martes, 27 de octubre de 2009

Un místico católico y francmasón: Joseph de Maistre por Maurice Colinon

(Capítulo VIII de Maurice Colinon, La Iglesia frente a la Masonería, Huemul, Buenos Aires, 1963, según la edición francesa de Librairie Fayard, París, de fecha desconocida).


En el debate que los opone a los católicos, los masones podrían, si quisieran, llamar a deponer a un testigo de importancia capital: Joseph de Maistre. Es notable el hecho de que la historia de las “sociedades secretas" ponga a nuestra disposición ejemplo tan perfecto como éste.

Porque he aquí ante nosotros un hombre que, aristócrata, se ve acusado de haber querido derribar el orden privilegiado; emigrado, de haber contribuido a preparar la Revolución; católico, de haber conspirado contra el altar; monárquico, de haber urdido un complot contra los reyes; y todo eso simplemente porque era, indiscutiblemente, irrefutablemente, francmasón.

A través del ejemplo de de Maistre tenemos entonces una probabilidad para comprender el estado de espíritu y las intenciones de esos católicos que, hasta el Concordato de 1804, creyeron poder frecuentar las logias pese a las condenas de Roma. Pues de Maistre era, no hay necesidad de repetirlo, un católico de gran raza, profundo y sincero. Alumno de los jesuitas, se inscribió muy joven en la congregación de la Asunción; después, a los quince años, en la cofradía de los "Penitentes negros". En Ginebra, y luego en Lausanne, fue el incomparable animador de los grupos de saboyanos exilados, que extraían de una fe inquebrantable la fuerza para dominar las desgracias de la época. En San Petersburgo diseminó las verdades del catolicismo entre los nobles, obtuvo la conversión espectacular de madame Sweichine y, de esta conversa, el título de "gran sembrador del catolicismo en Rusia.

A este catolicismo conquistador, de Maistre unía un profundo conocimiento de todas las doctrinas llamadas esotéricas y, en particular, de las ideas de Saint-Martin. El "Filósofo desconocido" ejerció siempre sobre él una influencia profunda. Es de Saint-Martin que extrajo el germen de una reacción contra los "Filósofos", contra el materialismo de su tiempo, y contra ese tiempo mismo. En las Veladas de San Petersburgo, le hace decir al senador lo que el mismo de Maistre no ha dejado de pensar del "virtuoso discipulo de Saint-Martin que no sólo profesa el Cristianismo, sino que también trabaja para elevarse a las alturas más sublimes de esta ley divina".

En una obra capital para la comprensión del pensamiento de de Maistre (1), Emile Dermenghem da la idea, muy verosímil, de que nuestro hombre resolvió tomar la pluma, no para exponer a su modo las teorías martinistas, "sino para transformarlas en cierta medida". Porque es indudablemente cierto que de Maistre no aprobaba en todos a puntos las ideas del "Filósofo desconocido". Le reprocha sobre todo, al igual que a sus discípulos, cierta antipatía hacia la jerarquía y la autoridad de la Iglesia, y también, en alguna medida, una mezcla difícilmente admisible de cabalismo y ortodoxia.

Joseph de Maistre confía en el clero. El mismo, en cierto momento, ha pensado entrar en una orden. Pero guardará hasta el fin por Saint-Martin una especie de veneración que demuestra cuán durable y profunda es la influencia que se sufre a los veinte años.

Se ha escrito a veces que de Maistre fue también "Cohen Elegido", vale decir, discípulo activo de Martinès de Pasqually. Si bien es cierto que conoció a este último, no existe prueba decisiva de que haya sido miembro del rito martinista propiamente dicho. Y su historia masónica es conocida hoy en todos sus detalles.

Se sabe que andaba por los veinte años cuando se adhirió, probablemente en 1773, a la logia de los Tres Morteros, en Chambéry. Más tarde confesó que "se trataba puramente de una sociedad de placer y no tenía en consecuencia nada para satisfacerlo. Convertido rápidamente en Gran Orador, se interesa poco por esa Masonería "mundana", y al tener conocimiento del Rito Escocés Rectificado, pasó con 15 de sus "Hermanos" a la logia La Sinceridad, que dependía ya de la provincia de Lyon, cuyos destinos presidía Willermoz. Sus críticas posteriores contra la Masonería, tan a menudo citadas, alcanzan únicamente a su primera experiencia; y, por el contrario, respetó siempre el espíritu que habían encontrado en el Rito nuevo y la seriedad de los trabajos a los cuales estuvo asociado desde 1778.

Bajo el nombre masónico de Josephus a Floribus, el joven conde de Maistre subió rápidamente los escalones. Según Dermenghem, "formaba parte de un grupo muy secreto de iniciados superiores que dicen haber tenido conocimientos más profundos y una actuación más importante que los masones ordinariamente conducidos por ellos más o menos misteriosamente". De hecho, fue Caballero Gran Profeso (clase que Willermoz mismo definía como "el último grado en Francia del Régimen rectificado") y el verdadero jefe de la Orden en la región de Chambéry.

En el libro de Dermenghem se encontrarán importantes extractos de la correspondencia intercambiada con Willermoz, y que nos muestra un Joseph de Maistre ardiente y celoso, pero siempre impaciente por saber más, ávido de nueva información, cuidadoso en rechazar las últimas dudas, a veces reacio y siempre lleno de espíritu crítico. Vimos antes que de Maistre especialmente rechazó con energía la leyenda templaría y se insurreccionó contra la pretensión de la Masonería de forjarse antepasados. Más aún, declaró que rehusaba obediencia a los sedicentes "Superiores desconocidos".

Toda esta discusión fue el tema de una larga Memoria al duque de Brunswick que redactó en ocasión del Convento de Wilhelmsbad. Pero no parece que haya sido discutida ni tampoco que su destinatario la haya seriamente leído.

