religión había de aceptarse por convencimiento, no por la fuerza, y a ello dedicó su obra.

En el frontispicio de introducción a la Biblia políglota, Arias mandó hacer un grabado representando la Pietas Concordie, donde se representaban un lobo, un cordero, un león y un toro en perfecta concordia. Encima de los animales hay una corona formada por la palma, símbolo de Israel; el sauce, de Babilonia; el olivo y la encina, propio de Atenea y de Saturno, representando a los griegos y latinos. Con ello se pretende afirmar la inspiración de las diferentes lenguas en que se ha transmitido el texto sagrado. Además se presentan, juntos, en una visión escatológica, los grandes imperios del pasado reunidos en una paz paradisíaca. Con esta imagen y con la Pietas Regia, dedicada a Felipe II, se presenta la idea imperial como emanando del Espíritu Santo, santificada por la Iglesia pero trascendente ante las formas tradicionales. Idea imperial que fue el objetivo iniciático de la Orden del Temple, proseguido por los Fieles de Amor, la Orden Rosacruz y, finalmente, el escocismo masónico. Este imperio, en la mentalidad tradicional, no es por supuesto una mera formula política, sino, como señala Pierre Ponsoye (“El Islam y el grial”, Olañeta, editor): “la comunicación al mundo cristiano de la autoridad y la realidad de Cristo bajo su aspecto de realeza. Puede hablarse, pues, de un Misterio imperial, que no es otro que el Misterio crístico en su extensión temporal, y también en su perspectiva escatológica, pues el aspecto de realeza está relacionado más bien con la Segunda Venida, como el Imperio lo está, en su manifestación última, con la Jerusalén celestial”.

Naturalmente, su actividad pública había de atraer (como la de Arnau de Vilanova) al “león que ruge y merodea enrededor nuestro”, parafraseando la frase bíblica. Efectivamente, Arias fue objeto de una persecución encarnizada y sin tregua por parte de un “partido secreto”, en acertada frase de Antonio Nicolás, que escogió como inconsciente portavoz a León de Castro apodado por Arias como el “rugiente”, que fue el elemento que combatió durante muchos años la obra y figura de Arias, en especial enemigo declarado de la Biblia políglota, que hizo todo lo que pudo para que no fuese aprobada por Roma y que aun después de su aprobación continuó denunciándola, hasta el punto de abrir por su denuncia un proceso inquisitorial contra nuestro personaje. Este León, no conociendo el hebreo y presumiendo de teólogo, no podía sufrir a los que como Arias Montano negaban que pudiese haber teólogo completo sin él. La malignidad del personaje y sus pocos escrúpulos, ni siquiera por la obediencia debida, no dudó en hacer lo dicho atropellando los respetos del Papa que la había aprobado y del rey que la autorizaba con su nombre. Castro afirmaba que como los que secretamente lo movían y sostenían nunca quisieron dar la cara se vio obligado a salir él solo a la palestra.

En sus acusaciones hay tales contradicciones que se veía obligado a desacreditar a un tiempo el original hebreo, la versión de los setenta y la Vulgata con lo que venía a dejar a la Iglesia sin Escritura fiel y auténtica, con lo que a pesar del fin proclamado se venía a caer en lo opuesto, dando razones a los protestantes. En este affaire admira cómo siendo tan clara la insuficiencia de las acusaciones y la ineptitud del acusador, tan bien sentada la opinión del acusado, tan acreditada y aplaudida su obra, estando incursos el crédito del propio Papa y del rey católico, se hubiese dado lugar a formación de causa y por tanto tiempo. Deducimos con otros investigadores en que sólo un partido secreto que contaban con poderosos apoyos y que utilizaba al pobre pero fanático León de Castro para sus maniobras pudo llevarla a cabo. La causa se resolvió con el dictamen del padre Mariana que, aunque absolvió al acusado, no dejó por ello de intentar hacer sombra al mérito de Montano y disculpar a la acusación. Ejemplos de ello, asaz significativos para nosotros, son: que al tratar de los principios de las cosas coincidía con Ramón Llull, que explicaba los nombres sagrados por la Cábala y que citaba los libros de la Mishná.


