martes, 11 de mayo de 2010

La geometría en los Antiguos Deberes, por Pere Sánchez Ferré

Artículo aparecido en la revista Axis Mundi, 2ª Epoca, nº 7, 1999.

El hombre es la medida de todas las cosas. Protágoras.

Los Antiguos Deberes.

Las llamadas Old Charges o «Antiguos Deberes» constituyen los códigos por los que se regían las asociaciones medievales de constructores de la Gran Bretaña. Los más antiguos que se conocen son el manuscrito Regius, fechado aproximadamente en 1390, y el Cooke, perteneciente a la primera década del siglo XIV [1]. En la actualidad, se tiene noticia de más de cincuenta textos de parecidas características, aunque todos son posteriores a los dos citados. Por su importancia destacan el manuscrito Grand Lodge nº 1, de 1583, así como el Status Schaw, de 1589 y 1599, de origen escocés. Los códigos posteriores al siglo XVI que han llegado hasta nosotros son numerosos: destaquemos los ms. Watson (1687), Sloan (1700) y Trinity College, de fecha cercana al anterior. Estos tres son probablemente los más importantes, pues junto con el Regius y el Cook (I y II) están en el origen directo de las Constituciones masónicas de 1723, redactadas por el pastor presbiteriano James Anderson y J. T. Désaguliers, pastor anglicano, que es la carta fundacional de la masonería practicada en la actualidad [*].

Todos los Antiguos Deberes están formados por tres partes bien diferenciadas: la primera comienza con una invocación a Dios, a la Virgen y a los santos, lo que revela un origen católico incontestable [2]. La segunda parte relata la historia legendaria del arte de construir, asimilado siempre a la geometría; la tercera es de carácter deontológico.

El Regius es un poema compuesto de 794 versos, e incluye una apartado dedicado al «Arte de los cuatro coronados» [3]. En cuanto al Cooke, está escrito en prosa y está formado por dos partes heterogéneas, que son en realidad la unión de dos textos de diferente origen; por eso se habla del Cooke I y II. Tanto éste como el anterior, constituyen recensiones de una misma tradición que era en gran parte oral; conviene subrayar este punto. Las Old Charges posteriores conservaron lo esencial de la narración histórico legendaria y los deberes comunes a ambos manuscritos.

Además de los mencionados, en la actualidad conocemos muchos otros reglamentos de corporaciones de constructores medievales, como los de Colonia, de 1212, Ginebra (1213 y 1229), París (1225), Bolonia (1248), Estraburgo (1275), Montpelier (1365) y Ratisbona, ya en el siglo XV (1459). Todos ellos contiene elementos muy próximos a las Old Charges británicas, y aunque no estén en el origen directo del texto redactado por Anderson y Désaguliers, su proximidad a la masonería actual es del todo manifiesta.

Estamos, sin duda, ante una tradición muy antigua, que podemos remontar a Egipto y a sus discípulos de la Grecia clásica. Roma desarrolló también sus propias formas iniciáticas, donde los collegia fabrorum pueden ser consideradas en parte el modelo de las corporaciones medievales de oficio. En ellas convivían dos realidades: la propia del oficio y la iniciática. En la Roma imperial, por ejemplo, las cofradías de constructores albergaban fraternidades dionisíacas que no creemos tuvieran por objetivo levantar templos de piedra vulgar.

Estas formas de organización perduraron en Europa a pesar de los avatares; en el siglo XV constatamos la existencia de asociaciones en las que se practican ceremonias de iniciación, algunos de cuyos elementos se han conservado en la masonería hasta la actualidad. El testimonio aportado por el abad Grandidier es un excelente ejemplo de lo que decimos. Este historiador de la catedral de Estrasburgo descubrió en sus archivos documentos antiguos del mayor interés, que demostraban la existencia de una realidad iniciática oculta en las corporaciones de constructores, a la que no tenían acceso la mayoría de obreros. Uno de estos documentos relata que en abril de 1459 se reunieron en Ratisbona los maestros de las logias de Alemania, con el objetivo de unificar los estatutos de todas ellas. Gracias a dicho manuscrito sabemos que en la ceremonia de iniciación se vestía al aspirante como un mendigo [4] y era despojado de sus armas y de todos los objetos metálicos. Se le descubría el pecho y el pie izquierdo y, con los ojos vendados, era conducido a una puerta que debía golpearse tres veces. Delate del maestro había una mesa con una escuadra, un compás y los Evangelios abiertos. El neófito juraba guardar el secreto y, retirándole la venda de los ojos, se le mostraba la triple gran luz. A continuación le daban a conocer la palabra de paso, el saludo y los toques propios de los aprendices. [5]