La actividad masónica de de Maistre se extiende a través de diecisiete años. Durante todo este tiempo, no parece haber dudado nunca ni por instante del valor de esta Institución, ni de la utilidad, para un católico, de militar activamente ella. La Revolución de 1789 vino a interrumpir estos trabajos. De Maistre se exiló, y después viajó durante largo tiempo. Se desligó cada vez más de la Masonería, pero conservó una correspondencia seguida con un determinado número de iniciados, y no cesó, hasta su muerte, de estudiar las ciencias y las doctrinas esotéricas. Sólo que hacía distinciones fundamentales entre las diferentes "sociedades secretas" de su tiempo, y no dejaba de enfurecerse cuando los profanos las confundían entre si. "No hay ninguna relación -escribía- entre un francmasón ordinario, un martinista y un iluminado de Baviera". Si despreciaba sin esfuerzo al primero y consideraba dañino al último, defendía hasta el fin a los discípulos de Pasqually y de Saint-Martin.

Es muy importante destacar que de Maistre prosiguió sus actividades masónicas con una conciencia perfectamente pura, pese a las excomuniones romanas. La última condena, la de 1751, había sido sin embargo severa. Pero de Maistre estaba entonces influído por el galicanismo de Willermoz, y se hallaba lejos de constituirse en el defensor de la autoridad romana en que había de convertirse después. Además, tenía sinceramente por lícito el secreto exigido a los francmasones y tan enérgicamente reprochado por la Iglesia. "No se puede disputar -decía- a un ser inteligente y razonable el derecho de certificar mediante juramento una determinación interior de su libre arbitrio". Todo estaba en la orden, ya que los masones juraban solamente hacer el bien. "Desde que estamos seguros, en nuestra conciencia, de que el secreto masónico no contiene nada de contrario a la religión y a la patria, no concierne más que al derecho natural". Se ve bien el problema. Lo que de Maistre, miembro de los grupos martinistas, creía saber del secreto, tenía poco en común con lo que el Papa, que tenía informes de otras fuentes, descubría en él. Y Josephus a Floribus, cuando más tarde conozca la conspiración de los "Iluminados de Baviera", condenará su secreto con un vigor que no tendrá nada que envidiar a los más rudos juicios pontificios.

Muy cómodo en el seno de las logias martinistas (esas mismas de las que en el capítulo precedente han podido leerse algunas reglas próximas a las de una Tercera Orden religiosa), Joseph de Maistre defenderá siempre dos argumentos fundamentales para el estudio que nos ocupa:

-la ciencia oculta y la iniciación masónica son de esencia cristiana;

-la Masonería se opone a la incredulidad general; ella conduce a los místicos hacia el Catolicismo.

Ya en la Memoria al duque de Brunswick, de Maistre defenderá esta idea de que la verdadera fuente de la iniciación y de la Orden masónica era el Cristianismo primitivo. Pero ese Cristianismo no ha entregado todos sus secretos, y las Escrituras tienen un sentido oculto que corresponda a los "iniciados" volver a encontrar a fuerza de estudios:

"Todo es misterio en ambos Testamentos, y los elegidos de una y otra ley no eran sino verdaderos iniciados". Admite pues completamente los dogmas revelados, pero no se considera impedido de buscar el modo de profundizarlos, a la luz de las tradiciones esotéricas.

Por otra parte, junto con Saint-Martin, de Maistre considerará que el mayor azote de su tiempo es la incredulidad casi general. Propalar entre lo hombres de buena voluntad y de inteligencia probada una doctrina mística, era apartarlos del materialismo y prepararlos para aceptar, más tarde, los dogmas del Catolicismo. Nada más claro al respecto que esta frase, citada por Dermenghem: "Los espíritus religiosos, insatisfechos de lo que ven, buscan algo más sustancial y se inclinan hacia estas ideas místicas. Es el camino hacia el Catolicismo.

De Maistre tenía sesenta años cuando escribió esto. Había abandonado desde hacia tiempo las' logias y tuvo todo el tiempo necesario para juzgar los efectos de la revolución francesa. Su testimonio adquiere más valor aún.

Sostenía, entonces como en el pasado, que si las logias podían representar algún peligro en los países católicos, ocurría todo lo contrarío en los países protestantes. Sus doctrinas metafísicas diferían radicalmente del espíritu calvinista, y aun del luterano. El espíritu de la Masonería "acostumbra a los hombres a los dogmas y a las ideas espirituales; los preserva de una especie de materialismo muy notorio en la época en que vivimos, y del hielo protestante, que no tiende a nada menos que a helar el corazón humano".

Así, al aplicarse a desarrollar el misticismo masónico, Joseph de Maistre estaba convencido que trabajaba por la reunión de las Iglesias cristianas.

Y por eso asigna a los Caballeros Benefactores de la Ciudad Santa, una primera tarea: llevar a cabo la aproximación entre los católicos y los luteranos de Augsbourg, "cuyos símbolos no difieren entre sí muy notablemente". Y en 1815 todavía, en una carta al conde de Bray (citada por Priouret), repetía: "Vuelvo a las sociedades secretas. Dejémoslas hacer, señor Conde; todo eso nos ayuda".

No hubo, en consecuencia, en el pensamiento de Maistre, una ruptura brusca, sino únicamente una evolución natural y lógica, en la que el católico romano de 1815 explica y prolonga sin altibajos bruscos al masón de 1780.

Y, sin embargo, entre esas dos fechas se había producido un acontecimiento terrible: la Revolución, el Terror. La Francmasonería estaba ya cargada con el peso de todos los crímenes cometidos a partir de 1789, y los católicos, en su mayor parte, la consideraban responsable. Esto, de Maistre no lo creyó. Tenía buenas razones para ello. Nadie conocía mejor que él el mecanismo de esos grupos de iniciados, al que se atribuía haber montado el complot. Nadie sabía mejor que él que la "patria del Iluminismo" era Alemania. La Revolución, entonces, se había preparado en otra parte. Nadie, en fin, ha refutado con más paciencia y vigor (en una época en la que ya no era masón) el panfleto de Barruel, sobre el cual debía fundarse toda la historia futura de la Masonería "satánica".