La Familia del Amor

Durante su estancia en Amberes, donde residió para dirigir la edición de la famosa Biblia, Montano conoció a varios personajes, entre ellos eruditos de gran renombre como Justo Lipsio, afiliados a una organización, probablemente de carácter iniciático llamada la Familia del Amor. Rekers, autor de una de las monografías sobre nuestro esoterista (tan celebrada como contestada en sus aspectos más esenciales), confiesa que no existen pruebas de la afiliación familista de Arias, deduce sin embargo que debió pasar entre 1573 y 1575, y esto por las cartas que Plantino escribió a partir de su partida en 1575, y añade: “Hasta 1583 no disponemos de pruebas definitivas para concluir que Arias Montano estaba enteramente sometido a la autoridad de los escritos del profeta”. Si se analizan sin prejuicios estas cartas lo único que se puede concluir es la autoridad que Arias atribuía a Hïel en materia exegética y espiritual, pero por la forma en que se tratan estos asuntos se da a entender precisamente que Arias no seguía ninguna directriz de aquél. Siempre se trata de los comentarios exegéticos del jefe familista, nunca de otra cosa.

En 1586, Arias requiere de Hïel (luz de Dios) precisiones acerca del primer capítulo de las visiones de Ezequiel, es decir, de la visión de la Mercabá, la doctrina metafísica judía. La autoridad que nuestro alajareño otorgaba al jefe de la familia del amor, al que en su correspondencia con Plantino y no sin reserva llamaba “testigo” o “amigo”, se expresa bien en la siguiente frase: “Pienso que no me será difícil obtener esto (respuestas a sus preguntas sobre Ezequiel) de quien ha sido favorecido por Dios en tantas cosas, a semejanza de aquellos que aspiran a ser instruidos por Él, y que, en espera de obtener esta gracia, desean ser discípulos de los teólogos”. Esta última frase es bien curiosa, puesto que el que la escribe es doctor en teología y de quien se habla es prácticamente analfabeto. Arias insistió mucho y consiguió finalmente un comentario escrito de Hïel sobre Ezequiel. Otro sobre el Apocalipsis fue utilizado por Arias en su comentario a la edición latina de la políglota, incluso afirma que lo que en este texto hay de cosecha propio no se ha escrito sin el consejo de aquél. Por su parte Hïel llamaba a Montano “amigo de la Verdad”. Los familistas sabían muy bien de la admiración y veneración de Arias por su jefe y no se privaban de proclamarlo con satisfacción. Lo que demuestra, junto con la correspondencia interpuesta, que Arias no era miembro de la Familia del Amor, sino que tenía con éstos relaciones semejantes a las que tuvo en el seno de la orden de Santiago, con su correspondiente en la Orden de San Jerónimo (como luego veremos), o con otras organizaciones herméticas e incluso masónicas de su tiempo; relaciones derivadas de su función de tasarrufí.

El principio básico de la Familia del Amor era la “identificación personal con el Ser divino”, partían de la base de que la razón humana es insuficiente para comprender la palabra divina. Para el entendimiento de la Sagrada Escritura dependían de la interpretación esotérica del Maestro, estas interpretaciones eran aceptadas de buen grado por hombres inteligentes y eruditos, tales como, además de Montano, Lipsio (que mantuvo correspondencia con Quevedo), Masio y Ortelio; Guillermo Postel, enigmático cabalista y famoso orientalista parisino, estuvo en estrecho contacto con la Familia del Amor y recomendó a dos de sus discípulos, los hermanos Guido y Nicolás Lefevre de la Boderie como colaboradores de la políglota. Mediante este estudio y el abandono en la divina Providencia se llegaba a establecer contacto directo con Dios escuchando cierta voz interior. No consideraban tan importante el Cristo histórico como el Cristo principio, que no había que buscar fuera sino dentro, en el corazón. Lo importante de los Evangelios no es la verdad histórica sino el significado simbólico, aplicable a la realización personal del cristiano. “Lo que leemos de Cristo, Dios hecho hombre y hombre hecho Dios, enseña que debe realizarse en todo hombre perfecto, nueva criatura. Llaman a ésta “hombre deificado”. En ese culto externo que conduce al hombre a Dios y al estado perfecto, enumeran la misa y otras ceremonias papistas. El fundador de esta familia, H.N. publicó un pequeño comentario sobre la misa en el que expone qué es en ella misterio y qué imágenes de cosas divinas y humanas a las que los misófilos deben prestar mayor atención, por ser un escalón hacia un más excelente conocimiento de Dios”. Este extracto de una carta del calvinista Adrián Saravia, que anduvo con Plantino y Lipsio, nos informa de algunas características que el pudo apreciar directamente, aunque deformadas por la mentalidad protestante.