El documento citado demuestra con claridad que coexistieron dos saberes: el exterior, basado en el oficio, y el interior o iniciático. También pone en evidencia que la masonería no es sólo de origen inglés, sino que sería más adecuado hablar de un sustrato iniciático común en Europa, que la masonería actual ha conservado con más o menos fidelidad.

En cuanto a la admisión de personas ajenas al oficio de construir, todo indica que ésta era una práctica habitual desde mucho antes de la aparición de la masonería moderna o especulativa. Tenemos constancia de ello ya en el siglo XIII; si examinamos la lista de los miembros que componían la corporación de constructores en Bolonia, en el 1248, comprobamos que figuran como «maestros» personas que son notarios, panaderos, farmacéuticos, religiosos, filósofos e incluso un poeta [6]. Sin duda esos miembros eran «masones aceptados» o especulativos, y no acudían al gremio para recibir lecciones de arquitectura profana, sino de arquitectura filosófica.

Incluso la historiografía de la masonería inglesa, siempre tan reacia a admitir poluciones esotéricas en el pasado de la Orden, debe aceptar trabajos como el del historiador David Stevenson, quien ha demostrado que el hermetismo había impregnado completamente el cuerpo doctrinal de la masonería escocesa del siglo XVI (como también la medieval, añadimos nosotros). Y precisamente los contenidos herméticos sedujeron a muchas personas ajenas al arte de construir edificios [7]. La supervivencia de este patrimonio supone la transmisión ininterrumpida, a lo largo de varios siglos, de una tradición básicamente oral que, como pretendemos demostrar, estaba estrechamente vinculada al arte hermético.

Antes de continuar queremos hacer una precisión acerca de los masones llamados operativos. Tanto en la Edad Media como en épocas posteriores, la gran mayoría de los canteros, albañiles y obreros de otros oficios vinculados a la construcción, como los carpinteros, no participaron nunca en las organizaciones propiamente iniciáticas que cobijaban la asociaciones profesionales, puesto que la iniciación estaba reservada a una élite, muchos de cuyos miembros ni siquiera pertenecían al oficio de construir, como hemos visto. Por lo tanto debemos entender la «operatividad» en su sentido radical y hermético: el masón «operativo» era y es aquel que ha recibido la verdadera iniciación; gracias a ese don de Dios posee la Materia de la vida y puede construir el Templo del Hombre.

Por otra parte, noticias y documentos dispersos nos hacen entrever que existió siempre un mundo más o menos oculto –también fuera de las corporaciones de oficio— también fuera de las corporaciones de oficio donde se desarrollaron las sociedades iniciáticas, más allá de las épocas y las fronteras. Sirva como ejemplo el manuscrito Sloam, de 1700, donde se dice que los masones de España, Turquía y Francia se reconocían entre ellos por medio de un signo, que consistía en la genuflexión de la rodilla izquierda, al tiempo que levantaban la mano izquierda al sol [8]. En el siglo XIII, el arquitecto Villard de Honnecourt se expresa, al referirse a la geometría, en los mismos términos que los hace el ms. Regius, que es de finales del siglo XIV.

De hecho, la historia de nuestra civilización europea está penetrada, desde sus orígenes, por un hilo de la gnosis. En un río oculto que ha alimentado un gran número de sociedades secretas y discretas, de las que sabemos muy poco, como la de los Hermanos Moravios, los verdaderos Rosacruces o la Familia de Amor, que en el siglo XVI contaba con miembros en España, Países Bajos e Inglaterra [9]. El ideal caballeresco no respetó fronteras, como tampoco el neoplatonismo, durante los siglos XVI y XVII el vivo interés por la alquimia llegó a todos los rincones de Europa.