Si terminó por admitir la realidad de un "complot revolucionario", fue en el cuadro de otro grupo, el de los Iluminados de Baviera (que volveremos a encontrar más adelante). Pero tendía a defender la inocencia de la Masonería que había conocido y de la que era uno de sus dignatarios. Es en 1793, en pleno Terror, que escribió para el barón Vignet des Etoles una Memoria sobre la Francmasonería "que data de siglos y no tiene ciertamente nada en común, en su principio, con la Revolución francesa".

¿Realismo o ilusión generosa? Eso es lo que vamos a ver.

miércoles, 14 de octubre de 2009

El supuesto complot contra el trono y el altar por Maurice Colinon

Capítulo IX de L'Église en face de la Franc-Maçonnerie, Fayard, París. Traducción española: Huemul, Buenos Aires, 1963.


Henos aquí en el momento decisivo de la historia de la Masonería francesa. La época revolucionaria dará a las logias una orientación definitiva y determinará, de manera quizá más durable todavía, la actitud de los católicos respecto de ella.

Es habitual desde 1796, el admitir la existencia de un complot masónico "contra el trono y el altar", preparado de larga data, fríamente ejecutado, al amparo de los altos grados cuya existencia algo fabulosa y actividad más o menos imaginaria no pueden dejar de excitar la desconfianza. Así comienza, según la feliz expresión de Roger Priouret "la falsificación del balance", falsificación que orientará en adelante la forma en que se va a escribir la historia de las logias.

La imagen que se hace de las logias del siglo XVIII es la proyección en el pasado de la batalla que opone a la Iglesia con la Masonería en los siglos XIX y XX". Los historiadores masones, apresurémonos a decirlo, la difundieron con tanta complacencia como sus adversarios. Y tan bien que, por una vez, todo el mundo parece estar de acuerdo en atribuir a la Masonería -y casi exclusivamente a ella- la responsabilidad de la Revolución.

Algunas obras recientes y la utilización de los archivos masónicos conservados en la Biblioteca Nacional para todo cuanto sea anterior al año 1851, debían permitir de algún modo la rectificación de este juicio. Ya desde la tormenta revolucionaria, por otra parte, existían personas perfectamente al tanto de la actividad masónica e idóneas para restablecer la verdad tan controvertida, cuando apareció la obra -única, pero destinada a una extraña gloria-, sobre la cual se apoya toda la argumentación de los sostenedores de la "Revolución masónica". Se trata de las -Mémoires pour servir a l´histoire du Jacobinisme, en la cual el abate Barruel logra sostener a lo largo de dos mil páginas "un tono de dolorida indignación", que será imitado durante un siglo y más todavía.

Contra Barruel se levantarán hombres como Joseph de Maistre, a quien es necesario volver siempre, y J. J. Mounié, el hombre de Vizille que no era masón pero que publicó, en 1801, un libro muy poco citado en el cual se esforzaba en establecer el alcance de la influencia atribuida a los Filósofos, a los Francmasones y a los Iluminados sobre la Revolución Francesa. Es en estas fuentes donde beberemos para tratar de comprender cómo los testigos de los acontecimientos juzgaron el asunto.

Ubiquémonos, por un momento, en 1773. Nadie imagina que Francia y Europa van a ser las víctimas de tempestades tan violentas que las instituciones más sólidas se derrumbarían, que las guerras devastarían las naciones y que nada en el futuro iba a ser ya como "antes". Porque en 1773 la Masonería está en su apogeo, no sólo en Francia sino también allende los mares. En ese año es iniciado De Maistre, y es también el año en que el duque de Chartres, (el futuro Felipe Igualdad) es entronizado como Gran Maestro; es el año en que se funda en París el Gran Oriente, y, en fin, y sobre todo, el año en que un hermoso día de diciembre, los "Hermanos" de la logia San Andrés, de Boston, asaltan a tres navíos ingleses cargados de té y desatan la guerra de la independencia americana. Parece bien probado hoy día que la Masonería jugó, en esa lucha histórica, un papel de primer plano.

No solamente los principales generales americanos eran masones, como Washington y también Franklin, sino que se encuentran, indiscutiblemente, en la Declaración de la Independencia, los mismos principios de la Masonería del siglo XVIII. Jorge Washington utilizó directamente los cuadros masónicos para formar el primer gobierno de los Estados Unidos, y es en gran parte merced a sus relaciones masónicas que obtuvo el apoyo de Francia. La Fayette mismo recibió su iniciación en América, probablemente en 1777. Ha podido decirse, con algún fundamento, que los Estados Unidos constituían "una verdadera nación masónica".

En Francia, mientras los masones se exaltan con la narración de los éxitos de sus "Hermanos" de América. Benjamín FrankIin es recibido en la famosa logia de las "Nueve Hermanas", en la que encuentra, al lado de un Sèze, que será el abogado de Luis XVI, a cierto doctor Guillotin, "que curaba a los enfermos mientras esperaba inventar con qué ejecutar a las personas en buen estado de salud". Futuros convencionales figuran en las logias mezclados con los representantes de las familias mas importantes de Francia: los Rohan y los La Rochefoucauld, y la princesa de Lamballe es Gran Maestra de las nuevas logias femeninas, llamadas "de adopción", que hacen furor en la Corte y en la ciudad.

¿Qué hace el duque de Chartres? Las opiniones están ya divididas a su respecto. Clavel nos lo muestra presidiendo "muy gustosamente" simples reuniones provinciales, mientras Priouret no ve en él más que "un figurante que no se resuelve a figurar". De hecho había abandonado todos sus poderes al duque de Montmorency-Luxemburgo, el cual fue, hasta la Revolución, el verdadero jefe de la Masonería francesa. Es él, y casi solo, quien construyó el Gran Oriente. Generoso e idealista, cuidadoso en mantener a la Orden masónica al margen de los problemas políticos que, ya entonces, amenazaban con desgarrarla, era lo opuesto al conspirador que, en algunas oportunidades, se ha querido ver en él. Bajo su dirección la Masonería progresa en forma impresionante. En 1787 existen en Francia más de 700 logias, con, por lo menos, 70.000 iniciados en todos los grados. Entre ellos, casi todo lo que prácticamente significa algo en el país.