Hay que señalar que, a pesar de lo dicho por Rekers, los familistas eran todos católicos, y que veían tanto en los ritos como en las imágenes sagradas de esta forma tradicional, “ocultos misterios que no entiende todo el mundo”, así como el medio para lograr la salvación. No entraremos aquí a discutir esta cuestión, que es más que evidente, simplemente añadiremos con Maurits Sabbe, director del Museo Plantino, que “para darse cuenta de las convicciones religiosas de Plantino (impresor de la políglota y de toda la obra de Arias Montano, amén de destacado familista) lo mejor que podemos hacer es ver qué dice cuando está solo consigo mismo, sin ningún factor extraño que influencia sus actos ni sus pensamientos, cuando se muestra tal cual es. Estos momentos los encontramos en su correspondencia. Plantino no podía fingir cuando recomendaba a su propios hijos que siempre fuesen fieles a la Iglesia católica”. Parece que la Familia del Amor continuó la denominada “mística renana”, algunos contemporáneos creían ver en su doctrina la de Tauler y la de la “Teología Germánica”. Posiblemente su filiación viniese a través de la llamada “devoción moderna”, una adaptación que llega hasta Tomás de Kempis y su “Imitación de Cristo”, fundada en 1374 por Geert Groote, quien inicia un amplio movimiento de entrada de los laicos en el terreno religioso, fundando diversas comunidades en Holanda y Westfalia. Sus características son: la posibilidad de vivir religiosamente sin regla ni voto perpetuo, el desarrollo de un trabajo ordinario, y la mezcla de clérigos y laicos en comunidades que viven “como el clero”, sin pertenecer por ello a un orden.

En 1576 se le encarga a Arias la dirección de la Biblioteca de El Escorial, donde iba a pasar 10 años. Allí clasifica todos los libros en 64 materias, número en que se cuentan las ciencias hindúes, que forman los hexagramas del I Ching y los cuadros del Ajedrez, tablero que refleja el “campo” de la manifestación formal en el que combaten los devas y los asuras; número cuadrado de 8 (mediador entre el cielo y la tierra) que comprende, en consecuencia simbólica, la totalidad de la Cosmología, el dominio conjunto de los mundos sutil y corpóreo; tal como se refleja en su “Gran Obra” al tratar la parte denominada “Corpus”, que entiende en el mismo sentido que la palabra “carne” en el texto sagrado, sino también “esa esencia inmaterial que vivifica e informa anímicamente el desarrollo y la actividad de los animales y clasifica sus acciones en las categorías de una estética moral o intelectiva”.