Es cierto que no sabemos gran cosa de las prácticas propiamente iniciáticas de tales sociedades, pues no se escribían actas de ciertas actividades. Téngase en cuenta que la inclinación a escribirlo todo –y después a publicarlo— es algo muy reciente. Conviene recordar la llamada Gran Carta de Platón, donde el filósofo griego –que entonces tenía setenta y cinco años— afirma lo siguiente: «Pues nuestra garantía más segura consiste en no escribir, sino en aprender de memoria (…) He aquí por qué yo jamás he escrito nada sobre esos temas…». [10]

¿A qué temas se refería Platón, que tantos libros había escrito? Nos lo dice en otra de sus cartas, en la que habla del saber que debe permanecer oculto: «desde luego yo no he escrito nada sobre estas cosas, y nunca lo escribiré: porque ese conocimiento no es en modo alguno comunicable, como lo son otros, puesto que es el resultado del establecimiento de un comercio repetido con lo que es la propia materia de ese saber, resultado de una existencia compartida con ella…». [11]


El Arte de la Geometría en las Old Charges

Desde el Regius, todos los Antiguos Deberes asimilan la masonería a la geometría; así pues, el francmasón [12] practica la geometría; veamos en qué consiste dicho arte, al arte, al que nos aproximaremos a partir de las definiciones que ofrecen los propios textos. Dice el Regius que, «gracias a la buena geometría, este honesto oficio, que es la buena masonería, fue así constituido y creado» (vv. 19-21). Notemos que habla de la buena geometría, y no de la vulgar, por eso la «noble ciencia de geometría» es «la base de todas las otras» y es por tanto el fundamento de todos los saberes (38 y 45-47). Dice también que practicar la geometría consiste en la «medición de la tierra» (86-88), interpretación que viene indicada por el significado mismo de la palabra «medición de la tierra» (98), del griego ge y metron, tierra y medida.

Suponemos que los constructores medievales poseedores de esta tradición habían tomado el sentido etimológico de la palabra de nuestro santo filólogo Isidoro de Sevilla, al que se cita en el ms. Cooke como fuente de autoridad. [13] El mismo manuscrito continúa refiriéndose a la naturaleza y cualidades del arte de geometría con estas palabras: «Pues la geometría es hasta tal punto la medición de la tierra que puedo decir que los hombres viven todos de geometría (…) Querría daros muchas otras pruebas de que la geometría es la ciencia que hace vivir a todos los hombres dotados de razón…» (120-122, 125-128).

Nos parece evidente el carácter hermético de este pasaje, pues el texto atribuye a la geometría propiedades que nada tienen en común con un arte vulgar. En el lenguaje hermético medir la tierra significa poner límites, corporificar al Dios del cielo, también llamado Alma del mundo, Isis, etc., porque medir supone siempre dar cuerpo a lo que carece de él: el cielo. Así, el masón operativo es quien corporifica la tierra celeste para unirla al cielo terrestre. Todos vivimos de geometría porque el Dios del cielo nutre la vida y la mantiene, y todos vivimos también del Dios que hemos sepultado en nostros a raíz de la caída. Es un Dios dormido, mal medido, insensible, que necesita la medida de la misericordia para convertirse en nuestro Señor y Salvador, es como un caballero que busca unirse a su dama para conocerse, para conocer su propia estatura [14].

El arte de la geometría posee también una «ciencia» que «vivir a todos los hombres dotados de razón». Todo vivimos de Dios, pero a algunos Dios les hace vivir: son los «dotados de razón». Tampoco aquí se habla de razón ordinaria, sino entendida en clave hermética. En la Vulgata, san Jerónimo traduce en muchas ocasiones Logos por Ratio, por lo que podemos interpretar que los dotados de razón poseen el Logos, o el don del Intelecto, en expresión de Dante, [15] pues existe una relación estrecha entre el verbo y la creación verdadera; Adán determina las cosas al darles un nombre, las crea mediante el Logos. El primer sentido del vocablo latino ratio es cálculo, operación, el segundo es razón e inteligencia; ración proviene de ratio. Vemos pues que esta palabra contiene la idea de proporción y medida. La identificación de la geometría con la medida y la corporificación del cielo no es un invento masónico, pues en la Tradición hermética todo ya ha sido dicho desde el principio; veremos a continuación que desde antiguo van unidos los conceptos de medida y geometría; he aquí algunos ejemplos.