¿Qué buscaban estos masones en las logias? Mounié nos lo dice sin ambages: "Qué precioso recurso para los charlatanes estas sociedades en las que tantos hombres atormentan su imaginación para descubrir un fin a sus ceremonias misteriosas, aun cuando ellas no tengan ninguno desde hace mucho tiempo... Aun cuando la mayor parte de las sociedades masónicas hayan adoptado devaneos supersticiosos, en algunas logias de Francia se cultivaban sin embargo las ciencias y la literatura... Pero las logias en las cuales, no obstante algunos funestos errores, se trataba por lo menos de ejercitar la razón, eran muy poco numerosas en comparación con aquellas otras en las que se trataban ideas místicas, y, sobre todo, de aquellas cuyo único propósito era el de formar una sociedad agradable, y en donde la ceremonia más importante consistía en beber por tres veces tres". Y agrega cierto sentimiento "El principal peligro que percibo en las sociedades de francmasones es más el imperio de los juglares que el de las intrigas políticas".

Estos sueños ocultistas, estos banquetes "fraternales", no preparaban casi a los masones para el papel que les va a tocar, y a imponérseles, a partir de 1787. Calonne reúne la asamblea de notables. Muchos de entre ellos (probablemente la mayoría), son masones. Uno al lado del otro se encuentran el Gran Maestro, Felipe de Orleáns, y su sustituto, el duque de Luxemburgo ¿Habremos de asistir a una acción concertada de la Masonería y de sus jefes indiscutidos? Todo lo contrario. Mientras el duque de Chartres combate violentamente el plan de Calonne, el duque de Luxemburgo le aporta su apoyo, pese al peligro que para sus bienes representa el proyecto de reforma fiscal. Los masones, siguiendo el ejemplo de sus jefes, están divididos. Finalmente obtienen el rechazo de Calonne. El Gran Maestro ha ganado la primera mano.

El Parlamento, a su turno, entra en el juego. El duque de Chartres y el duque de Luxemburgo ocupan también en él su escaño el uno al lado del otro. Si Luxemburgo ofrece generosamente su mediación para evitar lo peor, el duque de Chartres pasa abiertamente a la oposición. El 17 de noviembre de 1787 pronuncia la célebre frase: "Sire, es lo ilegal", lo que le valdrá ser enviado al exilio... a Villers-Cotterêts. ¿Qué hacen las logias? Nada. La "rebelión de los privilegiados" no tiene necesidad de ellas: se apoya sobre instrumentos de otra eficacia: la solidaridad de clase, el parlamento de fronda. Mounié, que fue el alma del célebre "momento histórico" de Vizille, lo proclama orgullosamente: los masones no tienen nada que hacer ahí dentro.

Por otra parte, esta efervescencia política que se supone debía poner a la Masonería francesa en pie de guerra, coincide, por el contrario, con el principio de su decadencia. Es a partir de 1787 que las logias se vacían y que inclusive algunas, y no las menores, desaparecen totalmente. La policía real, que bate sistemáticamente todos los lugares de agitación verdadera o supuesta, no se preocupa de las sociedades masónicas. Reserva sus rigores para los "clubs", con los cuales no se la puede confundir. ¿Quién ataca violentamente a la Masonería? Es Mirabeau, en su Histoire de la Monarchie prussienne... ¿Y de qué acusa este hombre político a los "Hermanos"? De no ser "otra cosa que una filial de la orden de los Jesuitas". Y concluye este filósofo, este revolucionario: "Destruyamos las sociedades secretas; la peste ha penetrado en ellas demasiado profundamente". He ahí lo que piensa de los hombres que volverá a encontrar, muy próximamente, tan numerosos, en los próximos Estados Generales.

Es aquí que comienzan, entre los historiadores de la Masonería, "los feroces combates de pluma". ¿"Dirigió" la Orden la redacción de los Cahiers de 1789 y "dominó" la Constituyente? ¿O bien no hizo sino trasladar al recinto de los Estados Generales el espectáculo de sus propias divisiones? ¿Originó la Revolución o fue muerta por ella?

Investigadores concienzudos, como Augustin Cochin, han establecido convincentemente la influencia de las "sociedades de pensamiento" sobre los primeros acontecimientos de 1789. No es nuestra intención volver sobre esta materia que ha suscitado ya numerosos volúmenes y que no es nuestro objetivo. Creemos simplemente que los masones, a veces en el seno mismo de las logias, otras fuera de ellas, figuran en gran número entre los redactores de los Cahiers, de los que se sabe perfectamente hoy día que no eran en modo alguno espontáneos, sino lo más a menudo copiados de modelos que circulaban más o menos abiertamente. Y esto se explica fácilmente.

Ya dijimos (y todo el mundo lo ha dicho), que la Masonería se reclutaba entre la burguesía, el ejército, la magistratura, la pequeña nobleza y aun entre el bajo clero provinciano. Es lógico pensar que si numerosos masones desertaron de las logias a partir de 1787, es porque estaban demasiado ocupados en otras cosas ajenas al ocultismo y a los banquetes. Se ha verificado asimismo con bastante certeza que una fracción no desdeñable dejó las logias por los "clubes". Es que las logias -dicen algunos-, no llenaban para nada las condiciones de una acción política "reformadora". Sin duda -replican los otros-, pero esa es también quizá la prueba de que ellas eran la antecámara de esa reforma.

De hecho, y sin pretender zanjar la cuestión de manera definitiva, puede decirse que una fracción de los masones franceses (especialmente aquellos pertenecientes a las logias "filosóficas"), acogió con fervor la idea de reformas profundas y se arrojó a la lucha, en el seno de los "clubes" que se crearon a partir de 1787. Esta fracción era minoritaria, y no obraba en nada por instigación de la Orden, sino más exactamente bajo la influencia de un movimiento intelectual, a la vez anterior y exterior a su actividad masónica. El resto de los masones (casi todos los "ocultistas" y los "mundanos"), siguió los acontecimientos con sentimientos diversos, en los que dominaba a veces el temor.