La Orden de San Jerónimo

La estancia de Montano en el Escorial habría de servir para ponerle en contacto con la Orden de san Jerónimo, que tenía a su cargo el monasterio. Los jerónimos eran continuadores de una tradición exegética lejana pero sólida, desde antiguo los santos ermitaños practicaron el aprendizaje de las lenguas clásica y hebrea. La Orden jerónima, también exclusivamente española, tiene un origen misterioso. Los anales de la orden, relatados por el que iba ser uno de los grandes discípulos de Montano, el padre José de Sigüenza, cuentan que fue fundada por san Jerónimo en su monasterio de Belén, donde sus eremitas continuaron la tradición del gran padre de la iglesia latina. Desde 632, con la toma de Palestina por los árabes, hasta 1350 no se sabe que continuase esta tradición monacal, pero según el padre Sigüenza: “como río caudaloso, que se esconde, por lo secreto de sus entrañas largo espacio, y torna después con nueva claridad y frescura a aparecer a nuestros ojos, así tornó al mundo cerca de los años de 1350, esta sagrada religión”. Lo cierto es que por esas fechas un franciscano italiano, descendiente espiritual, al decir de algunos, de Joaquín de Fiore, Tomas Succio (como su maestro “dotado de espíritu profético”) ve justo antes de morir que “el Espíritu Santo desciende sobre España en la fundación de una religión”, y es así que sus discípulos se vienen a España donde “casualmente” se encuentran con otros eremitas españoles que “al tiempo que el santo F. Tomás vio desde Italia esta venida del Espíritu Santo a España... se movieron en ella muchos, llevados del mismo Espíritu a dejar casa y ciudades, y se retiraron a los lugares más desiertos que hallaron... en todos bullía un propósito secreto, de levantar el nombre, orden y religión de san Jerónimo”. Estos ermitaños fueron a retirarse todo en los alrededores de Toledo donde misteriosamente se encontraron con los italianos. La elección de Toledo, o más bien de la antigua Carpetania (región sagrada de los celtíberos), no es casual; no podemos detenernos en desarrollar esta cuestión, diremos sin embargo que Toledo (cuya raíz proviene de la mítica Tulé, el Centro del Mundo) ha sido considerada siempre, por todos los pueblos que han pasado por España, como el centro sagrado de la península, los musulmanes en su invasión fueron directamente a la conquista de esta ciudad, a la que llamaban, muy significativamente, Tulaitula. Como dice fray José de Sigüenza: “Pareciéndoles que habiendo de estar a la espera de este don tan grande que venía a España, era bien tomar el puesto en medio de ella... De allí como de centro se comunicase por toda la circunferencia”.

La posteridad espiritual de Montano se halla en la orden jerónima y no en Santiago, como hemos dicho. Así, Bartelus Valentinus (José Carlos Bartelo) escribe a Plantino que “gracias a Montano he entrado en el mejor de los caminos, en el que él me precedió”. Los jerónimos de El Escorial sentían una admiración profunda por Montano, a quien tenían por su maestro y por santo. En El Escorial, además de bibliotecario, Montano fue nombrado profesor de hebreo. Discípulos suyos son Sigüenza, Alaejos, Martín de la Vera, Francisco Trujillo y Gaspar Centol, continuadores de la tradición escriturística para la que el valor mayor es el texto original de la Biblia, único “canal puro” por el que la palabra de Dios puede llegar hasta los hombres; las alegorías y las demás clases de exégesis son superficiales, atañen a la moral, la exégesis “hebrea” es metafísica. Discípulo predilecto y secretario personal de Árias, fue otro jerónimo, Pedro de Valencia, quien fundó en Zafra una escuela en cuyo currículo se incluían el “Humanae Salutis Monumenta” y el “Dictatum Cristianum” de Arias. Montano le dedica su comentario a los Salmos y dice de él que es “iniciado en el secreto de la verdadera piedad”.