Aristófanes (siglo V-IV a. C.) afirma en boca de uno de sus personajes, que emula a Tales de Mileto: «Quiero medir geométricamente el aire (…) mido por medio de la regla recta, de modo que el círculo se convierte en un cuadrado…». [16] Cuadrar el círculo no es otra cosa que corporificar el cielo, o «o medir geométricamente el aire».

Jámblico dice que el alma «resulta ser de una dignidad igual a los dioses, da a ellos una parte de sí y a su vez recibe de ellos; impondrá a los seres superiores las medidas y será ella misma delimitada por ellos» [17].

Filolao, filósofo griego del siglo IV a. C., llama «medida de la naturaleza» al «fuego que hay en el medio, al que denomina también «hogar del universo, casa de Zeus (…) altar, cohesión…»». [18] El fuego en el hombre es el imán que puede suscitar la ayuda del cielo y corporificar el Alma del mundo, por tanto, podemos asimilar el fuego filosófico a la medida, como lo hace el erudito recopilador Don Penerty, cuando hablaba de «ese fuego que debe ser administrado geométricamente (…) o bien con peso y medida». [19]

Orígenes escribe que «si la potencia divina fuera ilimitada, no podría conocerse a sí misma (…) Efectivamente, aquello que es ilimitado es incompresible (…) En cambio, la medida se adapta consecuentemente a la materia corpórea, por lo cual debe creerse que Dios fabricó tanta materia como podía ordenar». [20]

Explica Plutarco que, contrariamente a Isis y Osiris, «todo lo que se halla falto de medida y regularidad» es atribuirle a Tifón [21] (Sobre Isis y Osiris, 64). Entre los pitagóricos, como entre los masones medievales, la geometría era considerada sagrada y sus verdades mantenidas en secreto. «Todo lo hemos creado con la medida», podemos leer en el Corán (sura 54, 59). En árabe se escribe igual medir y crear. Este pasaje del Libro de la Sabiduría (11, 20) es conocido: «Pero tú todo lo dispusiste con medida, número y peso». «Tú fijaste los límites de la tierra», dice el salmo, 74,17.

Crear es poseer «las reglas del cálculo del mundo» que, como dice un midrash hebreo, «Dios transmitió a Adán», [22] y éste a su descendencia. Dichas reglas de cálculo del mundo son el secreto de la geometría, puesto que calcular, contar, pesar o medir es corporificar. Como vemos, estamos ante una tradición milenaria cuya hermenéutica era conocida por los masones medievales y fue en parte recogida por J. Andersón y J. T. Désaguliers. Sus Constituciones de 1723 comienzan así: «Adán, nuestro primer Padre, creado a imagen de Dios, el Gran Arquitecto del Universo, debió tener escritas en su corazón las ciencias liberales, particularmente la geometría (…) Indudablemente Adán enseño geometría a sus hijos…» [23]

En muchos grabados medievales se representa a Dios, el Geómetra, con un compás en la mano poniendo límites, creando el mundo, como «Gran Arquitecto de la Iglesia». Anderson y Désaguliers recogieron esta forma de designar a la Divinidad, tanto en su aspecto celeste como terrestre (humano), por eso las Constituciones emplean dos términos diferentes para diferenciarlos: El «Dios del Cielo, el Omnipotente Arquitecto del Universo» es el Dios celeste. Al Dios encarnado en el hombre se le denomina «Gran Arquitecto de la Iglesia». [24]