Pierre Gaxotte, a quien no podría sospecharse simpatizante de la Revolución ni tampoco de la Francmasonería, plantea muy bien el problema en prefacio que escribió para La Franc-Maçonnerie sous les Lys: "Esta sociedad (la Masonería) está creada a contrapelo de la sociedad existente; funciona regularmente, con sus leyes, que son las de la democracia organizada, en el seno de un Estado que es lo opuesto a la democracia... Este régimen de iniciados es un régimen de asambleas y de elecciones... Ella habría formado un personal... habituado al manejo de una Cámara o de un club... Los masones tomaron parte, particularmente, en toda la agitación que precedió a la convocatoria de los Estados, en la redacción de los Cahiers, y muchos fueron electos... La logia no es un club; pero puede participar en el nacimiento de un club".

Se cita siempre como ejemplo la logia de La perfecta Unión, de Rénnes, que desempeñó un papel preponderante en los desórdenes en Bretaña. Pero se trataba de una logia de parlamentarios, y contaba entre sus miembros a cierto Le Chapelier, que debía fundar, en Versailles, el "Club Bretón", al cual correspondería una pesada responsabilidad en la Revolución naciente. Agreguemos a esta La Enciclopedia, de Toulouse. Pero esta logia, cuyo nombre destaca bastante bien su espíritu, no se fundó sino en 1787 ¿Cuál otra? Ninguna conocida ni que haya llegado hasta nosotros. El balance es escaso.

Un hecho permanece: numerosos francmasones fueron elegidos para los Estados Generales, sea que debieran este honor a su posición social o que haya encontrado en las logias un apoyo que les faltó otros. Pero ambas hipótesis no se excluyen entre sí, por el contrario. Pero, y otra vez aquí ¿a quién creer? Marqués-Rivière, siguiendo a Pouget de Saint-André, lanza la cifra de 477 diputados masones (¡sobre un total de 605!). Roger Priouret, que parece haber extraído sus informaciones de mejor fuente, es infinitamente más moderado. "Puede decirse -concluye-, que de la mitad de los elegidos del tercer estado, por lo menos un 30 % de la nobleza y apenas un diez por ciento del clero pertenecían a las Logias. La proporción para el conjunto es de los dos quintos".

Aun llevada a esta cifra, probablemente exacta, la proporción sigue siendo impresionante. ¡La Masonería, única fuerza organizada en una asamblea que busca su camino, va a poder desempeñar un papel decisivo! Pero tampoco hay nada de eso. Para empezar, los diputados pertenecen a su orden (clero, nobleza, tercer estado), antes de pertenecer a la Masonería. Luego, la fraternidad de las logias ha sido olvidada. Y tanto, que los masones electos para los Estados Generales no se reúnen ni una sola vez entre ellos. La logia La Beneficencia, de París, propone organizar una reunión así en Versalles. Nadie escucha. Los acontecimientos que se avecinan dominan todo, y las logias se vacían a un ritmo acelerado. La imagen misma del desacuerdo entre los masones la proporciona, una vez más, la lucha que opone al Gran Maestro contra su sustituto. Felipe de Orleans socava el prestigio de la monarquía; tiene la agitación en la calle, multiplica los guiños de ojo a la multitud. Y, al mismo tiempo, es quien arrastra a la nobleza a "unirse" al estado llano, gesto que dará origen, casi inmediatamente, a la Constituyente. ¿Y el duque de Luxemburgo? Defiende con todas sus fuerzas la autoridad del rey y la preeminencia de su clase. El 12 de junio de 1789 es elegido presidente de la nobleza. El 19 conjura a mostrarse firme y a impedir la unión de los tres órdenes. El 27 todavía se presenta al palacio y ofrece su vida para defender al trono. Después de la toma de la Bastilla, abandona Versalles y se embarca para Inglaterra. Será, con su familia, uno de los primeros emigrados.

En esta lucha el Gran Oriente permanece neutral. Ni Orleans ni Luxemburgo han utilizado las logias. El Gran Oriente resuelve adoptar todas las medidas necesarias para que ninguna confusión sea posible entre las "logias" y los "clubes". Prohibe a los talleres reunirse en los locales utilizados por otras sociedades, y anuncia que radiará a las logias que acepten prestar su local a una sociedad "profana". Ya entonces la Orden clama miseria: las cajas están vacías. En 1791 los nueve décimos de las logias están cerradas.

La Gran Logia se ha convertido en esquelética. ¡En la Asamblea general de 6 de abril de 1789, se cuentan, por todo concepto, 31 presentes! El Gran Oriente subsiste. Inclusive, con el deseo de reanimar el ardor desfalleciente de las logias de su obediencia, multiplica los llamamientos y las circulares. Una de ellas, fechada el 30 de junio de 1791, pregunta: "¿Es entonces imposible conciliar los deberes de masón con los de ciudadano?" Casi todos los masones han respondido ya, dejando de reunirse. Algunas logias provinciales mantienen una apariencia de actividad. Las únicas de las cuales se habla se han transformado en "clubes" y ya no mantienen vinculación orgánica ni con París ni con las demás logias "ortodoxas", que rehusan a su vez el tener relaciones con las logias "emancipadas"

Un poco por doquier se reparten los archivos y los instrumentos rituales. El resto es vendido en pública subasta a fin de pagar las deudas acumuladas. En diciembre de 1792 el Gran Oriente realiza su última asamblea general. Crea una especie de comité oficioso destinado, al parecer, a mantener cierta ayuda entre los masones, en un tiempo en que había grandes los peligros para la libertad y la vida de muchos de ellos. La única circular remitida por el Gran Oriente en 1793 se hace eco de esta preocupación. Solicitando a los masones celosos de conservar los ritos, los documentos y conocimientos masónicos de los cuales lo han hecho depositario, e insiste en la necesidad de poner en lugar seguro los archivos, a la espera de tiempos mejores.