Arias Montano mostró siempre gran interés por las artes, de las que era gran conocedor. Entendía de, e incluso practicaba, pintura, escultura, arquitectura, poesía, música y artes manuales; en esto coincidió con los jerónimos, que, como dice Sigüenza en su “Historia de la orden”, destacaban por su arte en toda clase de oficios. En su relación con Arias hubo monjes que hicieron consonancia con él en poesía, música, etc. Fray Juan de san Jerónimo destaca que “los oficiales, arquitectos, pintores y personas hábiles hallaban en él cosas que aprender”. Dedicaba los días santos a la poesía, empleando las fiestas de 1570 a elaborar los “Monumenta”, y las del 72 a componer la versión de los Salmos. Montano entendía la contemplación como “ocio santo”, para el los contemplativos viven en un “sábado regalado” puesto que llevan el “oratorio dentro del alma”. Este trabajo “santificado” de creación poética, seguramente se efectuaba en un sentido que hoy es casi imposible de comprender, debido al nominalismo en el que hemos sido educados. Para el poeta tradicional las palabras pueden formar armonías rítmicas que reflejen las operaciones de los arquetipos angélicos, la poesía así entendida es una verdadera poeisis, en su otro significado de “técnica operativa”. Es, ciertamente, una “contemplación estética” que comienza en la lectio, es decir, leyendo y releyendo un pasaje de la Escritura (o varios sobre un mismo tema) sobre el que luego se reflexiona, “rumiando”, como decía Orígenes, los conceptos y sus relaciones lingüísticas, filosóficas, aritméticas, simbólicas en suma, es la meditatio; a continuación se intenta reflejar esa meditación mediante la técnica poética: oratio, su síntesis final, su lectura arrobada, es la contemplatio. De filiación horaciana declarada, se tiene a nuestro polígrafo como uno de los máximos poetas latinos del siglo XVI. Su obra poética comprende los cuatro libros en verso de la “Retórica”, Humanae Salutis Monumenta”, traducción de los “Salmos de David in Latinum carmen”, “De Diviniis Neptiis”, la antología de los “Poemata”, sus “Hymni et Saecula” y la “Oda sáfica a la fuente de la Peña”.

Arias dirigió a diversos artistas en la composición de los grabados que acompañan sus obras. Buscaba sobre todo la sencillez en las formas que hiciera posible el que la imagen se comprendiera y quedara grabada con rapidez. Para él los elementos compositivos más importantes habían de ser la simetría y la axialidad. En su “Humanae Salutis Monumenta”, cada una de las escenas había de representar un aspecto de la doctrina cristiana y servir al lector para rememorar: es decir, recuperar un sentido de “imagines” de la “ars memorativa”. Este “arte de la memoria” tiene un significado iniciático preciso, relacionado con la anamnesis de la que hablaba Platón, con el dikr (“recuerdo de Dios”) que usan los iniciados musulmanes o con los yantras hindúes y budistas. Se trata, por medio de la contemplación visual, de reencontrar en uno mismo aquello que se representa. En el estilo, Árias Montano seguía el tradicional de los libros de horas medievales. Los historiadores del arte han destacado el parentesco que existe entre las imágenes de Arias y la obra de Durero, del que Montano, en su correspondencia a Ovando, refiere su admiración. No vamos a descubrir la pertenencia de Durero a determinadas organizaciones iniciáticas. Arias llamaba a sus emblemas del “Humanae Salutis” arquitectónicos, porque se atiene a sus propias cifras y cánones. El elemento poético, en cambio, describe aquellas cosas que el dibujo no puede plasmar, es decir, las palabras, las emociones y los pensamientos. Los emblemas, para Arias, eran la continuación de los antiguos iconos, es por esto por lo que nunca dejó la realización de sus ilustraciones en manos de los dibujantes, sino que él mismo se encargó de sus diseños.

Para acabar este ya largo escrito, no se nos ocurre nada mejor que presentar a los lectores una poesía de José de Sigüenza, la elegía compuesta con ocasión de la muerte del venerado y llorado maestro, pleno de profundo simbolismo y realizada sin duda como una auténtica poiesis, en su completo significado.

La madre tierra y la madrastra muerte
descubren claro deste campo humano
la pequeñez, por más que arribe en vano
el hombre altivo a la más alta suerte.

Mas no es posible que a medir acierte
terreno ingenio el marco soberano
do tu alma gentil, oh gran Montano,
trazó la planta de su alcázar fuerte.

Tu cuerpo breve en este humilde suelo
quiso tocar apenas, como en un punto,
mas tu alma dio circunferencia al cielo.

Y así serás un mapa o Real trasunto
de cuanto Dios cerró en su empíreo velo,
pues tus cartas lo marcan todo junto.