En la masonería de tradición se realizan todos los trabajos a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo. A nuestro entender, esta fórmula hace referencia al tema que nos ocupa, ya que «gloria» es un concepto sacado del Antiguo Testamento: la palabra hebrea es cobet y significa peso, gloria y honor; así, glorificar es dar peso, medir, corporificar en el hombre al Gran Arquitecto celeste a fin de que se convierta en nuestro Señor, Arquitecto de nuestro Templo, [25], gracias a la geometría. Puede colegirse de ello que todas las creaciones de Dios se hacen por medio de la geometría: así lo recoge el «Himno al Maestro» en las Constituciones de Anderson; «Adán, el primero hombre, creado por la geometría impresa en su mente superior (…) Noé, un masón divinamente instruido, quien por mandato de Dios construyó el Arca (…) según las reglas de la verdadera geometría…». [26] Agrippa escribe que «Dios mismo enseñó a Noé cómo fabricar el arca según la medida del cuerpo humano, como Él mismo fabrico toda la máquina del mundo según la simetría del cuerpo humano…». [27]

Por otra parte, todos los Antiguos Deberes afirman que el arte de la geometría nació en Egipto; al margen de consideraciones históricas más o menos ciertas, creemos que lo importante es que los antiguos masones, conocedores de la tradición hebrea, entendían que Egipto representa el hombre en el exilio de este mundo, [28] Este hombre tiene un tesoro porque posee un cuerpo, y gracias a él puede recibir el don de Dios.

El ms. Regius está encabezado por estas palabras: «Aquí comienzan los estatutos del arte de geometría según Euclides», el ms. Cook convierte al «noble clérigo Euclides» en discípulo de Abraham llamado tambien «sabio y gran clérigo», quien enseñó en Egipto la ciencia de la geometría (439-447) y la transmitió a Euclides. Éste «midió el país» (de Egipto) y enseñó allí «el arte de masonería, al que dio el nombre de geometría» (467-468 y 508-510).

La tradición masónica en torno a la geometría fue mantenida en todos los textos modernos, como en el ms. Dumfries de 1710, donde se dice que la geometría «enseña a medir los cielos materiales». [29] He aquí otra forma de decir que la geometría sagrada corporifica una materia de los cielos que se recibe en la iniciación. En definitiva, lo que un maestro transmite a un discípulo es la Materia de los Filósofos, con la que se construye el Templo en el hombre. Ésta es una historia de geómetras y de compañeros, según el decir de EH: «La palabras “compañeros”, en arameo haberaya, puede utilizarse para designar los miembros de una cofradía o de una orden de compañeros del maestro, que se transmiten su enseñanza y su vida. Pensamos naturalmente en algunos rituales de muerte y resurrección, al final de los cuales el maestro tiene que resucitaren su discípulo». [30] Aquí está expresado brevemente y con la mayor precisión el misterio central de las sociedades iniciáticas.

El ms. Graham, de 1726, dice claramente que la masonería o geometría es un don: «¿Por qué fue llamada franc-masonería? En primer lugar porque es un libre (franc) don de Dios a los hijos de los hombres, y es además un franca unión de hermanos de este santo secreto que debe durar para siempre.» [31]

Observemos también que los manuscritos antiguos se refieren continuamente a un concepto básico del hermetismo: la transmisión, por la que un maestro transmite el secreto de Dios a su discípulo que es también su hijo; el padre da la vida al hijo, y lo que puede el padre lo puede el hijo, que a su vez transmitirá a un nuevo discípulo. Así se tejen las filiaciones legítimas de quienes han nacido, no de la carne, sino del Espíritu. Por esa razón la mayoría de Antiguos Deberes, al igual que las Constituciones de Anderson, contienen una filiación, un árbol genealógico que tiene su origen en Adán, primer ser creado por Dios y padres de los hombres. [32] Es obvio que no hablan de realidades históricas; nuestros antepasados eran antiguos pero no tontos. Sin embargo, mucho eruditos subvaloran los relatos legendarios de los orígenes, sin darse cuenta de que los Antiguos Deberes se están refiriendo a una filiación divina, a una cadena ininterrumpida de maestros verdaderos.