La persecución ya había comenzado. A partir de enero de 1792, la Orden había solicitado de los "Hermanos" el ayudar por todos los medios a los masones en peligro, procurarles un asilo, defenderlos ante los tribunales. Numerosas logias fueron atacadas y pilladas; muchos dignatarios arrestados y arrojados a la prisión. La cólera popular se volvía gustosa contra estas "sociedades secretas" cuyo misterio inquietaba. Si la monarquía en peligro las había dejado en paz, la revolución triunfante las acusaba ahora de conspirar en su contra. Nadie se preocupó, entre estos revolucionarios que pretendieron más actuar sobre el orden de las logias, de proteger a la Masonería agonizante. El último golpe vino del Gran Maestre mismo.

En el Journal de Paris, de 22 de febrero de 1793, que se había convertido en el ciudadano Igualdad, rompió bruscamente con la Orden. Escribió:

"He aquí mi historia masónica. En tiempos en que seguramente nada preveía nuestra revolución, me adhería a la Francmasonería que ofrecía una especie imagen de la igualdad, como más tarde me adherí al Parlamento que ofrecía una especie de imagen de la libertad. Después, abandoné al fantasma por la realidad".

"En el mes de diciembre último, el secretario del Gran Oriente se dirigió a la persona del Gran Maestre, para hacerme llegar un pedido relativo a los trabajos de esta sociedad. Le contesté a éste, con fecha 5 de enero: Como no conozco el modo como el Gran Oriente está compuesto, y que, por otra parte, pienso que no debe haber ningún misterio en ello, ni tampoco ninguna asamblea secreta en una República, sobre todo en sus comienzos, no quiero saber más nada del Gran Oriente ni de las asambleas de francmasones".

El 13 de mayo, lo que quedaba de la comisión de la Orden se reunió, dándose lectura a este texto, en medio de un silencio total. Después fueron aprobadas las conclusiones del hermano orador, en el sentido de que el ciudadano Igualdad fuera declarado renunciante, no sólo de su título de Gran Maestro, sino también del de diputado de logia. El presidente tomó entonces la espada simbólica de la Orden, la quebró sobre su rodilla, y arrojó los fragmentos en mitad de la sala. Después de haber efectuado una batería de duelo, los últimos hermanos fieles se separaron.

El 6 de noviembre, el ex duque de Orleans al cadalso y perecía merced a la eficiencia de máquina que debía a su "hermano" en logia, el doctor Guillotin. Algunos meses más tarde, la Convención encomendaba a Barrère realizar una investigación sobre: la Francmasonería. Las conclusiones o resultados, si alguna vez fueron conocidos, no han llegado hasta nosotros.

He aquí, resumida en algunas páginas, lo que se sabe de la historia masónica entre 1773 y 1793. La Revolución triunfa. Algunos masones están en el poder; la inmensa mayoría, en prisión o en el exilio. La Masonería ha muerto en Francia. Algunas continúan reuniéndose: la Buena Amistad, en Marsella, constituida apenas en 1792; los Amigos de la Libertad y la Martinica de los Hermanos Reunidos, en París, en la puerta de Saint-Martin, y, también, el Centro de Amigos. Son clubes revolucionarios, y no tienen de masones más que el nombre. Un hermano Hue, orador en la logia La Martinica, se preocupa de todos modos por saber si el Gran Oriente sigue existiendo. Escribe sin recibir respuesta, y su conclusión es que ya no tiene ninguna actividad. Piensa en "volver a hacer algo" de su propia cosecha, y luego renuncia a ello.

La Masonería, sociedad burguesa y aristocrática, ha sido muerta por esta Revolución cuya paternidad se le adjudica: ¿Es esta una prueba formal de su inocencia? No forzosamente. Como dice Pierre Gaxotte: "Los que inician las revoluciones son raramente quienes las conducen a buen fin". Los ejemplos abundan, desde la Antigüedad a nuestros días. La acogida dada por algunas logias a la Enciclopedia, la difusión merced a sus cuidados de las ideas "filosóficas", han jugado un papel no desdeñable en la preparación de los espíritus para una evolución social y política de envergadura. Por añadidura, las logias han ciertamente "iniciado virtualmente en la vida política, mediante las enseñanzas recibidas", a hombres que "entraban en la vida nacional con una real ventaja sobre los demás ciudadanos".

Pierre Gaxotte, en el estudio crítico que hace en prefacio a La Franc-maçonnerie sous les Lys, resume así este aspecto de las responsabilidades de la Masonería: "Es posible que ella haya contribuido a orientar los espíritus en un sentido que, debido a resistencias encontradas, a las ocasiones ofrecidas, a las dificultades inopinadamente surgidas, conducir a la revolución democrática". Es una conclusión de historiador. Los hombres que "abrieron la brecha" se mostraron menos cuidadosos de los matices y más imaginativos.

La seductora idea de un complot masónico, elaborado desde 1789 en Italia y en Alemania, fue lanzada en Francia por una obra del abate Barruel, editada en Londres en 1797. Obra de combate si las hubo, se resume perfectamente en esta frase: "Todo en la Revolución Francesa, hasta sus crímenes más espantosos, todo fue previsto, meditado, constituido, resuelto, estatuido: todo fue el efecto de la más profunda maldad, porque todo fue preparado, conducido por hombres que tenían, solos, el hilo de las conspiraciones largamente urdidas en las sociedades secretas".

¿Quiénes son estos hombres? Diderot, D'Alembert, Voltaire; para Francia; Federico II y el emperador José II para Alemania; Cristián IV de Dinamarca, Gustavo III de Suecia, Poniatowski, rey de Polonia, y el duque de Brunswick. Entre los "cómplices" franceses: d'Argenson, Choiseul, Malesherbes, Turgot, y, sobre todo, Necker. Y, para terminar, algunos miembros del clero, encabezando los cuales está el abate Raynal, "cuyo nombre equivale al de veinte energúmenos de la secta". La conjuración. tiende, ante todo, a destruir al cristianismo. La caída de los tronos no es más que un medio, un medio necesario.