Los Antiguos Deberes revelan –siempre de forma velada— el secreto de la geometría y así lo entendieron también los hermetistas posteriores. Citaremos al respecto el prefacio que John Dee escribió en 1570 para la primera edición inglesa de la Practica Geometriae, de Euclides, que era en realidad un manifiesto: [33] «Nuesra ciencia es de más vasto alcance que la medición de los planos, ya que lo que se propone es nada menos que medir la tierra (…) que no se ocupa de colina ni valles (…) sino que eleva el corazón por encima de los cielos por medio de hilos invisibles, al encuentro de la luz…». [34]

A continuación nos auxiliaremos de un texto alquímico del siglo XV atribuido Raimon Llull que muestra claras semejanzas con los Antiguos Deberes masónicos. Encontramos en él diez definiciones de la palabra medida, que concluyen con la afirmación de que «si no hay medida, de la piedra no saldrá provecho». Poco antes, el autor dice que la «propia geometría ha sido llamada medida». «Así pues, por saber, aquí te hemos dado con buena voluntad el arte de la medida, la cual hemos aportado del arte de geometría.» [35] Te «hemos dado», es decir, te hemos transmitidos el «arte de geometría». Es el mismo Llull quien, en su Testamentum, después de referirse a ciertas proporciones afirma que «ahí está la doctrina, por la que se hace toda la medida…» (cap. LXXIX), y que la Obra es fruto de «la ciencia y la medida del arte» (cap. XLVII).

No deja de sorprender que un texto alquímico corrobore una tradición oral de constructores ingleses medievales. No podemos dejar de creer que aquellos Antiguos Deberes tenían un contenido iniciático y hermético indiscutible y perseguían el mismo objetivo que la alquimia: la regeneración del hombre, puesto que nada es cognoscible fuera del hombre y éste es el objeto de la revelación. Por eso Isidoro de Sevilla afirma que todas la medidas se refieren siempre al hombre y «y se encuentran en el cuerpo (…) La única que es preciso “portar” es la “pértiga”: equivale a diez pies, a semejanza de la caña que, como se lee en Ezequiel 40, 3 midió el templo» (Etimologías, XV, 15, 3). «Medir» o «captar» el cielo para unirlo a la tierra, o «fijar el volátil» son términos propios del lenguaje alquímico; he aquí como lo expresa Louis Cattiaux, un hermetista contemporáneo: «Así, Apolo y las nueve Musas, el esposo y las vírgenes sabias, el cuerpo y las águilas, Cristo y los doce apóstoles, la mujer que rodea a un hombre, o bien el versículo 34 del Libro X, son expresiones diferentes de una misma operación que exige el conocimiento del peso, del número y de la medida de las sustancias celestes» [36].

«El hombre es la medida de todas las cosas», como dice Protágoras, aunque es evidente que no se refiere al hombre exterior, sino al Verbo encarnado, al Logos creador del nuevo mundo. Éste es, a nuestro entender, el verdadero humanismo que reivindicaron los renacentistas, y no el que dio paso a la Ilustración y a la Revolución francesa.

Así pues, creemos haber puesto de manifiesto que una parte importante de los Antiguos Deberes no fueron concebidos ni transmitidos para enseñar un oficio, sino la geometría sagrada, el Arte de medir, la misma ciencia que enseñó Platón, que hizo escribir en la entrada de su Academia: «Que no entre quien no sepa geometría». La geometría es el arte y la ciencia de Dios el geómetra; su creación ordena el caos, como reza una de las divisas masónicas fundamentales: Ordo ab Chao, orden en el caos; por lo tanto, quienes pertenecen a una orden están ordenados, han salido del caos gracias al don de geometría, transmitido en la iniciación. Si no preguntáramos cómo podemos acceder a tal don, probablemente debiéramos seguir la recomendación que nos hace el ms. Regius; hela aquí: «Que Cristo, por su gracia celeste, os dé el espíritu y el tiempo necesario para leer y comprender bien este libro, y obtener el cielo en recompensa» (vv. 789-792).

Podríamos decir: si deseas la gracia del cielo, lee bien y comprende bien, esto es, hazlo masónicamente, y no tropieces en las cortezas de la letra donde brilla el oro falso del sentido profano y vulgar. El tiempo apremia, no sigamos haciendo buena aquella preclara sentencia de Jorge Luis Borges: «Siempre somos moralistas raras veces geómetras.»


Notas:
[1] Los dos manuscritos fueron publicados, entre otros, por D. Knoop, G. P. Jones y D. Hamer: The Regius MS… The Cooke MS…, Manchester, 1938, reeditado en 1963.
[2] Así lo señaló en su tiempo René Guénon, como también el deseo de «protestantizar» la Orden por parte de aquellos masones ingleses: Études sur la Franc-maçonnerie et la Compagnonnage, París, Éditions Traditionelles, 1978, vol. II, págs. 72-73.
[3] Los Cuatro santos coronados eran los patrones constructores medievales, tradición que cita Beda el Venerable y que divulgó Santiago de la Vorágine en su obra La leyenda dorada, escrita hacia 1264 (hay edición española: Alianza Forma, Madrid, 1987, 2 vols., pág 717). Su culto se desarrolló en Gerona y en el Ampurdán a partir del primer tercio del siglo XIV, esto es, bastantes décadas ante el ms. Cooke, gracias al empeño de Arnau de Montrodón, obispo de Gerona, quien hizo construir en la catedral una capilla dedicada a los cuatros santos, abierta al culto ya en 1330. La devoción a los patronos de los constructores se extendió pronto Cataluña y Mallorca, véase P. Sánchez Ferré, «La presencia de los Cuatro santos coronados en Cataluña y Mallorca. Una variante del culto europeo. Siglos XIV-XIX», en Actes du Xe Colloque International de Glyptographie du Mont-Saint-Odile (France), Braine-le Château, Ed. de la Taille d’Aulme, 1997, págs. 487-517.
[4] Esta antigua tradición era también practicada en Gran Bretaña, como se constata en el ms. Graham, de 1726: «Le manuscrit Graham (1726)», presentación y taducción de G. Pasquier, en Travaux de la Loge nationale de recherches Villard de Honnecourt, 6, 1983, pág. 145. El ritual que contiene este manuscrito está en el origen de los que se practican actualmente en la masonería de tradición. Sobre el significado mesiánico de este mendigo, véase Douzetemps, Le Mystère de la Croix, Sebastiani, París, 1975, págs. 221-222, y EH, “Los Tarots”, en La Puerta: Magia, Barcelona, Obelisco, 1993, págs. 114-116.
[5] Abbé Ph. A. Grandidier, Essais historiques et topographiques sur l’Eglise Cathédrale de Strasbourg, Estrasburgo, 1782, págs. 415 y sigs. Véase también, J. A. Ferrer Benimeli, «Église et maçonneire operative au Moyen-Age», en Travaux de la Loge nationale de recherches Villard de Honnecourt, 15, GLNF, 1987, págs. 32-34.
[6] J. A. Ferrer Benimeli, «Les Status et Réglements de Bologne de 1248», en Travaux…, II, 1985, pág. 20.
[7] D. Stevenson, Les Origines de la Franc-Maçonnerie. Le siècle écossais 1590-1710, París, Télètes, 1993.
[8] La citada revista Travaux… ha publicado una versión francesa: 7, 1983, págs. 130 y sigs.
[9] Véase F. A. Yates. El Iluminismo Rosacruz, México, FCE, 1983, cap. XV.
[10] Cartas, II, 314b.
[11] Cartas, VII, 341c-d.
[12] La primera mención conocida del término francmasón es del año 1350.
[13] El significado de geometría se encuentra en sus Etimologías, III, 10, 3.
[14] Véase al respecto, EH, «Morir cuero y vivir loco», en La Puerta: Esoterismo en la España del Siglo de Oro, Barcelona, Obelisco, 1990, pág. 10. El caballo don Quijote también conoce la geometría, pues afirma que los «los caballeros andantes verdaderos (…) medimos toda la tierra con nuestros mismos pies» (El Quijote II 6). Asimílese un corazón humilde a los pues, lo más bajo.