Según Barruel, el principio de los altos grados masónicos puede formularse así: Guerra a Cristo y a su culto; guerra a los Reyes y a sus tronos. El Gran Oriente habría amenazado con el Áqua Trophana (un terrible veneno), a todo aquel que rehusara ejecutar sus consignas vengadoras. Y el Gran Maestre, Felipe de Orleans, se habría colocado a la cabeza del movimiento para vengarse de Luis XV que lo había exilado a Villers-Cotterêts. El vínculo entre los conjurados de Europa no habría sido otro que Mirabeau, y el inspirador del movimiento el conde de Cagliostro...

Nadie puede hoy día leer a Barruel sin pensar de inmediato en la palabra "folletín". Y es inútil señalar los errores que en el libro abundan. Dos hombres lo hicieron ya cuando apareció en Francia: J. J. Mounié y Joseph de Maistre.

Mounié, que no era masón, destaca el hecho curioso de que Barruel absuelva en bloque a todos los masones ingleses, excelentes ciudadanos "que no se distinguen de los otros sino por los lazos que parecen estrecharlos alrededor de la beneficencia y de la caridad fraternales". ¡Y así, por haber recibido asilo en Inglaterra, Barruel concluirá que la cuna de las logias seria la única en no haber comprendido sus fines verdaderos! Del mismo modo, reservando el "complot" a los altos grados, supone un poder enorme en algunos hombres que la Orden, en su conjunto no apoyaba. ¿Con qué derecho entonces condenar a toda la Institución por el uso criminal que de ella hubieran hecho algunos? Para Mounié, la conclusión es evidente: Las causas muy complejas han sido sustituidas por causas simples al alcance de los espíritus más perezosos y superficiales..." Conclusión que anuncia la de Pierre Gaxotte, un siglo y medio más tarde: "No ha existido complot masónico urdido de larga data para derribar a la monarquía. Eso sería, si se me permite decirlo, demasiado simple y demasiado hermoso.”

Mucho más importante a nuestro entender, por provenir de un hombre que perteneció durante veinte años a esos altos grados tan sospechosos, y cuya fe católica no podría ser puesta en duda, es la respuesta de Joseph de Maistre, hallada por Paul Dermenghem.

Es lo que el mismo Augustin Cochin llamará "una conspiración de melodrama que se extiende desde Voltaire hasta Baboeuf". De Maistre no lo admitirá nunca. Ello contradice todo cuanto ha visto en esta sociedad de la que fue, repetimos, uno de los más altos dignatarios. Escribió un opúsculo enteramente consagrado a refutar la tesis de Barruel, y se deja llevar en él por una violencia que a veces iguala la de su adversario. Sin embargo, estamos en 1800. La Revolución ha terminado y de Maistre ya no es masón desde hace diez años. No se considera por eso menos obligado en conciencia a defender a las logias, a las que considera buenas en su esencia, y "bastante inocentes".

¿Se acusa a las logias de haber practicado la igualdad? Es falso. "Comúnmente se decía: Hermano conde, Hermano marqués, etc.". Por otra parte, "el mismo reproche puede, en rigor, hacerse a los monjes". ¿Reconoce Barruel que la Francmasonería inglesa, limitada a los tres grados, no presenta ningún peligro? Pues es exactamente lo mismo que en Francia, contesta de Maistre, que sabe de qué habla. ¿El Iluminismo? Pero "la patria del iluminismo es Alemania; sin embargo, la explosión revolucionaria se produce en otra parte".

Joseph de Maistre concluye entonces: "La asociación es pues bastante inocente; pero, había entre el número inmenso de asociados, uno, muy pequeño, de malvados. Sería lo mismo que decir que el clero de Francia era un cuerpo detestable, cuyo verdadero secreto no conocían más que el cardenal de Brienn y el obispo de Autun" (Talleyrand). Ya en 1793, dijimos, de Maistre dirigió a su amigo Vignet des Etoles una Mémoire sur la Franc-Maçonnerie, en la cual sostenía el mismo razonamiento. Destaquemos estas palabras: "En las más sospechosas logias de Saboya no existe el menor signo que anuncie un fin político en sus principios. Y en cuanto a la logia de la Reforma, os lo puedo asegurar por lo que hay de más sagrado".

No niega sin embargo de Maistre, de ningún modo, que los masones, en gran número, hayan aceptado la revolución y seguido el movimiento de reforma, ni el que las logias francesas se hayan transformado en clubes Pero recuerda Dermenghem no es como iniciados sino en su condición de hombres del siglo XVIII, sometidos como muchos otros a la influencia de la Enciclopedia, que esos masones habrían preparado la Revolución. E inclusive, con de Maistre, débese con toda justicia excluir esta hipótesis en lo que concierne a las logias martinistas, opuestas al espíritu "filosófico" en nombre de principios absolutamente opuestos

¿Está con ello cerrado el proceso? Esto sería, aún así, demasiado simple. Y De Maistre no queda satisfecho del certificado de buena conducta que, espontáneamente, otorga a sus "Hermanos". Por otra parte, su pensamiento evolucionará algo, y apaciguada la cólera suscitada por Barruel se preguntará honradamente si estas acusaciones no tienen, después de todo, un fundamento de verdad. Pero hay una Obediencia, o, mas exactamente, una secta, con la que se niega a sentirse solidario: la de los Iluminados de Baviera. En verdad, "ellos no pueden, ni con mucho, haber hecho todo el mal que se les atribuye", pero no por eso deja De Maistre de motejarlos como infinitamente condenables". Es mediante el argumento de los Iluminados de Baviera que Barruel, finalmente, ha desafiado a la crítica.

El primer eslabón de la cadena es el proceso de Cagliostro. Acusado de brujería, el Gran Copto cree de gran habilidad contar a sus jueces una historia extraordinaria. Se habría encontrado, de acuerdo con ella, en Francfort, con dos jefes de una secta misteriosa, que lo llevaron a subterráneos en los cuales le revelaron que lo habían escogido para dirigir un espantoso complot "contra todos los déspotas". Descubrió que el movimiento contaba con 20.000 logias, que agrupaban a 180.000 iniciados. En 1791 la historia fue publicada en Italia, y después en Alemania.