[15] Véase Divina Comedia, «Infierno», 9, 61-63: «Oh vosotros, que tenéis el intelecto sano, considerad la doctrina que se esconde bajo el velo de los versos extraños». En el infierno reside la «gente condenada que perdió el bien del intelecto»: «Infierno», 3, 16-18. «La verdad es el bien del intelecto»: Convite, II, 13, 6.
[16] Aristófanes, Aves, 995-1009.
[17] Sobre los misterios egipcios, III, 21
[18] Referido por Aecio, autor cristiano del siglo V. Filolao identificaba los cuerpos geométricos con los dioses; para esta teología de la geometría, véanse las referencias que aporta F. Buffière, Les Mythes d’Homère et la pensée grecque, París, Les Belles Letres, 1956, págs. 98-100 y 591-592.
[19] A.-J. Pernety, Les Fables Égyptiennes et grecques dévoilées, París, La Table d’Éméraude, 1982, vol, I, pág, 273.
[20] Tratado de los Principios, II, 9, Ib, 5-15.
[21] Tifón personifica el mal principio del hombre caído. Su nombre procede del verbo griego tufô, ceguera y llenar de humo.
[22] Los Capítulos de Rabbí Eliezer, 8, 2, Valencia, Biblioteca Midrásica, 1984, pág. 92.
[23] La Constitución de 1723 proyectada por J. Anderson, Barcelona, Alta Fulla, 1998, págs, 31-32.
[24] Ibíd., pág. 47, nota y pág. 53, respectivamente.
[25] «Dios no es una hipótesis, es una nube incandescente, es una piedra translúcida, es una realidad viva para siempre» (L. Cattiaux, El mensaje reencontrado, Málaga, Sirio, 1996, XXVI, 27).
[26] Ibíd., págs. 115-116.
[27] Filosofía Oculta, Buenos Aires, Kier, 1982, págs, 189-190.
[28] Egipto es un hebreo Mizraím, vocablo que proviene de la raíz mzr, cuyo significado es limitar, angustia estrechez. Una de sus derivaciones, yetzer, significa volver consistente; otra, yetzirá, significa formación, creación.
[29] «Le manuscrit Dumfries nº 4 (ca. 1710», introducción y traducción de J.-F. Var, en Travaux… 7, 1983, pag. 43.
[30] E. H., «El Justo y su inmortalidad», en La Puerta, nº 51, 1997, p. 63.
[31] «Le manuscrit Graham (1726)», presentación y traducción de G. Pasquier, en Travaux… 6, 1983, pág. 145. Éste puede considerarse el primer ritual de la masonería que se practica en la actualidad.
[32] En Lucas 3, 23, la genealogía de Jesús comienza en Dios, padre de Adán.
[33] John Dee (1527-1607), matemático, hermetista y astrólogo de la reina Isabel I, es el autor de Monas Hieroglyphica (1564). Desarrolló sus actividades en ambientes cabalísticos y alquímicos, tanto en Gran Bretaña como en el continente. El prefacio a que aludimos es el manifiesto que inspiró un poderoso movimiento de carácter esotérico que pretendía regenerar la civilización cristiana. Su fruto más conocido es el fenómeno Rosacruz, cuyos manifiestos aparecieron pocos años después de su muerte.
[34] Reproducido por E. Mazet en «Euclide», en Travaux… 14, 1987, pág. 65.
[35] «Ars Magica de Ramon Llull», en La Puerta, 1993, págs. 98-99; traducción y presentación de J. M. Rotger. Véase asimismo la presentación de Charles d’Hooghvorst a la obra de Ramón Llull, La Práctica y la Magia Natural, Mataró, Atalanta, 1995, págs, 10-11.
[36] Louis Cattiaux, «Cartas», en Florilegio Catesiano, Tarragona, Arola Editors, 1999, Carta nº 329. Apolo, Cristo, el cuerpo y el hombre representan lo «fijo». El versículo 34 del Libro X se encuentra en su obra fundamental, El mensaje reencontrado, ya citada; el versículo en cuestión dice así: «El hombre puro y perfecto no recibirán más de nueve mujeres nítidas y no menos de tres».