Para Francia, su inverosimilitud es demasiado evidente. Cagliostro abandonó Paris en 1785; su Rito Egipcio nunca fue tomado en serio por las otras Obediencias, y menos todavía en las logias "filosóficas", sospechosas de haber preparado la Revolución. Es entonces cuando Barruel descubre otro eslabón: Mirabeau. Éste ha estado en Berlín en 1786 y en 1787; un Iluminado, de nombre Mauvillon, lo ayudó en la redacción de su Historia de la monarquía prusiana. Barruel concluye entonces que Mirabeau fue puesto al corriente del plan "demoníaco" y, una vez de regreso a Francia, se apresuró a instruir del mismo al duque de Orleans, el cual lo aplicó escrupulosamente. Más todavía: Mauvillon vino a Francia en 1787, para asistir al Convento de una Orden poco numerosa, la de los Filaletes, o Amigos de la Verdad, entregados a las ciencias ocultas y muy influidos por las ideas de Pasqually y de Swedenborg. Y entre los Filaletes figuraban algunos personajes que debían desempeñar un papel en la Revolución: Pétion, La Fayette, Condorcet, Bailly...

Todo conduce según Barruel, de acuerdo con el proceso de Cagliostro, a este grupo misterioso conocido bajo el nombre de los Iluminados de Baviera ¿Qué sabemos al respecto? Que fue fundado, el 1 de mayo de 1776, por un joven profesor de derecho canónico, Weishaupt. En 1783, la Orden habría alcanzado a alrededor de 600 miembros, cifra que no cedería nunca. A medida que el iniciado franqueaba las etapas de la jerarquía, aprendía secretos cada vez más graves. En el primer grado, prestaba un juramento de obediencia absoluta; en el segundo, juraba luchar contra la superstición, la maledicencia y el despotismo"; en el tercero, descubría que el propósito real de la Orden era el de "apoderarse de todos los poderes del Estado", exterminando príncipes y sacerdotes en el último escalón se le revelaba, por fin, que todas las religiones carecen igualmente de fundamento.

Los Iluminados reclutaron, al principio, un determinado número de adeptos en la Francmasonería, pero sus excesos, conocidos prontamente por las logias, detuvieron repentinamente este impulso. En 1783, la Logia Madre de Berlín advertía, mediante circular, "que excluiría a todas las logias que degradaran a la Francmasonería introduciendo en ella los principios del Iluminismo". Cuatro adeptos, alarmados, se presentaron al Elector de Baviera para revelarle el verdadero carácter de la asociación. En 1785 la misma fue disuelta, y Weishaupt relevado de sus funciones y expatriado con otros tres dignatarios.

Tal es la historia, en resumidas cuentas bastante breve, de esta secta que, manifiestamente, intentó utilizar a la Masonería para fines políticos y encontró entre los masones complicidades verdaderas, aun siendo muy poco numerosas. ¿Estuvo Mirabeau realmente afiliado a ella? Nada permite afirmarlo. Pero cierto es que con una perfecta buena fe, Barruel y otros autores atribuyeron a la Masonería en su conjunto el complot del que eran culpables los Iluminados de Baviera. Tienen por evidente que esta logia, no contenta con reclutar adeptos en las logias, ejerció sobre ellas una influencia oculta y determinante.

Joseph de Maistre, tan ardiente en la defensa de la Masonería contra Barruel, coincide con éste cuando se trata de condenar a los Iluminados: "Su jefe es conocido", escribe respecto de esta sociedad en 1811, "sus crímenes, sus proyectos, sus cómplices y sus primeros éxitos, lo son también; los reglamentos de la secta han sido requisados y publicados por el gobierno, traducidos al francés y publicados de nuevo por el abate Barruel en su interesante Histoire du Jacobinisme".

Sin embargo de Maistre sostiene que no pueden confundirse "estos hombres culpables" con "los discípulos virtuosos de Saint-Martin". Hasta el da de su muerte afirmará no haber encontrado entre estos últimos "otra cosa que bondad, dulzura y aun piedad a su manera". El De Maistre de 1816 no reniega del iniciado de 1781. Si ha evolucionado ha sido sin romper nunca consigo mismo ni con aquellos que fueron sus primeros maestros. Y, veinte años después de la Revolución, reiterará su convicción de que la Masonería martinista "cristiana en todas sus raíces" pudo haber tenido, en circunstancias distintas, el medio para convertir, según la expresión de Ramsay, "al ateo en deísta, al deísta en cristiano, y al cristiano en católico".

Sin embargo, es Barruel quien gana la batalla. No hay casi autor antimasónico que no haya abrevado en su obra y tenido por verdadera una tesis que, por lo menos, es discutible. Las relaciones entre católicos y masones se dividen, en Francia, en dos períodos: antes y después de Barruel, Roger Priouret escribe sin dudar: "Para generaciones, Masonería y masones serán agentes del diablo. Y llegarán a serlo". Después de haber intentado refutar a Barruel, los masones cambiarán de táctica y aparentarán adoptar su tesis. Charles Blanc proclamará: "el odio de un escriba edifica sin saberlo el más indiscutible monumento a la gloria de la Orden masónica..." En adelante, será de sus adversarios que los historiadores masónicos extraerán los elementos de su prestigio pasablemente legendario. Reivindicarán para sí la responsabilidad de esa Revolución de la que no fueron, en el mejor de los casos, sino un factor. Justificarán su ateísmo por el reproche que se hizo de serlo a sus gloriosos antepasados", que no lo merecían todavía.

Un último acontecimiento va a completar la ruptura. Bonaparte, convertido en emperador de los franceses, firmara con el papa Pío VII un Concordato. Y es la firma de este general revolucionario la que creará para el futuro, a los católicos franceses, la obligación absoluta de apartarse de las logias condenadas por la Iglesia.